lunes, 8 de junio de 2020

Valor, ¡pensemos!



 

El Chorrillo, 9 de junio de 2020

 

El capítulo del libro que leía está tarde lleva este título: Ilustración. Corresponde a la Crítica de la razón pura, de Kant. Le decía a una amiga por guasap que nunca me vi inclinado a leer a Kant porque pensé que me iba a suponer mucho esfuerzo y se me iba a escapar una parte importante de su discurso. Si no fuera tan mayor, añadía, lo mismo me ponía a la tarea. “Ilustración, dice el autor, es la salida del ser humano de su minoría de edad, de la cual él mismo es culpable. Minoría de edad es la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin dirección de otro… Pereza y cobardía son las causas de por qué una parte tan grande de seres humanos, después de que ya hace tiempo que la naturaleza los declarase libres de dirección ajena, no obstante gustosamente permanecen de por vida menores de edad; y de por qué a otros les resulta tan fácil erigirse en sus tutores”.

En no pocas ocasiones la realidad que se te pone delante de los ojos, mis reflexiones, y reconociendo de entrada mi alto grado de ignorancia, me llevan a considerar a un porcentaje altísimo de ciudadanos de mi condición como personas con una edad mental no superior a los nueve o diez años. Sí, ya, que ya te estoy viendo, Marichu; pero déjame un momento explicarme, ¿eh? Quizás fue una idea que barruntaba y que no fui capaz de expresarla hasta que me la encontré plasmada en un pensador de la actualidad del que olvidé su nombre. El término que aquel autor usaba para expresar la razón de tal circunstancia era el de indolencia. Que un adulto, explicaba, no sobrepase la edad mental de un alumno de primaria, no se debe a otra cosa que a su incapacidad para superar determinado estado de pereza que le imposibilita para pensar con mediana lucidez sobre un asunto concreto. El autor aquel y herr Kant parece que tenían la misma idea sobre el asunto.

La pereza, culpable de que arrastremos en tantos momentos de la vida un pensamiento infantil, que no se desarrolla por falta del ejercicio imprescindible del acto de pensar, se adjudicaría así, si la proposición fuera cierta, el liderazgo de muchos de los males que nos aquejan como ciudadanos condenados a vivir en una comunidad que, falta de dirigentes debidamente respaldados por cabezas pensantes, se ve sometida a la aleatoriedad que la propaganda y los manejos de los que sí piensan; sometida la pereza, recuerdo, a los fines de estos últimos, que obviamente pueden no tener en absoluto nada que ver con los deseos de aquellos que les eligen, pero que delegan el trabajo de pensar a los primeros que sepan llenarles el cerebro de pajaritos.

De momento voy a tranquilizar a mi amiga Marichu, porque con un párrafo así, tan agresivo, seguro que se mosquea conmigo. Mira, te explico. Yo no es que me considere muy cortito, aunque algo de ello sí haya; conocido es que cuando meto las narices en algún libro un tanto difícil, de filosofía, sin ir más lejos, ya sabes que me veo en apuros. Así que no te pienses que me la doy de listo; aunque esté seguro de que muchos andan más cerca del chimpancé que de una persona inteligente, también soy consciente de mis limitaciones, así como del alto grado de formación y cultura que germina en todos los rincones de nuestra tierra. Trato simplemente de aludir a un hecho que, concretamente en España, está resultando fundamental para que el gobierno de la comunidad se ejerza con las garantías debidas de lógica y sentido común.

Si en nuestro país despachamos los aspectos emocionales que nos llevan a atacar determinadas actuaciones del ejecutivo, con la pasión de la lógica futbolera de si tú perteneces al Madrid, yo al Atléti o tú al Barcelona, toda la colección de hooligans que pueblan el abanico político; si descartamos ese aspecto emocional y nos atenemos escuetamente a cómo razona la población en términos porcentuales respecto a asuntos concretos como la actuación sanitaria, la renta mínima, el funcionamiento del poder judicial o el comportamiento del ejecutivo, uno se lleva las manos a la cabeza. Se lleva las manos a la cabeza porque con sólo asomar por Twitter, no digo ya por los periódicos de la caverna en donde cosas tan graves como el comportamiento criminal de los gestores de la Comunidad de Madrid impidiendo derivar a los ancianos enfermos a los hospitales, no existe, porque durante una semana ninguno de sus periódicos se dignó incluirlo en sus portadas; con sólo asomarte al Twitter el panorama que encuentras, dejado al lado, ya digo, a los hooligans, lo que hallas es que el ejercicio de pensar de tanto analfabeto funcional no llega ni para que les adjudiquen más que una edad mental de diez años. Y hablamos de gente que entra en las redes y que parece que saben leer y escribir, al menos funcionalmente.

 Luego están, eso sí, los que de sobra piensan pero cuya ideología e intereses, o les impiden ver la evidencia de los hechos, o están volcados en hacer prosélitos, sea porque ello incrementa misteriosamente las cifras de sus cuentas bancarias, sea porque en toda la vida no conocieron otra cosa que no fuera el entorno del barrio de Salamanca.

Soy bastante pesado con eso del flautista de Hamelin y los votantes de Vox siguiendo dócilmente las tonalidades del caramillo, pero es que lo tengo clavado. Ahora, cuando voy al supermercado lo único que parezco ver son mascarillas con la banderita del país. Lo mismo dentro de poco soy yo el que tiene que ir al psiquiátrico porque ve alucinaciones. El caso es que lo que nunca llegaré a entender es cómo gente de barrio o gente de los alrededores de donde vivo pueden estar tan engañados y obcecados como para ir al supermercado con una banderita bordada sobre la mascarilla. Unos cuantos me encontré el otro día, un espectáculo que produce temor porque todo el mundo sabe qué es eso del fascismo y a donde llevó al mundo esa pasión en los años treinta de Alemania.

El adoctrinamiento funciona, sí señor. De conocimiento de historia, nada; de analizar y pensar, ni flores; de razones de justicia tampoco… sólo es cosa de levantar el pendón, ponerles una bandera de España delante, darle a la manivela de la música del flautista de Hamelin, y ya tienes un fascista de nuevo cuño en tu barrio. Mentes maleables… ¿Cómo se puede ser tan ciego para que una bandera y un discurso lleno de odio pueda atraerles como si aquello fuera un tarro de miel?

Pobres de nosotros que podríamos aprovechar la vida trabajando codo con codo para que cada uno encontrara su hueco en el mundo o pudiera bailar su alegría en la plaza del pueblo sin que molestara al vecino, pero no, hay quien se empeña tanto en poner las cosas difíciles… eso cuando no lo que esconden es el deseo íntimo de querer hacer jabón con el prójimo, que por haber, haylos.

En fin, eso: Valor, ¡pensemos!









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