jueves, 10 de febrero de 2022

“Estar ahí dichosos en su estar”

 



El Chorrillo, 10 de febrero de 2022

Cuando uno descubre que una idea, un aserto o una sensación puede servir para entretenerse un poco, para llenar el tiempo con algo que Pedro Ramiro llama tiempo ocupado, tiempo bien ocupado, añadiría yo, y cumplidas las obligaciones matinales, hoy desocupar la furgoneta con todo aquello que me ha servido para vivir un par de semanas de vagabundeo por las montañas de España, lo primero que tiene que hacer es celebrarlo, celebrar que te sientas inclinado a indagar, a saber de qué está hecha una idea. Un divertimento, a mi modo de ver, más entretenido que rellenar sodokus, e incluso, diría yo, que entretenerte con una partida de ajedrez.

Al grano. Mi último post, último de esta gira invernal por las montañas, hablaba del tiempo libre, bendito él, se decía allí. Y esta mañana, cuando al final me vi libre, lo primero que me encontré fue un comentario de PR que decía: “Por encima del tiempo libre está el saberlo ocupar y por encima de saberlo ocupar, está el haberlo ocupado, veo que lo has ocupado y lo sigues ocupando”.

Lo que me llamó la atención fue eso de “tiempo ocupado”, que en expresión de PR sería, imagino, así tal cual, que lo usas, algo que sin más explicaciones no sólo se me quedaba corto sino que de golpe me remitía a algo que leí hace años y que esta mañana me he visto obligado a buscar. Y lo encontré. Se trataba de un librito editado por Acantilado, de Séneca, y que lleva el título de Sobre la brevedad de la vida, el ocio y la felicidad. Allí se dice en la pag. 21: “Nada hay menos propio del hombre ocupado que el vivir”. Independientemente de que en la cita el sujeto sea “hombre” y en el comentario de PR “tiempo”, tanto hombre como tiempo ocupado destilan un no sé qué de ajeno al impulso vital, al acto voluntario que hace de ese tiempo un acto de creación, que termina por hacer del tiempo una especie de recipiente que nos viéramos obligados a llenar. El concepto ocupar se me aparece como acto pasivo carente de la fuerza que imprime el deseo de aprender a vivir. “Si muchos hombres ilustres, escribe más abajo Séneca, luego de haber dejado todo impedimento y renunciado a riquezas, deberes y placeres, se dedicaron hasta el final de sus días a aprender a vivir, y sin embargo, muchos de ellos dejaron la vida confesando no saberlo todavía, mucho menos lo van a saber los hombres ocupados”. Al amigo PR le falta algo importante en su comentario, porque no es el ocupar el tiempo lo que cuenta sino el cómo lo ocupamos. El tiempo, que al decir de Lampedusa (El Gatopardo) se sumaría a lo que vives, en contraposición al tiempo en que existes, que Séneca ilustraría diciendo: “Por eso no hay motivo para que pienses que alguien ha vivido mucho porque tenga canas y arrugas: ese no ha vivido mucho, sino que existió mucho”.

En casa mantenemos, mantiene mi chica, la hortelana, un continuo litigio con el tiempo, lo que uno hace o deja de hacer, si tenemos tiempo para esto y no para lo otro, si me da tiempo o no me da tiempo, que quisiera hacer y no me da tiempo. Tiempo, tiempo, tiempo… que a veces satura mi capacidad de comprensión porque siendo, como decía Hemingway, “el tiempo el río en donde yo pesco”, se me parece un contrasentido querer ordenar las rutinas de los años de la jubilación con una lucha continua en donde entran en conflicto rutinas y actividades que parecen no poder ajustarse al estrecho corsé de las veinticuatro horas. Y ello cuando no convertimos en lamentación los conflictos que generan dar prioridad a unos asuntos en lugar de otros. Y siempre que abordamos este asunto, siempre pienso que no existen más problemas que en el cerebro de cada uno y que acaso el no saber estar en el instante, liberado, ajeno al futuro y las agendas está la razón de este desequilibrio. Octavio Paz lo expresa con la contundencia de sus versos:

Los insectos atareados,
los caballos color de sol,
los burros color de nube,
las nubes, rocas enormes que  no pesan,
los montes como cielos desplomados,
la manada de árboles bebiendo en el arroyo,
todos están ahí, dichosos en su estar,
frente a nosotros que no estamos,
comidos
por el amor comidos, por la muerte.

Y no comidos únicamente por el amor o la muerte, sino por las más convencionales ocupaciones que, como el agua al cuello, parecen obturar nuestra capacidad de ver el bosque desde lo alto.

No me gusta esa expresión “ocupar el tiempo”, llenarlo como si fuera un recipiente. Prefiero con mucho aquella otra de Hemingway, el tiempo donde yo pesco, ese espacio en donde yo vivo, dormito, ensueño, nado, escribo, escalo montañas, engendro hijos, aprendo, o como diría Séneca, “somos guiados hacia las cosas bellas y sacados de las tinieblas a la luz por un esfuerzo ajeno”, por la propia fuerza de nuestra voluntad.


2 comentarios: