jueves, 7 de enero de 2021

Contar es vivir (te)

 




El Chorrillo, 8 de enero de 2020

 

Fue el amigo Cive quien me llevó al sugestivo título de este post, y que tomo prestado del blog de José Gustavo Catalán, ­un médico vasco afincado en Mallorca. De alguna manera “Contar es vivir (te)” es algo que vengo afirmando a cada momento cada vez que tomo el teléfono, mi particular máquina de escribir, para dejar constancia del relato de una experiencia en la montaña, una idea o cuando esbozo sensaciones o emociones que me deparan mis ratos de soledad mientras camino, cuando viajo o retengo mediante la escritura experiencias e impresiones que de no estar escritas quedarían diluidas en los vericuetos de mi memoria. “Aquí tienes otro ‘señor mayor'  impenitente escribidor”, me decía Cive (Cive Pérez en los libros publicados. Mi amigo es un activista incombustible de la renta básica y la desobediencia civil), y a continuación me mostraba la dirección de su blog. No tuve tiempo de pasar adelante más que con alguna somera lectura de alguno de sus post, que me prometo volver a retomar; no tuve tiempo porque quedé prendado del título, ese “Contar es vivir (te)”, que yo he usado muchas veces para justificar una cierta facundia que sufro a la hora de dar suelta a lo que me pasa por el magín derivado del simple hecho de vivir.

Contar es vivirse. Me sucede estos días cuando tomo uno de esos volúmenes que escribí viajando por el mundo. Cada vez que comienzo un capítulo revivo mi viaje, la intimidad de mis emociones, el trasiego de las gentes con las que conviví desde Turquía a China, desde Japón a Indonesia o Nueva Zelanda. Página a página surgen rostros, caravasares, travesías marinas, montañas, museos, la sabrosa cocina oriental, el esplendor de algún desierto. Me revivo en la lectura del relato que pacientemente cada tarde iba surgiendo bajo un ventilador en Vietnam o Camboya o en mitad del desierto australiano.

Cada vez que tomo el teléfono y las yemas de mis dedos empiezan a deslizarse por el teclado ya me empieza a correr un pequeño placer por dentro porque qué gusto se le puede ir cogiendo a este diminuto teclado que hace años me parecía totalmente imposible de manejar porque mis dedos eran demasiado grandes para unas teclas tan pequeñas. Hoy hasta una obra de las dimensiones de Guerra y Paz se podría escribir en este diminuto aparato. Seguro que Tolstoi se escandalizaría, o Vargas Llosa que sólo puede escribir en determinado papel que compra en una papelería de Londres sonreiría sardónicamenre ante esta idea. Pero seguro que después de probar la versatilidad de este medio que puedes utilizar haga frío o calor, al aire o en el sofá o, como me sucede a mí en ocasiones en el interior del saco de dormir o caminando, incluso los más escépticos terminarían por aceptarlo. No sólo eso, está también el placer táctil de escribir en este medio. Cuando viajaba por el mundo cargado en la mochila con un portátil Compaq de dos kilos y medio… aquel teclado también era una maravilla, sólo que era un trabajo ímprobo cargar con el durante medio año a través de los Andes y los altos collados del Parinacota o el Nevado Lanín. En esta miniatura de teléfono puedo escribir sin ningún problema dentro de mi saco en una cima cuando el termómetro desciende por debajo de los diez grados bajo cero. Todo un lujo.

Pero especialmente un lujo porque te permite dejar un rastro de tus emociones en mitad de una tormenta o del frío del invierno. Contar es vivirte en el momento que escribes, cuando los sentimientos arrebolados arriba y abajo de tu piel piden, como al poeta enamorado, dar cuenta de su pasión, de su tristeza o de la exaltación de su ánimo. Cuando en la soledad el hombre necesita hablar con el hombre, hablo con el hombre que va conmigo, decirse, contarse, reflexionar largamente como quien intenta abrirse paso en la oscuridad de una proposición con el ánimo de encontrar un resquicio de luz, se convierte en un precioso tú a tú en el que la vida se hace autoconciencia, en que pensar es pensarse y neta contemplación de esa cosa rara que llamamos existencia y que nunca nos cansaremos de mirar, como quien admira las armonías de un cuadro o escucha atentamente el fragmento de un cuarteto de cuerda cuyas notas están hechas tanto de la realidad externa que vivimos como del efecto que produce en nuestro ánimo el conjunto de la realidad en que estamos inmersos.

Contarse la vida, contemplarla como quien contempla una de esas imágenes que entran por la retina a zarandear a nuestras emociones, contársela con el afecto de quien guarda un pequeño tesoro que poco a poco va creciendo en experiencias y el gusto por la vida.

Contar la vida y escribirla, además de vivirse, es tener a mano la  posibilidad de volver a degustar el vino que una memoria renuente puede negarse a entregarnos. Buenas barricas de roble necesita el tabernero. Ergo…

 

 

 


2 comentarios: