jueves, 5 de agosto de 2021

El caballo de Ariosto

 



El Chorrillo, 5 de agosto de 2021

 

Mis sensaciones unos días después del regreso a casa se han  vuelto mucho más amables que aquellas que me perseguían volando sobre el Mediterráneo días atrás. Ahora mi cuerpo descansado respira de otra manera. Son pocas las cosas que tienen importancia. Es una constatación, una fuerte sensación que acaso me están soplando en el oído las ráfagas de aire que me larga el ventilador sobre el cogote. Ayer hablé con un amigo que todavía anda dándose de hostias con un cáncer que semanas, meses atrás, le podía haber llevado la vida por adelante. Hablaba con la voz firme de los hombres fuertes que se han curtido entre las montañas desde la juventud.

Ariosto, cuando comenzó con la escritura de su Orlando Furioso, hizo dar vueltas al caballo durante un puñado de páginas; tenía necesidad de escribir y lo hizo, pero el caballo no arrancaba, iba de un lado para otro, no se decidía por ninguna dirección. Necesitó entrar en calor para iniciar al fin algo, “algo”. Ese algo que trato de atrapar yo esta tarde en que después de juguetear con el Photoshop y cambiar el nombre a mi blog por unas semanas, tuve el impulso de escribir sin que en absoluto se me ocurriera nada. Así que con el caballo ando de aquí para allá…

El ventilador ronronea a mi espalda. El té y las pastas me han dejado tibio el cuerpo y, tras dedicar un par de horas a organizar las semanas venideras, en que me he decantado por seguir haciendo de las cumbres y de las noches una fuente de sensaciones y reposo, ya estoy de nuevo en disposición de volver a mi vagabundaje estival. Un puñado de cumbres del Pirineo me esperan para conciliar mi sueño, y probablemente alguna que otra más que me pille por el camino. La casa está en paz, mi chica este año está tan enamorada de su parcela y sus flores, al punto de hacer de todo ello un placer, que por fuerza libera mi conciencia tanto como para poder relegar hasta mi vuelta cualquiera de esos trabajos algo más duros que los hábitos asignan al género masculino.  

Lo último que he leído esta mañana en un blog trata sobre la religión en la escuela, un tema que de algún modo todavía toca las fibras más sensibles de mi yo, ese que tantos años dedicó con vocación a intentar mejorar el mundo a través de los infantes que pasaron por mis manos. El medio en donde di clase durante más de treinta años estaba tan poco preparado, en general, claro, para poner en duda los mismísimos hechos del Génesis, que cuando en clase surgía alguna pregunta que rozara la ortodoxia oficial, no tenía más remedio que remitir a mis alumnos a la clase de Religión que impartía don Gregorio, el párroco de la localidad. En algún momento llegó incluso a ser problemático hablar del Big Bang. Hoy ya, sin requerimientos que me impidan decir lo que pienso, y considerando que, a la luz de los conocimientos que tenemos actualmente, la evidencia de que las religiones no son otra cosa que meras ficciones con las que los sapiens quisieron atenuar el hecho de la muerte o los sufrimientos que acompañan a la vida, la existencia no necesita de dioses que saquen a los sapiens las castañas del fuego. El autor del texto se oponía a que se incluyera la religión, cualquiera de ellas, en los programas de enseñanza.  Imagino que se refería a una enseñanza proselitista encaminada a dar continuidad a unas creencias y a unas prácticas propias de específicas religiones.

El tema es complejo lo suficiente como para que sea imposible meterlo en el corsé de unas pocas líneas, pero, estando de acuerdo con la desaparición de la enseñanza de la religión en las escuelas, algo que debe pertenecer al ámbito exclusivo de las mezquitas o las parroquias, no lo estaría si ello implicase la desaparición del estudio de las religiones como elemento cultural esencial a lo largo de los siglos, de parecida manera a que estaría en desacuerdo si quedáramos privados de la enseñanza de los clásicos griegos, de la lectura de la Iliada o del Mahabarata, de la Biblia o del Tao Te Ching. Las aportaciones que han hecho directa o indirectamente las religiones a la cultura son tan fabulosas que sería estúpido prescindir de ellas. De desear sería que se estudiaran las religiones, incluyendo sus horrores y sus bondades, como parte de la evolución del desarrollo del pensamiento y del comportamiento de los humanos. Deberíamos saber cómo ha sido posible, qué mecanismos han intervenido, para que  a lo largo de miles de años millones y millones de seres humanos hayan asumido lo que hoy nos parece, a muchos, un cuento infantil como una verdad indiscutible.

De la tenacidad y del esfuerzo de los sapiens es de donde surge el hombre capaz y creativo, la cultura, todo lo que tenemos y que hace la vida más llevadera, más excelente. Un septuagenario puede quedarse apoltronado en un sillón esperando la venida de Godot, pero también puede eso que ya casi es un tópico enunciar, hacer de su vida un arte. Estudiar, hacer frente con entereza a una enfermedad, fracasar catorce veces en subir un ocho mil y volver al siguiente otoño por quincuagésima vez a intentarlo. Si dejas de pedalear te caerás de la bicicleta. Todo ello me recuerda también las posturas que mantenemos frente a la realidad, lo fácil que es yacer en los brazos de otros que piensan por nosotros, que nos mantienen en un sentido edulcorado de la vida con sus paraísos y sus dioses protectores, y ególatras, que nos llevarán en volandas después de una insípida vida a vivir eternamente la más sosa y fofa de las existencias.

Era muy jovencito cuando leí Así hablaba Zaratustra, de Nietzsche. “He aprendido a andar; desde entonces me abandono a correr. He aprendido a volar; desde entonces no espero a que me empujen para cambiar de sitio. Ahora soy ligero. Ahora vuelo. Ahora me veo por debajo de mí. Ahora baila en mí un dios”.

La fuerza que desprendía aquella prosa en tiempos en que habíamos empezado a practicar la escalada y a experimentar la fuerza que surgía de aquella actividad que llevábamos a cabo en la montaña, abonó una manera de vivir y de enfrentarse a la realidad, que hoy, cuando hablaba por teléfono con el amigo al que me refería más arriba, se revelaban en él, en medio de un cáncer invasivo, como una poderosísima herramienta de entereza y amor a la vida.

Un abrazo y forza!, L.

 


2 comentarios:

  1. Siempre serás un caballero andante, no paras de andar y pensar, pero para que sigas pensando, las religiones son cosas de hombres, pero para que un universo tan grande para cuatro que somos en el planeta Tierra, la energia ni se crea ni se destruye y en realidad somos energia, creo. Las células de nuestro cuerpo se parecen a los sistemas del universo, un núcleo con satélite. Todo esto da mucho para pensa, muchas tribus han adorado al Sol y muchas cosas de la naturaleza, algo hay, y no es religión, pero que es, un cuerpo llamado universo o con distintos nombres como sueño, Buda, Bicban, Ala, que más da el nombre, pero yo como esos indios pienso que que algo hay, una cosa tan grande no se hace para cuatro tontos de lo que llamamos Tierra. Y no pretendo coger poder como brujo de la tribu. Ya he dicho muchas tonterías.

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    1. A seguir tan animoso tan animoso y tan fuerte y que esa energía de la que hablas que no nos falte.

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