El
Chorrillo, 8 de enero de 2020
Fue el
amigo Cive quien me llevó al sugestivo título de este post, y que tomo prestado
del blog de José Gustavo Catalán, un médico vasco afincado en Mallorca. De
alguna manera “Contar es vivir (te)” es algo que vengo afirmando a cada momento
cada vez que tomo el teléfono, mi particular máquina de escribir, para dejar
constancia del relato de una experiencia en la montaña, una idea o cuando
esbozo sensaciones o emociones que me deparan mis ratos de soledad mientras
camino, cuando viajo o retengo mediante la escritura experiencias e impresiones
que de no estar escritas quedarían diluidas en los vericuetos de mi memoria.
“Aquí tienes otro ‘señor mayor'
impenitente escribidor”, me decía Cive (Cive Pérez en los libros
publicados. Mi amigo es un activista incombustible de la renta básica y la
desobediencia civil), y a continuación me mostraba la dirección de su blog. No
tuve tiempo de pasar adelante más que con alguna somera lectura de alguno de
sus post, que me prometo volver a retomar; no tuve tiempo porque quedé prendado
del título, ese “Contar es vivir (te)”, que yo he usado muchas veces para
justificar una cierta facundia que sufro a la hora de dar suelta a lo que me
pasa por el magín derivado del simple hecho de vivir.
Contar
es vivirse. Me sucede estos días cuando tomo uno de esos volúmenes que escribí
viajando por el mundo. Cada vez que comienzo un capítulo revivo mi viaje, la
intimidad de mis emociones, el trasiego de las gentes con las que conviví desde
Turquía a China, desde Japón a Indonesia o Nueva Zelanda. Página a página
surgen rostros, caravasares, travesías marinas, montañas, museos, la sabrosa
cocina oriental, el esplendor de algún desierto. Me revivo en la lectura del
relato que pacientemente cada tarde iba surgiendo bajo un ventilador en Vietnam
o Camboya o en mitad del desierto australiano.
Cada
vez que tomo el teléfono y las yemas de mis dedos empiezan a deslizarse por el
teclado ya me empieza a correr un pequeño placer por dentro porque qué gusto se le puede ir cogiendo a este diminuto teclado que
hace años me parecía totalmente imposible de manejar porque mis dedos eran
demasiado grandes para unas teclas tan pequeñas. Hoy hasta una obra de las
dimensiones de Guerra y Paz se podría escribir en este diminuto aparato.
Seguro que Tolstoi se escandalizaría, o Vargas Llosa que sólo puede escribir en
determinado papel que compra en una papelería de Londres sonreiría
sardónicamenre ante esta idea. Pero seguro que después de probar la
versatilidad de este medio que puedes utilizar haga frío o calor, al aire o en
el sofá o, como me sucede a mí en ocasiones en el interior del saco de dormir o
caminando, incluso los más escépticos terminarían por aceptarlo. No sólo eso,
está también el placer táctil de escribir en este medio. Cuando viajaba por el
mundo cargado en la mochila con un portátil Compaq de dos kilos y medio… aquel
teclado también era una maravilla, sólo que era un trabajo ímprobo cargar con
el durante medio año a través de los Andes y los altos collados del Parinacota
o el Nevado Lanín. En esta miniatura de teléfono puedo escribir sin ningún
problema dentro de mi saco en una cima cuando el termómetro desciende por
debajo de los diez grados bajo cero. Todo un lujo.
Pero
especialmente un lujo porque te permite dejar un rastro de tus emociones en
mitad de una tormenta o del frío del invierno. Contar es vivirte en el momento
que escribes, cuando los sentimientos arrebolados arriba y abajo de tu piel
piden, como al poeta enamorado, dar cuenta de su pasión, de su tristeza o de la
exaltación de su ánimo. Cuando en la soledad el hombre necesita hablar con el
hombre, hablo con el hombre que va conmigo, decirse, contarse,
reflexionar largamente como quien intenta abrirse paso en la oscuridad de una
proposición con el ánimo de encontrar un resquicio de luz, se convierte en un
precioso tú a tú en el que la vida se hace autoconciencia, en que pensar es
pensarse y neta contemplación de esa cosa rara que llamamos existencia y que
nunca nos cansaremos de mirar, como quien admira las armonías de un cuadro o
escucha atentamente el fragmento de un cuarteto de cuerda cuyas notas están
hechas tanto de la realidad externa que vivimos como del efecto que produce en
nuestro ánimo el conjunto de la realidad en que estamos inmersos.
Contarse
la vida, contemplarla como quien contempla una de esas imágenes que entran por
la retina a zarandear a nuestras emociones, contársela con el afecto de quien
guarda un pequeño tesoro que poco a poco va creciendo en experiencias y el
gusto por la vida.
Contar
la vida y escribirla, además de vivirse, es tener a mano la posibilidad de volver a degustar el vino que
una memoria renuente puede negarse a entregarnos. Buenas barricas de roble
necesita el tabernero. Ergo…
Magnífica digresión (con independencia de su mención a mi blog). Seguiremos...
ResponderEliminarGracias... seguiré leyéndole.
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