Oleo 30x40 |
El Chorrillo, 6 de abril de 2022
Fue en 1984 y no tenía absolutamente nada que ver con la distópica novela de George Orwell. Desde muy jovencito había soñado con viajar
a
Ah, marché sin una idea fija, quizás con la intención
acaso de refugiarme bajo la sombra de un árbol junto al Ganges y pasar allí unas
semanas en estado de contemplación mirando correr las aguas achocolatadas del
río junto a los cientos de peregrinos que pasan en las gradas de Benarés una
parte considerable de sus vidas. Cosas curiosas que se me pasaban por la cabeza
en un tiempo en que ya era un ateo convencido. Todo era posible entonces (…y
que espero que lo siga siendo).
El caso es que me lie la manta a la cabeza y, con un
bagaje de inglés prácticamente nulo, un buen día del mes de diciembre dejé el
trabajo y volé a
Sufrí en Old Delhi la hiriente miseria de la calle, visité
en Agra el Maj Mahal a la luz de la luna llena, vi amanecer en el Ganges frente
a los ghats de Benarés en una pequeña barca, viajé en un tren a Calcuta
apretujado en medio del pasillo entre viajeros y enseres y, tras un trayecto
agotador en el que los vendedores de té debían atravesar haciendo malabarismos por
los aires poniendo los pies en un hombro, una cabeza gritando al mismo tiempo
la oferta de su chaé, chaé, aterricé en una ciudad que el sol doraba bellamente
al amanecer. Los niños defecaban junto a las alcantarillas, grupos de gente
vestida con harapos se calentaban frente a la estación al calor de un fuego que ardía
en grandes bidones; hombres de traje y corbata caminaban apresurados hacia el
trabajo junto a otros vestidos de miseria; familias enteras emprendían su
higiene personal bajo un puente junto a un montón de basura donde alguna madre
con su niño en brazos escarbaba en la basura a la búsqueda de su yantar.
No me encontraba bien, muy cansado físicamente,
pero sobre todo conmocionado por el ambiente. Por la tarde tuve necesidad de
abandonar aquella ciudad que tanto pesaba en mi ánimo de aquel día. Volví a la
estación a la tarde con el propósito de tomar de inmediato un billete para un
destino cercano cercano al mar donde poder descansar. Esa necesidad me asaltó.
Así fue como llegué a Puri, una pequeña ciudad costera que parecía refugio de la
pequeña burguesía de Calcuta. Un lugar encantador y discretamente tranquilo que
aquel día se encontraba en fiestas.
Por la tarde bajé a la playa. Era invierno y no había
bañistas, pero sí se veían paseantes o gente que simplemente contemplaba el
bello atardecer que se estaba produciendo sobre el golfo de Bengala. La
fragancia y belleza de los saris que las mujeres vestían constituyeron un hermoso
motivo para mi cámara aquella tarde. Fue allí donde tomé la diapositiva que me
inspiró la pintura que encabeza este post.
Tan divertido está resultando esto de aprender a manejar
los colores y los lápices que casi me he olvidado de mis asiduas salidas al
monte. Son tantas las posibilidades que ofrece la pintura, que ahora pereza me
da abandonar mi cabaña ante la presencia de tantas ideas que se apelotonan como
chinos en purrela dentro de mí disputándose la posibilidad de convertirse en el
tema del siguiente cuadro.
Tiene un sabor muy especial en mi ánimo esta posibilidad
de poder rescatar de la memoria instantes que yacen por ahí en los rincones del
pasado como esperando a ser revividos, recreados. Viajes, caminos, montañas,
rostros, el silencio, la soledad, la noche, el mar… ¡tantos momentos que
recrear…!
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