El Chorrillo, 10 de enero de 2022
Estaba tratando de recuperar un delicado estado de ánimo
que me había venido tras el adormilamiento de una breve siesta, cuando sonó el guasap
del teléfono. Un momento así no debe ser interrumpido, así que evité coger el
móvil. Pudiera parecer un poco morboso si dijera que mi estado de ánimo provenía
de pensar la muerte, un pensamiento algo frecuente que, curiosamente, me llena
de una cierta sensación de paz. Me gusta pensar en ella, cuando la vida,
henchida de sí misma como un jardín donde ha sido posible cultivar las flores
más preciadas que puedan esperarse, se deja llevar, me lo pida acaso y entonces
yo, de acuerdo con ella, con esa disposición en que Amado y Amada se encuentran
en la noche oscura de san Juan de
Se trata de un momento muy especial que a veces siento
como la llegada a una cumbre, el esfuerzo de vivir, las dificultades de
afrontar el mal tiempo, el gozo de la ascensión abriendo un surco con los
esquís en la nieve del amanecer mientras el cielo se tiñe de malva, la dicha de
superar el dorado granito por donde discurre ese aliento que la vida va dejando
entre las yemas de los dedos y el alma, repartir la vida entre el peligro y la
soledad, entre el placer y el frío que entumece los dedos de las manos y los
pies.
Me gusta pensar en la muerte, un crepúsculo como el de
esta misma tarde hecho de fuego, de ámbar, de rutilantes nubes lanceoladas
meciéndose en el horizonte, o incluso, ¿por qué no instantes similares de ese
caminar embebido en livianos pensamientos en medio de la aterciopelada niebla
que te envolvió en tantas jornadas de caminar por las montañas y los bosques creando
un reducto de paz y silencio, bruñendo tus sentidos con su inenarrable y
magnífica soledad?
Livianos sí, los pensamientos que sin saber cómo ni por
qué te visitan y vienen, como quien busca un lugar calentito en que protegerse
del frío, a ovillarse en alguna parte del alma. Bueno, pues ya está. Ahora ya
puedes ver qué dice ese guasap que sonó hace un rato.
¡Hombre!, pero si es Jorge… A Jorge le había mandado yo el
día anterior la fotografía del atardecer sobre la cumbre del Torozo y ahora me
preguntaba por el lugar… y como otras veces aprovechaba para regalarme algún
tema musical. En esta ocasión Be Sure to
Wear Flowers in Your Hair, de Scott McKenzie: Haced el amor y no la guerra.
Conecto el amplificador. Me dejo embaucar por la música y su letra
If you're going to San Francisco
Be sure to wear some flowers in your hair
If you're going to San Francisco
You're gonna meet some gentle people there
Corría el año 1967 cuando este tema catapultó a Scott
McKenzie a la fama convirtiendo la canción en una especie de himno hippie.
Tiempos aquellos en que hubo la oportunidad de cambiar el mundo y en que el mayo
del 68 nos sonaba como hermoso revulsivo contra una sociedad poco o nada hecha
a la medida de nuestras aspiraciones. El gusto por la vida asomaba entonces por
todos los resquicios de una juventud enfebrecida con la idea de hacer más
habitable el mundo.
YouTube llena ahora la noche de mi cabaña con música de
los años sesenta. Mis pensamientos, como una abeja que volara de flor en flor a la búsqueda del néctar con
que fabricar la miel, dejan atrás la cumbre y se deslizan no sin cierta
melancolía hacia ese otro tiempo del pasado, los veinte años, en que a mí casi
me fue imposible hacerme una idea a fondo de lo que sucedía en el mundo
empachado como estaba con la experiencia de esa gran aventura que comenzaba a
fraguarse entre las montañas. Un mundo el del final de los sesenta que pasaba
como en sordina por mi conciencia y que después traté de recuperar con pobres
resultados al punto de experimentar, cuando como hoy asoman algunos de sus
fragmentos en forma de la música de entonces, un cierto sentimiento de
culpabilidad, el de no haber vivido con intensidad lo que aquellos momentos
traían al mundo. Escuchar entonces a The Doors, Led Zepellin, Mamas and Papas,
Triana o Pink Floyd, entre tantos, sólo de refilón me parece hoy un lamentable
desperdicio.
Si uno cuando está a punto de marcharse de este mundo
pudiera convocar a todas las felices circunstancias que ha vivido (Riders On The Storm, de los Doors, suena
ahora en los altavoces, recordándome que tampoco estaba tan lejos), habría que
hacer un buen hueco a aquellos años, que también fueron de febriles encuentros
con la música, aunque menos, mucho menos de lo que ella pedía.
Creo que hoy me voy a marchar a la cama con el buen sabor
de la magdalena que deja reencontrarse con las viejas músicas, también ellas
necesariamente compañeras de esos pensamientos que me visitaban tras la hora de
la siesta.
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