miércoles, 24 de junio de 2020

No me toques los cataplines



Alaska



“No estoy hablando sólo de las montañas, sino de esa sustancia que ya es parte de mí  y que a ellas debo.” (El territorio del leopardo. Eduardo Martínez de Pisón)

 

El Chorrillo, 25 de junio de 2020

 

Hace meses, mientras nos tomábamos una cerveza un grupo de amigos en una cafetería de Madrid, todos ellos urbanitas a tope en la franja de los cuarenta, cuando respaldando algo que argumentaba, yo incluí la importancia de la experiencia y los años, doblaba la edad a casi todos ellos, una amiga intentó restar importancia a mis razones de un modo un tanto virulento, esas maneras en cómo los que saben se dirigen a los que no saben. Fue el principio de una tensa conversación en la que yo, rodeado de tanta gente joven que tantas veces se confabula J para tratarnos a los septuagenarios como pertenecientes a otro mundo, otro mundo diferente al de ellos, siempre tan nutrido por la vida de la ciudad y sus correlatos en donde el universo de la realidad se reduce a unas pocas variables, me sentí en el deber de hacer una intervención un tanto brusca, que lo único que pretendía era romper ese círculo vicioso en que alguna gente joven se encierra pensando que ya ha visto todo en la vida. Arranqué mi interpelación diciendo que prácticamente les doblaba en edad, lo que significaba de entrada que había vivido el doble que ellos; tras lo cual, y ya entrado en calor, me vino a la boca que había viajado más que todos ellos juntos, que había conocido a muchas mujeres, que había leído algún millar de libros y… sí, probablemente añadí alguna cosa más. Ya se sabe que, cuando un apasionado arranca al estímulo de alguien dispuesto a tocarle los cataplines, luego ya es no parar.

La verdad es que hay urbanitas que me cargan; esos que no mueven el culo nada más que para ir a hacer pis o para tomarse un gintonic en la barra de un bar y que parecen sentenciar siempre como desde el balcón del Vaticano, irónicamente o no, urbi et orbi, es decir, a los cuatro vientos, no me gustan un pelo, y menos, cuando sabes que apenas se han movido de la calle de su barrio o como mucho han pasado todas las vacaciones de su vida en una playa del Mediterráneo. Y es que uno a veces se mosquea pensando que lo consideran en trance de ser depositado en una residencia de ancianos, cuando la realidad es que… Bueno, bueno; para tío.

Vale. Está bien eso de la modestia, pero eso, que no te toquen los cataplines. Usted me excuse, pero me temo que viendo el panorama de los periódicos, donde eso de tocarte los mismísimos está a la orden del día; sí, porque no es otra cosa que el PSOE se niegue a investigar al sinvergüenza ese que llaman rey emérito, que negándose nos están tocando los cataplines a todos; no es otra cosa que la tal Leticia y el tal Felipito nos tomen el pelo con los gastos de su viaje de luna de miel, no son otra cosa las paridas que inventa el PP, las que sean, para seguir torpedeando la línea de flotación del gobierno de coalición; no son otra cosa las pretendidas monsergas ideológicas de los cabeza de lista de la extrema derecha, que bien claro está que a ellos los que les preocupa es la pasta; que bien claro está que tienen vocación de pastores apacentando a un rebaño bárbaro e ignorante; que bien claro está que el sistema judicial sirve a quien sirve y que la policía, pues bueno… Vamos, que eso de tocarnos los cataplines está tan a la orden del día que parece mentira que todavía nos admiremos cada mañana de hasta dónde este pueblo español tiene que aguantar que nos sigan tratando día tras día como imbéciles.

Sí, que viendo el panorama pareciera que no sólo ya los políticos y los jueces nos tocan a diario los cataplines, sino que además… etcétera, etcétera.

Ni de coña iban estas líneas por donde queda reflejado más arriba, pero es que la cosa funciona así, lees algo que te llama la atención y desde ahí la mente te puede llevar a cualquier sitio. Estaba leyendo un excelente libro, El territorio del leopardo, de Eduardo Martínez de Pisón, un hombre que me sonaba simplemente y que me ha descubierto mi amigo Paco y que me ha llevado de inmediato a conocerle en sus trabajos y su narrativa; bueno, pues estaba leyendo, y de pronto Pisón, que había pasado desde el capítulo anterior de algún lugar de los Andes en el siguiente a las montañas de San Elías, en Alaska, siguiendo los pasos del aventurero John Muir, extasiado en medio de aquel conglomerado de montañas, escribe: “Nada sabemos del mundo si no vemos alguna vez esos paisajes suspendidos donde la belleza habita en absoluta exclusividad, si alguna vez no sentimos su aire extremadamente frío, si no escuchamos, al detenernos, el silencio total del universo”. Y lo leo y entonces me entra un asomo de cabreo pensando en esa persona que en cuarenta años no ha movido el culo de los alrededores de su casa y pretende saber mucho de la vida. Me encanta este hombre, Martínez de Pisón. Una vez lo vi de lejos en la librería Desnivel. Estaban grabando una entrevista. Lo percibí como una de esas respetables personas, un erudito por demás, cuya presencia imponen cierta clase de veneración, su comedimiento, su sabiduría, la templanza de sus palabras. Ahora lo leo con parecida disposición con que he leído siempre a Juan Rulfo, esa prosa, que comentaba el otro día a Pedro Nicolás, que tanto me recuerda a Pedro Páramo.



Pues eso, que hay gente que ha vivido, ha vivido con mayúsculas, sabe de la vida, esa que el alambique de la montaña destila para sus feligreses, sabe del silencio y la grandiosidad y la belleza y el esfuerzo de alcanzar una cumbre, un collado. Lo dicho, que levanto la cabeza del libro, recuerdo el céfiro que me llega de la lectura de Martínez de Pisón y enseguida la memoria me lleva a mi propio paso por alguno de los fiordos y glaciares de Alaska, un paseo por la costa del océano Glaciar Ártico, nuestras largas marchas por las Montañas Rocosas y, naturalmente, cuando vuelvo a esa gente cuya sabiduría se deriva de las burbujas del gintonic que se toma acodado en la barra de un bar… pues eso.  Vamos, que no me toquen los cataplines.

Este ha sido el curso que ha seguido mi pensamiento a partir del momento en que Martínez de Pisón expresaba ese nada sabemos del mundo si….

 

Parque Nacional de Denali, Alaska








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