Pablo Picasso. Minotauro acariciando a mujer dormida. |
El
Chorrillo, 12 de febrero de 2022
Se me
ocurre que con tantos y señudos asuntos en que nos ocupamos a veces, parece
como si se nos olvidara jugar. Esta
mañana, mientras me decidía si me levantaba o no, especulaba sobre el deseo y
pensaba que acaso sea éste uno de esos sujetos que se resisten a entrar en el
ámbito de lo lúdico. Pongamos por ejemplo eso, que estás en plena faena, las
neuronas se te han revolucionado y tan estás a lo que estás que a lo mejor sólo
te llegan las fuerzas para como dicen en Aragón: ¡ahí va el Ebro! Cuando el
deseo crece y crece y parece que va a producirse un nuevo Big Bang… Esa es la
situación. Pues bien, ¿Y si en ese contexto jugamos? Jugamos a mirarle a los
ojos al deseo, jugamos a tirarle de las bridas, a acariciarle las crines.
Quieto, nene, quieto, tranquilo. Y mientras tanto jugar con él a la pata coja, a
policías y ladrones, y cuando ya has conseguido calmarle poquito a poco picar
espuelas, pero no mucho, lo suficiente para a la vez poder contemplarle, mirar
lo que sucede a tu cuerpo, si la presión arterial empieza a dispararse, si tu
imaginación y las yemas de tus dedos se inquietan, si comienzas a ver una vez más el paraíso
prometido, y contemplar como a tu deseo le asalta de nuevo una especie de
arrebato y entonces le miras a los ojos y le dices: pero chico, ¿qué te pasa?
Tranqui, colega… Y aprovechas que tu deseo está ocupadísimo para mirarle por
todos los lados, sí, como si estuvieras viendo una escultura, por un lado, por
otro, desde arriba, desde abajo. Pero como seguro que con tanto mirar y
observar le vas a distraer, lo mismo se enfada y te manda a hacer puñetas, así
que a observarlo con discreción, como quien está al plato y a las tajás, lo que
se dice nadar y guardar la ropa.
Cierto
que uno puede hacer de la coyunda una divertida fiesta donde no falten los fuegos artificiales, la
risa –esa proscrita a la que Torrente Ballester levantaba la falda y le hacía
cosquillas cuando en
Pero no
es mi intención centrarme en sólo esta su faceta más notoria cuando
pronunciamos esa dichosa palabra: “deseo”, que deseos hay muchos, pero el deseo
por antonomasia ya se sabe que se practica en la cama… habitualmente, quiero
decir, que si es por Woody Allen hasta un supermercado abarrotado de clientes
puede servir para la ocasión. Sí, se me ocurre que en ocasiones hay obsesiones
tales, y que sólo sirvan de ejemplo, como conseguir ascender a la cima más alta
del planeta, completar una colección de cromos, alcanzar tal sueño o tal otro,
que acaso contemplar estos deseos con una óptica parecida a la expresada en los
párrafos anteriores, podría convertirse en un simpático juego.
Existen
ciertos comportamientos tan típicos en los sapiens alpinistas, otro ejemplo no
más, que cuando uno cambia de registro y le quiere sacar las cosquillas a comportamientos
típicos, se encuentra con que probablemente muchos de éstos son lo
suficientemente ridículos como para que merezca la pena pasarlos por el tamiz
del humor. Esos tropecientos tíos o tías subiendo en un día al Everest haciendo
largas colas para pisar la cumbre de los que hablaba la prensa no hace mucho… Ya
tranquilos y de vuelta de la cumbre, cogemos a uno por uno; bueno, no a ellos
sino a sus deseos, y los pasamos por el escáner detector. Rrrrrrr, lo colocamos
en la cinta transportadora, el deseo entra en el túnel del escáner e intentamos
ver de qué está compuesto a través del monitor. ¡Menuda pasteta la que debe de
encontrarse el empleado de turno contemplando el interior de esos deseos…! ¿De
qué estarán hechos los deseos de toda esa multitud?, me pregunto.
A ver,
que no quiero hacerme un lío, que en realidad lo que yo pretendía era ver el
aspecto lúdico de ese deseo y la posibilidad de jugar con él, y quizás en este
último caso, esa pasión que impele a esa gente a subir al punto más alto de la tierra
formando parte de un rebaño, no se presta a ninguna diversión porque ahí el
individuo no tiene la oportunidad de jugar con su deseo, retenerle, mirarle, ya que en el momento en que se
ponga a ello los que vienen detrás no se lo permitirán y le empujarán para que
siga trepando por la cuerda fija. Sí podría haber jugado con su deseo Messner
cuando subió solo y sin oxígeno al Everest. La enormidad del deseo en ese caso,
acorde con una voluntad de hierro y una excepcional forma física, evidentemente
descarta la posibilidad de este tipo de ejercicio que me propongo esta tarde,
que tampoco se trata de jugar con todos los deseos, y menos a tantos grados
bajo cero y solo.
Sin
embargo, estando donde estamos, una situación en la que la carrera por
conseguir primeras invernales, primeras absolutas, primeras a la pata coja, está en la mentes de tantos, y de la de los medios que se ocupan de ellos, una carrera
que con mucha frecuencia más que una carrera por alcanzar cumbres es una
carrera de egos, es decir de sujetos sometidos a pasiones y deseos de muy
variable cariz, si a alguien se le ocurriera jugar en este caso con sus deseos y
para ello se quedara siempre a cincuenta metros de la cumbres que ascendiera –y
hay que recordar que la cumbre es un solo punto, como le dijera a Jorge Egocheaga
un periodista cuando éste se quedó a pocos metros de la cima del K2, para así
negarle el derecho a decir que había escalado esa montaña– se me ocurre que pocos
lograrían entender este acto erótico de contención.
No sé
por qué la relación del individuo con su deseo se me parece esta tarde como un asunto cuanto
menos interesante. La autoconciencia de lo que hacemos, cuando estamos inmersos
en algo, un proyecto, una aventura, un trabajo, un acto de creación, no es una
cosa corriente. Defendía Stefan Zweig en El
misterio de la creación artística que el artista cuando está inmerso en su
obra no puede dar cuenta de lo que está sucediendo dentro de sí porque está
fuera de sí. Lo que decía más arriba, es difícil bañarse y guardar la ropa. Sin
embargo sin llegar a ese estado de “ausencia” en que el artista puede entrar, sí
creo que el deseo pueda ser contemplado durante su desarrollo si nos lo
proponemos. El tantra, por ejemplo, que desarrolla un sofisticado control del
deseo sexual, con el fin de alargarlo y vivirlo con más intensidad, no es en
absoluto ajeno a la observación del deseo, que conoce en profundidad y
reconduce con técnicas que son milenarias en Oriente.
Quizás
no debí utilizar el termino jugar en el título, sucedió que de repente me
pareció divertido ser consciente de lo que sucede en nosotros en algún momento
en que el deseo campa por dentro buscando su satisfacción, y pensé que si era
capaz de asumir el deseo y además contemplarlo y controlarlo a mi gusto, se
derivaría una curiosa armonía en la que estando fuera de mí era capaz a la vez
de asumir lo que estaba sucediendo en mí. ¡Podía convertirme en espectador de
mí mismo! Y eso sí que era realmente divertido, tanto para reírme de mí –sonreír,
mejor– al reconocerme en la desmedida de las proximidades del placer, como para
contemplar todo aquello con la condescendencia de quien es objeto de la fuerza
que engendra la especie.
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