El
Chorrillo, 26 de octubre de 2020
El siguiente post, cuyo contexto es de ámbito local, pero cuyo contenido puede servir para en general poner en el candelero qué hacer con los condenados por algún delito, plantea la posibilidad de substraerse a los deseos de venganza, tan profundamente enraigados en el alma humana, para instalarse en una actitud de clemencia y de reinserción de los condenados en la vida ciudadana tras el cumplimiento de la condena.
Echo de menos no estar capacitado para hacer un análisis
de una situación que se da entre alguno de los vecinos de un pueblo, Serranillos del
Valle, que reciben casi con júbilo y con
los ojos llenos de una vena justiciera la condena de su exalcaldesa que en su
gestión anterior se aprovechó de su cargo público al punto de convertirse en
uno de esos personajes corruptos que tanto abundan en el PP. Lo hecho de menos
porque estando de acuerdo con la condena y con la necesidad de hacer justicia,
observo entre los vecinos, vecinos acaudillados por el alcalde, una fiebre tal
de ensañarse con la víctima que me preocupa. La pequeña revuelta de un grupo de
vecinos, encabezados por el presidente de la corporación municipal, que llega
al punto cómico, y que tanto me hace reír por lo que tiene de reacción infantil,
de bloquear mi acceso a la web de FB donde yo expresaba días atrás mi opinión,
contiene indicios de un comportamiento que
seguro que podrían atraer la atención de algún sociólogo o psicólogo interesado
en analizar los signos patógenos que se pueden derivar de personas cebadas con
la idea de la revancha y donde se observa una mal disimulada tendencia a la
venganza, a machacar al caído hasta hacerle comer la tierra.
Los vítores con que “el pueblo” acompañaba a los reos
camino de la horca en alguna época histórica siempre me fueron repugnantes, porque
incluso conteniendo en su seno los ecos de una justicia, lo que en sí se hacía ver era alguna clase de instinto
primitivo de linchamiento que me repugna. El que yo me haya enfrentado días
atrás a la posibilidad de este previsible comportamiento y que yo veía aflorar
en los ojos de algunos comentaristas con tanta claridad, y que haya recibido la
respuesta que he recibido de vecinos que pasaban por alto todos mis argumentos
para simplemente abrir la boca y soltar sapos insultándome, denota con toda
evidencia que los tales vecinos en absoluto estaban interesados en comprender
las razones que esgrimía, que lo único que perseguían era dar suelta a ese
espíritu de revancha con que pretendían disfrazar su impulso primitivo de
venganza. Eso y que quizás, como ya argüía en otro post, las posibilidades de
comprender un texto les impedía acceder a mis conclusiones.
La clemencia es una cualidad humana poco apreciada en el
corazón de muchos hombres. Desde siempre su contraria, la venganza, tuvo un
espacio mucho más holgado en su alma que la reconciliación y el reencuentro. Hablar
de ella previamente antes de establecer la relación que aquélla puede tener con
ésta, la venganza, es necesario porque no hay unanimidad en el desarrollo
jurídico sobre la conducta a seguir con las personas condenadas por alguna
falta contra la comunidad, esa oposición entre el que hace la paga y aquellos
otros que consideran al infractor como alguien que ha incurrido en delito, pero
del que se puede recuperar; y hablar de ella significa que frente a una
justicia que intenta machacar al reo y anularle, deberíamos tener en mente la
concepción de una justicia que fuera acompañada por un espíritu de reinserción que
considerara a los culpables de delito como pobres diablos que han caído en las
manos de la codicia o cualquiera de los otros demonios que acechan al ser
humano.
Y esto debería servir para los casos corrientes. Echo mano
de un ejemplo al que me referí anteriormente ocultando la personalidad del
infractor y que en este momento dadas las circunstancias no es necesario
ocultar. Una madrugada al alcalde de nuestra localidad le sorprende la policía
conduciendo con un alto índice de alcohol en el cuerpo. Las derivaciones de
conducir en estas circunstancias, aunque se le califique de infracción
administrativa, según las estadísticas y los datos esgrimidos por
Vivir en un pueblo donde a algunos se les hacen apreciaciones
tan humanas y, me parece, dignas de atención, y que te reciban a garrotazos sin
entender palabra de lo que estás diciendo, denota un nivel cultural y humano
bastante acorde con esa mediocridad aplastante que guía a una parte
considerable del país cuyas muchas horas frente a la teletonta y su escaso
nivel de lectura y reflexión les incapacita para participar en la construcción
de un mundo mejor. Obcecados en cuatro cosas, algunas de ellas rotundamente
equivocadas en mi opinión, pierden el norte y si alguien les hace una pequeña
observación se revuelven como si hubieras cometido un delito de lesa humanidad contra
el sacrosanto buenpensar del statu quo.
Que me importe un pito lo que puedan pensar algunos
vecinos o el alcalde porque no son capaces de acceder a un discurso inteligente
que intenta abrir las puertas a un grave problema sociológico, no debe privarme
primero de aclararme a mí mismo en la complejidad de un problema comunitario y
en segundo lugar poner esto en el tablero público por si alguien lo quiere leer.
Ellos tiran del carro de sus instintos, yo sólo intento aclararme, y si llega
el caso acceder a alguna mente inteligente que quiera y pueda entender la
defensa que hago de abrir los brazos a una convivencia sin menoscabo de que
previamente se cumpla la justicia.
A los acólitos, censores ellos de lo que no conviene o
gusta al alcalde y a los que piensan como él, les diría que se pongan un poco
al tanto de lo que significa libertad de expresión, que no es bueno andar hoy
día tan ayunos e ignorantes de conceptos tan sencillitos. Ya que el FB Serranillos del Valle-Vecin@s parece
estar en manos de manipuladores, sugiero a quien quiera seguir el hilo de estas
u otras consideraciones sobre el pueblo utilicen el Twitter.
Ah, y si alguien se acerca por aquí que no se olvide de
traer bajo el brazo los argumentos en vez de los consabidos insultos, que no
son propios más que de aquellos habituados a balar.

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