El
Chorrillo, 8 de mayo de 2021
Estreno
hamaca estos días, uno de esos inventos que parecen resucitar inesperadamente
cuando primavera definitivamente se ha instalado entre nosotros. La hamaca la
rescatamos Victoria y yo para nuestra época de verano en casa en un largo viaje
fluvial de medio mes por el Amazonas entre Manaus e Iquitos. Fue un
descubrimiento que venía acompañado por un ambiente extraordinariamente
sugestivo. Desde la hamaca el mundo entonces era un mundo sin tiempo por más
que el runrún del motor día y noche durante dos semanas pudiera sustituir al
tic tac del reloj. Los atardeceres como láminas de plata sobre el río o como
rojo fuego refulgiendo allá entre las palmeras de la orilla, el tránsito de las
constelaciones en las largas noches en que la brisa atemperaba el calor húmedo,
o las prolongadas paradas para dejar o recoger viajeros en perdidas aldeas de
la orilla, no eran más que una breve inflexión en la quietud del tiempo que
transcurría igual a si mismo día tras día. El libro entre las manos, la mirada
distraída sobre un pasajero, sobre un niño que correteaba por cubierta, la
infinita lentitud con que los reflejos de la tarde tendían sobre el río su luz
bermeja, todo contribuía a hacer del tiempo de aquel viaje una balsa de aceite.
Por entonces escribí una novela titulada Días de hamaca y río que
ambienté en el contexto de un viaje que habíamos comenzado meses atrás en
Ciudad de México y que tras atravesar Centroamérica proseguiría por Venezuela y
Brasil para demorarse después en los Andes y terminar en el Machu Picchu. Todo
aquel trajín de viaje logró serenarse sobre la hamaca en el transcurso de medio
mes, logró aquietar esa carrera contra el tiempo en que a veces un viajero se
ve metido cuando pierde el control y convierte el viaje en una prueba de
velocidad.
Total,
que el mundo se había detenido entonces, y esta tarde sin río a babor ni a
estribor, la hamaca tuvo la gentileza de trasportarme de nuevo a aquel viaje.
Que el tiempo vaya más deprisa o más despacio, o que incluso se detenga, tiene
su gracia, porque conociendo el mecanismo que activa la velocidad o la
ralentiza uno puede dominar mejor, hasta cierto punto, el ritmo de su vida. Hay
momentos en que esta detención del tiempo se hace más patente, sucede entonces
como si uno, recogido sobre sí mismo, pudiera sentir y percibir la realidad con
una mayor intensidad y conciencia e, incluso, desde ese estado de ánimo acceder
a una especial percepción del tiempo y de la realidad más íntima en donde el
tiempo puede incluso llegar a difuminarse.
Hoy, un
compañero del FB, sacaba a colación en su muro alguna idea en la que citaba a
Bergson, que coincide con Marcel Proust en sustraerse a la concepción
tradicional del tiempo, abogando por un tiempo interior donde el pasado revive
en la memoria. A mí me gusta pensar en una idea de la realidad en la que el yo,
como una parte del Todo, se percibe a sí mismo en íntima interrelación con lo
que le rodea, el gorrión moruno que pía en las ramas cercanas, las hiedras que
trepan por el sauce llorón de enfrente hasta las ramas más altas con intención
de devorarlo, las nubes que como caballitos de feria cabalgan por el cielo de
la tarde, las hormigas que circulan bajo mi hamaca; todos formando parte de una
íntima globalidad, hermanados, interdependientes, compañeros de viaje de la
vida.
Le
comentaba precisamente al compañero de FB que lo que expresaba en su entrada
creía que tenía que ver precisamente con ese Todo en que estamos inmersos y que
a la vez aglutina el tiempo como un hecho simultáneo en donde la secuencialidad
puede llegar ser sólo una referencia más porqué todo sucede en el mismo insante,
Días
atrás un comentarista aconsejaba al autor de un blog que sigo no ser demasiado
prolijo en su escritura porque, decía, si no la gente no te lee. Me hizo gracia
eso de que para que te lean no tengas que pasar de tres o cuatro líneas. Con
este criterio elevamos a Twitter a ejemplo de lo que debe ser la escritura. Una
consecuencia, de seguir este criterio, es que a pan y agua quedamos los que
gustamos de reflexionar por escrito, que
en mí precisamente es una de las mejores maneras de aclararme sobre la realidad.
No comento otros aspectos porque los tales lectores con prisas son un gremio en
el que no estoy interesado, pero es que, sí, tiene cojones la cosa, eso de que
haya que escribir cortito y con un vocabulario reducido para que esas
“mayorías” lectoras se dignen leer algo.
En fin… Me salí del asunto porque en esa simultaneidad en que se producen los
hechos ;-) me dio por pensar que estaba siendo muy largo y me acordé de los
consejos del comentarista, no fuera a ser que etcétera.
El
tiempo ni es de oro ni de hojalata, el tiempo todo lo más es, como aseguraba
Hemingway, el río donde cada uno pesca.


El último párrafo me suena de algo... Un abrazo
ResponderEliminar:-)
EliminarHace un momento me volvieron las ganas de volver a La Habana.