El
Chorrillo, 22 de septiembre de 2020
“Somos la clase social ascendente, tenemos
chalet, piscina, coche, hemos aterrizado en un pueblo pequeño y ahora queremos
que a cada uno nos pongan un poli en la puerta de nuestra casa para protegernos
de los borrachos, los gitanos y todo ese tipo de gente”. A esto huele algún
comentario de un vecino que respondía a un escrito mío anterior en el que me mostraba
en desacuerdo con algunas inversiones del ayuntamiento en materia de seguridad.
El pueblo tenía alrededor de quinientos habitantes hace treinta años y entonces
el ayuntamiento estaba copado desde muchos años atrás por una familia y sus
allegados que, bueno, en cierto modo gestionaban el pueblo al modo en que el franquismo
les había enseñado. Por entonces, que empezaron a construirse casas nuevas,
llegábamos a pensar que quizás con el tiempo viniera gente al pueblo con ideas
más modernas y adaptadas a la realidad que podrían enderezar el rumbo de una
actividad municipal netamente endogámica. Y pasaron los años, treinta más o
menos, los alrededores del antiguo núcleo urbano se llenaron de chalets y la
población del pueblo se multiplicó por ocho. Ahora, entre parte de esta nueva
población, con un nivel adquisitivo
importante, influenciada por los mercaderes de la seguridad y con una
mentalidad consumista que pretende
construir a su alrededor una especie de muralla china para protegerse de los “delincuentes,
los gitanos y esa clase de gente”, en vez de una mentalidad moderna lo que crece,
parece, es un deseo tan desmesurado de tener un fuerte cuerpo de policía
alrededor que, admirado estoy, ya empiezo a tener el presentimiento de que este
pueblo, de cumplirse los deseos de algunos, pronto lo tendríamos convertido en
una distopía, un 1984 (George Orwell)
a la medida de una nueva clase social encerrada entre las paredes de sus
chalets que fuera de los muros de su casa sólo ven elementos que puedan
estorbar su pequeña vida burguesa arremolinada en torno a un jardincito, una
piscina, un par de coches, un importante nivel de consumo y unas vacaciones en
Benidorm.
Vamos,
para mí que tanto alardeo de vagabundo cuando me voy por ahí por el mundo a
patear la tierra de los caminos con una mochila en donde cabe todo lo que
necesito para vivir, o que gusto dormir bajo las estrellas al final de un largo
día de caminata, toda esta historia de la seguridad, los policías en exceso,
las cámaras, las nuevas pistolas, me suena a tan necesidades de postín de una
nueva clase social que recién ha engrosado la clase media del pueblo y del
país, que obviamente no puedo hacer otra cosa que sonreír benévolamente o
esbozar un rictus de ironía. Esos “nuevos ricos”, algunos de ellos, quiero
decir, algunos de ellos, lo repito, arribados como están a una nueva condición
más acomodada, tengo la impresión que son una parte importante de los vecinos
que de alguna manera ejercen presión sobre los gestores del ayuntamiento
imponiendo por diferentes vías sus criterios de prioridad en los presupuestos
municipales.
Hace
treinta años en el pueblo no teníamos problemas de delincuencia; en la
actualidad, en palabras de Rubén, responsable del área de seguridad, tampoco
los tenemos; pero… sí, existe una gran demanda de seguridad, pese a la nula
delincuencia. Esto es una paradoja que sólo la pueden entender aquellos en
cuyas mentes alguien interesado en vender seguridad ha inoculado algunas dosis
de temor o miedo, a no ser que se crean que viven en una de esas urbanizaciones
de nuevos o viejos ricos en que las calles están constantemente patrulladas por
agentes de seguridad y pretendan que el ayuntamiento se haga cargo de los
gastos. Por cierto, antes de pasar al párrafo siguiente querría decir que si el
vecino Marcos Díaz García, autor ayer del comentario sobre el gitano y que escribía
lo siguiente: “pese a que Serranillos sea un pueblo tranquilo no quita que haya
cualquier día algún problema con algún borracho, gitano, o delincuente que esté
por aquí de paso...”; que si el vecino, decía, un día me viera atravesar este pueblo con la mochila a la
espalda lo mismo alertaba a la policía local para que ésta constatara si yo era
un malhechor. Entiendo que vecinos con esta actitud son un peligro para la salud mental de la comunidad.
Sería
inútil que yo expresara una filosofía de la vida contraria a toda esta
mentalidad pequeño burguesa que apunta en el pueblo y el país entero, esa
mentalidad en donde el voto a la extrema derecha en la que se aúna la
insolidaridad, la homofobia, el desprecio por los inmigrantes o los gitanos
queda explícitamente clara por lo resultados de las últimas elecciones; sería
inútil, porque en los tiempos que corren, tan poco dados a la reflexión, la
lectura o al análisis de la realidad global, y en donde la capacidad de pensar
queda mermada por la inmediatez del ruido de los medios y las consignas que
vienen de un lado u otro, la posibilidad de hacerse oír o analizar, por
ejemplo, por qué el ayuntamiento prioriza en sus partidas presupuestarias
gastos de seguridad sobre otros gastos sociales, educativos o de infraestructura,
es totalmente nula. Estamos construyendo una sociedad en donde las respuestas a
los porqués de fondo de las cuestiones económicas y sociales quedan arrolladas
por decisiones en absoluto suficientemente sopesadas o que siguen adelante en
función de “alguna moda” que dicta la conveniencia, por ejemplo, de espiar con
cámaras a todo ser viviente que pasa por la calle como si se tratara de un
posible delincuente en potencia.
Me
pregunto si la función de un ayuntamiento será o no realmente ésta que se
perfila en algún momento de atender a la demanda de un determinado vecindario
mediatizado por un miedo enfermizo a que alguien rompa su clima de tranquilidad,
o si por el contrario éste habría de centrarse en necesidades que tengan un
respaldo solvente y justificado. Me decía Rubén en un comentario que la
educación no es competencia del Ayuntamiento. Claro que es competencia del
Ayuntamiento y quizás sea, según mi punto de vista, una de las más esenciales tareas
que los responsables deberían asumir.
Me
explico, pero antes un preámbulo. Me quedan muy pocos países que visitar del
mundo y si hay algo general que me permite tener una primera impresión de algún
lugar cuando he aterrizado en un aeropuerto del Sureste Asiático o de Latinoamérica
es la suciedad de las calles y el desprecio por el mobiliario urbano. ¿Sabes
Rubén, le diría a nuestro concejal, qué es lo que diferencia a un país de estos
del nuestro? No es el número de policías, es el nivel de educación lo que marca
la diferencia entre un comportamiento y otro. Si alguien destroza el mobiliario
urbano o tira basura en el campo es un pobre hombre que está más cerca del
chimpancé que del hombre corriente y por tanto lo que necesita no es un policía
sino alguien que le eduque y le haga comprender una realidad que le es ajena.
Con frecuencia en mis paseos matinales por el municipio me tropiezo con algún
montón de basura que algún guarro, un puerco sin más, ha depositado en el campo
(paréntesis para decir que en algunas de estas ocasiones el ayuntamiento atendió
gentilmente a mi llamada para retirarla). Una vez paré a la policía municipal
para ponerles al corriente. “Si los pudiéramos pillar…”, me dijeron. No podemos
llenar el campo ni el pueblo de policías para impedir que se tire basura al
campo. Es un ejemplo. Por tanto la solución no es otra que educar. Sí sería
competencia del Ayuntamiento diseñar campañas sistemáticas entre los vecinos
destinadas a concienciarlos sobre aspectos de convivencia y respeto que hoy en
última instancia son competencia de la policía local, por vía pecuniaria. Campañas
sistemáticas, sí, que rescaten a los desaprensivos de su condición incivilizada
para traerlos a la otra condición de ciudadanos respetuosos con las personas y con
el uso del espacio público.
Yo
alentaría a los responsables de seguridad del Ayuntamiento, que bien podría
llamárseles de concienciación ciudadana al servicio de una mejor convivencia, a
trabajar por encontrar caminos que contribuyan a desarrollar actitudes cívicas
más que a estar a la última en las tecnologías puntas de seguridad. Aquella
consigna del mayo del 68, “La imaginación al poder”. En un planteamiento así quizás
a la policía municipal en vez de dotarles de pistolas habría que dotarles de
una gran capacidad pedagógica y de un alto grado de empatía con la que pudieran
ayudar, digo ayudar, a los posibles candidatos a delitos a cambiar de actitud. Lo
siento, vuelvo a insistir, estoy como vecino en desacuerdo con el
desproporcionado gasto de seguridad que se hace en el pueblo. En el siguiente enlace, que pertenece a

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