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Templo de Khajuraho (India) |
El
Chorrillo, 24 de julio de 2020
Los orígenes del mundo. Resulta casi cómico que en nuestra
civilización occidental los orígenes del mundo hayan sido reducidos al oprobio
de la vergüenza pública. Uno se mira el pito ahí adormilado con la cabeza
recostada sobre un muslo mientras trata de abrirse paso en el calor de la
mañana el nuevo día y lo que le sale es una sonrisa un tanto sardónica de
conmiseración. Pobres humanos, ¿verdad, señor pito? Y eso sin pedirle su
opinión al susodicho, que si pudiera hablar seguro que soltaba una carcajada
conociendo como conoce las incoherencias de un mundo que en ciertas cosas
parece sumido en la infantilidad aquella que se usaba en nuestra niñez de ¡atento,
que viene el coco! Eso dice cada día ese dios de la modernidad que llamamos
Facebook, que cada vez que ve asomar un culo o un pito por su reino va, agarra
la guillotina y lo destina al otro mundo. No, señor, pecado, feo, pobres niños
ellos que quedarán marcados de por vida si tales cosas aparecen frente a sus
ojos. Ja, de verdad, no hay cosa más infantil en el mundo que ver a adultos de
carne y hueso escandalizarse ante la visión o mención de un pito: Pito pito gorgorito ¿Dónde vas tú tan
bonito?
Ah, que tendrá el pito y su complemento, o para no pecar en eso del género, qué tendrá la cajita y su amigo, para que pitos y almejitas tengan que viajar al modo de Orson Wells por el submundo de los desagües de la ciudad, y todo porque llamar pan al pan y al vino vino ruboriza a un buen puñado de sapiens que sufrieron desde su infancia los efectos de una educación para dejar a uno turulato. Vamos, lo suficiente para que el señor Freud o el señor Jung encontraran entretenimiento en sus estudios para toda la vida.
Yo
esta mañana había encabezado la pantalla de mi ordenador con un título que
rezaba así, La demonización como arma
política, pero mientras jugaba en la piscina con mis nietos Manuel y
Manuela y con Victoria, todos como vinimos al mundo, pensé que no merecía la
pena meter las manos en una masa que con toda seguridad iba a tener la facultad
de segregar algún tipo de bilis en mi organismo, así que, mientras vigilaba a
Manuela que ya casi llegaba a hacer un largo de un tirón, ayer fue la primera
vez que nadó sin los manguitos, preferí divertirme un poco a costa de cierta
mojigatería universal, que sólo comparten la especie de los sapiens, para pasar un rato escribiendo.
Ahora, tras el baño, y escribiendo con cierta dificultad porque mis nietos han
convertido la cabaña en una enfermería, en este momento se dedican a vendar con
papel higiénico las patas de la mesa, decido que aquello de la satanización no
es para hoy.
Por
cierto, que la situación de algunos problemas de fontanería que tiene mi cuerpo
estos días han sufrido un alivio momentaneo. Cosas también del pito. De repente
parecía que la obstucción iba a darme un disgusto, la cosa se infló y de
repente plas, se produjo el milagroso desatranco. Tuve que meter la mano en la taza
del váter a la búsqueda de la piedra culpable. La encontré, un buen trozo de
oxalato de calcio, el cabronazo con toda seguridad culpable del atasco de mi
cólico nefrítico que días atrás me llevó a las salas de urgencia del hospital.
Así que cambié de asunto, mejor hablar de pitos y almejitas; ya habrá
oportunidad más adelante de escribir sobre ese rentable negocio de anatemizar
al enemigo llamándole rojo, comunista, o cualquier otra cosa, eso que tanto
efecto surge en la desprotegida mente de una considerable parte de la población
que se cree ciegamente toda la bazofia que sus flautistas les endirgan. Ya se
sabe, detecta al enemigo más peligroso y dedícate a demonizarle, no a sopesar
sus argumentos y a debatirlos, demonízalo, que los imbéciles te harán caso y a
partir de ahí ya tendrás la partida ganada. Ay, mundo en que vivimos…
Pero
bueno, no nos salgamos del tema y continuemos dentro del pellejo de la morcilla
en que hemos empezado a trabajar, arroz y cebolla, es decir, pitos y almejitas.
Hablaba de la infantilidad de nuestra avanzada civilización en determinados
asuntos. Yo era todavía medianamente jovencito cuando viajé por primera vez a
Pero
en aquel viaje de
La
lógica de la explicitación del sexo como principio en que la unión de ambos
representa «la indivisible unidad en la dualidad de lo masculino y lo femenino,
un espacio pasivo y un tiempo activo desde los cuales se origina toda
vida», y a la vez como fuente de placer debería
haber derivado, siguiendo la lógica de lo que amamos y apreciamos profundamente, hacia el
ámbito de lo muy familiar social e individualmente; sin embargo lo que sucedió,
incomprensiblemente, fue un lamentable desplazamiento del sexo a los ámbitos de
la oscuridad y el tabú, al reino de Satán con el cristianismo o el oscurantismo,
al contrario de lo que debería haber
sido, es decir, una sana educación de nuestra infancia y adolescencia.
Somos
una especie rara dentro de este planeta. Desde que se descubrió el fuego o la
rueda hemos hecho grandes avances en el conocimiento de la naturaleza y en el
aprovechamiento de sus recursos, pero en cuanto a otros aspectos a veces parece
que hubiéramos involucionado hacia un oscurantismo que nos lastra y hacia una
alarmente falta de cordura que deja a nuestros adolescentes todavía en una
especie de limbo.
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