El Chorrillo, 9 de mayo de 2024
Este post en razón de la largura del día podría titularse de
maneras diferentes. En primer término bien podría hablar sobre el mal, a raíz
de un temprano poema de Rimbaud que me llegó de J por guasap a modo de buenos
días, y titular las líneas siguientes El
mal tal cual. En segundo término podría haber sido Dar de beber al sediento. Como estuve un rato después del
supermercado viendo una entrevista a Carlos en Onda Cero, en donde se hablaba
sobre la longevidad para cuyo asunto no existe nadie en el mundo que pueda dar mejor
ejemplo que él, me pareció que también podría ser tema para un día como hoy. Y
en cuarto lugar me podría inclinar por Barbacoa
a las finas hierbas, ya se verá por qué, o simplemente podría encabezar
estas líneas con un Os queremos, que
obedece a un largo divertimento que nos trajimos un puñado de amigos durante la
velada después de dar cuenta de la empanada de María, los chorizos, las
morcillas, el vacío, el chuletón y la tarta de manzana de Margarita. Pero
bueno, mejor dejo para última hora el asunto del título; quizás lo eche a
suerte.
Un diario,
un diario como éste, cumple diversas funciones, y entre ellas la principal
sería dejar constancia de lo que llega al alma del que tal diario escribe. Dar
testimonio de la vida del momento sería una buena finalidad de un diario.
El mal. La infinita tristeza que envuelve los
versos que siguen tienen hoy, cuando los tambores de guerra suenan en
lontananza y lo que sucede en Gaza puede suceder mañana aquí mismo, tienen hoy
su réplica en los versos de ese Rimbaud melancólico y oscuro, luminoso
tantas veces, en donde ese Dios que el hombre ha inventado para librarse de la
muerte ríe mientras que los gargajos rojos
de la metralla silban surcando el cielo azul, día tras día, sembrando de
dolor y muerte la tierra.
Mientras que los gargajos rojos de la metralla
silban surcando el cielo azul, día tras día,
y que, escarlata o verdes, cerca del rey que ríe
se hunden batallones que el fuego incendia en masa;
mientras que una locura desenfrenada aplasta
y convierte en mantillo humeante a mil hombres;
¡pobres muertos! sumidos en estío, en la yerba,
en tu gozo, Natura, que santa los creaste,
existe un Dios que ríe en los adamascados
del altar, al incienso, a los cálices de oro,
que acunado en Hosannas dulcemente se duerme.
Pero se sobresalta, cuando madres uncidas
a la angustia y que lloran bajo sus cofias negras
le ofrecen un ochavo envuelto en su pañuelo.”
Dad de beber al sediento. Teníamos comida en casa con unos amigos y necesitábamos pasar por el súper, así que tras el desayuno arranco la furgoneta, doy marcha atrás, atravieso la cancela y, cuando voy a enderezar la cuesta abajo del camino, nos encontramos con un ciclista que está atendiendo a su perro tumbado en la sombra con dos palmos de la lengua fuera. Enseguida imaginé el escenario del ciclista pedaleando a pleno sol con el perro detrás durante kilómetros. ¿Quieres que saque agua para el perro?, le dije de inmediato mientras de reojo miraba sobre la pechera de su camisa el signo inconfundible de los del Moco Verde, VOX, vamos. Dar de beber al sediento. Hay quien no merece ni un vaso de agua, pero se trataba de su perro, y bueno, no importaba, también a él le habría ofrecido el agua. Saqué de casa un recipiente con agua para el perro y allí los dejamos. También esta situación me producía tristeza. Lo comentaba hoy con los amigos durante la comida relatando aquella pequeña historia de Margaret Mead en la que recordaba que la civilización comenzó en el momento en que un hombre se detuvo para asistir y entablillar una pierna a otro que se había herido. Y es que me da grima la gente del Moco Verde y todos sus seguidores, miles y miles de españoles que huelen a barbarie e insolidaridad. Dad de beber al sediento…
Sobre la longevidad. Había recibido el link de una
entrevista a Carlos días atrás, pero la había dejado para cuando tuviera un
rato pensando que acaso fuera una repetición de otras que había visto antes;
sin embargo enseguida me sorprendió su contenido y la actitud distendida y
espontánea de Carlos. La esperanza de vida en España después de nuestra guerra,
en torno a los 50 ó 60 años, frente a la actual que debe de andar por los 83
años, daba pie para cimentar una calidad de vida y un modo de ver la edad
madura para la que indudablemente Carlos es un ejemplo único. Al terminar de
ver la entrevista le mandé un guasap: “He dedicado un buen rato de la mañana a
ver la entrevista que me mandaste. Admiro esa facilidad con la que te expresas
e hilas una filosofía de la vida ante las cámaras tan convincente. Creo
sinceramente que no existe mejor modo de afrontar esa longevidad, que se
plantea en el programa, que tu presencia y el ánimo con el que lo haces. La gente
mayor, todos los que cumplimos muchos años, está MUY necesitada de ese empuje
que continuamente infieres a la vida, eso y el cómo lo expresas ante las
cámaras”. Lo he dicho alguna vez más y no me canso de repetirlo, la seguridad
de que ir asumiendo con paso firme que cuando llegas a mitad de los setenta
todavía puedes hacer de la vida un hermoso hervidero de proyectos, proviene del
ejemplo de personas como él. Uno cumple años y, entre pitos y flautas va
dejando por el camino sueños y proyectos tal como si la vida se fuera
adelgazando y ya los sueños no tuvieran cabida en lo que nos queda de existencia.
Es en este punto de inflexión en donde me parece determinante encontrar en tu
camino personas que han dado un paso adelante mostrándonos hasta donde inverosímilmente
podemos sacarle partido a la vida.
Barbacoa a las "finas
hierbas". Os queremos. Barbacoa a las finas hierbas por culpa del viento que faltando a la
norma se puso a soplar de manera que el humo atufaba a los comensales. Así que
date, para no quemarse agarra Fernando por un lado el artilugio protegiéndose
la mano lo mejor que puede con lo primero que encuentra; agarro yo del otro
lado… toda la barbacoa cubierta por chorizos, morcillas, carne… la alzamos, se
balancea la tal, la enderezamos, parece que va a tenerse como cuando un
equilibrista cruza el vacío sobre una cinta, oscila, la desplazamos y zas… de
golpe una pata de la barbacoa tropieza en una pata de la mesa y todo al suelo;
carbón, ceniza, las morcillas abiertas, todo envuelto en las finas hierbas del
césped que yo ayer había segado. Y nosotros medio quemándonos y los jodíos
riendo a mandíbula batiente “el evento” a costa de los cocineros. ¡No te jode!
Así que agarra el desaguisado, endereza la barbacoa y empieza a recoger
morcillitas y choricitos uno por uno, y cada trozo de carbón y los chorizos que
habían rodado un metro más allá… y mientras tanto Julián divertidísimo
fotografiando el desaguisado para dar testimonio del momento más divertido de
la tarde, más divertido si cabe que aquel “te quiero” con el que todos coreamos
nuestra despedida y que hacía diversión de una larga reflexión que habíamos
tenido después del café. Se puede imaginar a todos subiéndose en los coches,
diciéndonos adiós y mandando besos y diciéndonos “te quiero”, “os queremos”.
Bueno, pues que al final todo volvió a su sitio y lo único
novedoso era que ahora la barbacoa era barbacoa a las finas hierbas. Que no,
que nadie hizo ascos a la cosa, que el fuego lo purifica todo y que además
tanto los chuletones como el vacío como los chorizos, e incluso las morcillas
destripadas entraron deliciosamente acompañadas debidamente con el escanciado
vino que las jícaras vertían en nuestros gaznates.
Entre chascarrillos y serios, y por supuesto las consabidas
recurrencias a la infancia de todos, ese maravillo e inacabable pocillo de
anécdotas –ya se sabe que nuestras infancias, las de los que nacimos en los
medios cuarenta y principios de los cincuenta, vivimos las infancias más
maravillosas que nunca hasta entonces hubo J– creo que se nos fueron seis o
siete horas. Amigos todos con muchos nietos y montones de pasiones y experiencias
sobre la espalda. A ojo de buen cubero debíamos de juntar entre todos algo más
de medio siglo de vida, más que suficiente para entre todos poner arreglo al
mundo, establecer criterios pedagógicos para varias generaciones posteriores y
remedar todos los males del mundo habidos y por haber. La sal y la pimienta de
Pedro cuando nos poníamos demasiado serios, los nietos de unos y otros, los
juegos de la infancia, la vitalidad de Margarita, los problemas de la próstata,
los hijos. Y mientras tanto los mirlos, contentos por la compañía, llenando las
ramas con sus trinos mientras allá sobre el horizonte el perfil de las montañas
de Gredos lucía como una lejana estampa japonesa en azules difusos que se
confundían con el cielo del final de la tarde.
Sesión de fotos, algunos chascarrillos más, el calor de la
amistad brotando bajo los árboles como una caricia y la obligada despedida
frente al último sol de la tarde.
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