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| Alaska |
“No estoy hablando sólo de las montañas, sino de esa sustancia que ya es parte de mí y que a ellas debo.” (El territorio del leopardo. Eduardo Martínez de Pisón)
El Chorrillo, 25 de junio de 2020
Hace meses, mientras nos tomábamos una cerveza un grupo de
amigos en una cafetería de Madrid, todos ellos urbanitas a tope en la franja de
los cuarenta, cuando respaldando algo que argumentaba, yo incluí la importancia
de la experiencia y los años, doblaba la edad a casi todos ellos, una amiga
intentó restar importancia a mis razones de un modo un tanto virulento, esas
maneras en cómo los que saben se dirigen a los que no saben. Fue el principio
de una tensa conversación en la que yo, rodeado de tanta gente joven que tantas
veces se confabula J
para tratarnos a los septuagenarios como pertenecientes a otro mundo, otro
mundo diferente al de ellos, siempre tan nutrido por la vida de la ciudad y sus
correlatos en donde el universo de la realidad se reduce a unas pocas
variables, me sentí en el deber de hacer una intervención un tanto brusca, que
lo único que pretendía era romper ese círculo vicioso en que alguna gente joven
se encierra pensando que ya ha visto todo en la vida. Arranqué mi interpelación
diciendo que prácticamente les doblaba en edad, lo que significaba de entrada
que había vivido el doble que ellos; tras lo cual, y ya entrado en calor, me
vino a la boca que había viajado más que todos ellos juntos, que había conocido
a muchas mujeres, que había leído algún millar de libros y… sí, probablemente
añadí alguna cosa más. Ya se sabe que, cuando un apasionado arranca al estímulo
de alguien dispuesto a tocarle los cataplines, luego ya es no parar.
La verdad es que hay urbanitas que
me cargan; esos que no mueven el culo nada más que para ir a hacer pis o para
tomarse un gintonic en la barra de un bar y que parecen sentenciar siempre como
desde el balcón del Vaticano, irónicamente o no, urbi et orbi, es decir, a los cuatro vientos, no me gustan un pelo,
y menos, cuando sabes que apenas se han movido de la calle de su barrio o como
mucho han pasado todas las vacaciones de su vida en una playa del Mediterráneo.
Y es que uno a veces se mosquea pensando que lo consideran en trance de ser
depositado en una residencia de ancianos, cuando la realidad es que… Bueno,
bueno; para tío.
Vale. Está bien eso de la
modestia, pero eso, que no te toquen los cataplines. Usted me excuse, pero me
temo que viendo el panorama de los periódicos, donde eso de tocarte los
mismísimos está a la orden del día; sí, porque no es otra cosa que el PSOE se
niegue a investigar al sinvergüenza ese que llaman rey emérito, que negándose
nos están tocando los cataplines a todos; no es otra cosa que la tal Leticia y
el tal Felipito nos tomen el pelo con los gastos de su viaje de luna de miel,
no son otra cosa las paridas que inventa el PP, las que sean, para seguir
torpedeando la línea de flotación del gobierno de coalición; no son otra cosa
las pretendidas monsergas ideológicas de los cabeza de lista de la extrema
derecha, que bien claro está que a ellos los que les preocupa es la pasta; que
bien claro está que tienen vocación de pastores apacentando a un rebaño bárbaro
e ignorante; que bien claro está que el sistema judicial sirve a quien sirve y
que la policía, pues bueno… Vamos, que eso de tocarnos los cataplines está tan
a la orden del día que parece mentira que todavía nos admiremos cada mañana de
hasta dónde este pueblo español tiene que aguantar que nos sigan tratando día
tras día como imbéciles.
Sí, que viendo el panorama
pareciera que no sólo ya los políticos y los jueces nos tocan a diario los
cataplines, sino que además… etcétera, etcétera.
Ni de coña iban estas líneas por
donde queda reflejado más arriba, pero es que la cosa funciona así, lees algo
que te llama la atención y desde ahí la mente te puede llevar a cualquier
sitio. Estaba leyendo un excelente libro, El
territorio del leopardo, de Eduardo Martínez de Pisón, un hombre que me
sonaba simplemente y que me ha descubierto mi amigo Paco y que me ha llevado de
inmediato a conocerle en sus trabajos y su narrativa; bueno, pues estaba
leyendo, y de pronto Pisón, que había pasado desde el capítulo anterior de
algún lugar de los Andes en el siguiente a las montañas de San Elías, en
Alaska, siguiendo los pasos del aventurero John Muir, extasiado en medio de
aquel conglomerado de montañas, escribe: “Nada sabemos del mundo si no vemos
alguna vez esos paisajes suspendidos donde la belleza habita en absoluta
exclusividad, si alguna vez no sentimos su aire extremadamente frío, si no
escuchamos, al detenernos, el silencio total del universo”. Y lo leo y entonces
me entra un asomo de cabreo pensando en esa persona que en cuarenta años no ha
movido el culo de los alrededores de su casa y pretende saber mucho de la vida.
Me encanta este hombre, Martínez de Pisón. Una vez lo vi de lejos en la
librería Desnivel. Estaban grabando una entrevista. Lo percibí como una de esas
respetables personas, un erudito por demás, cuya presencia imponen cierta clase
de veneración, su comedimiento, su sabiduría, la templanza de sus palabras.
Ahora lo leo con parecida disposición con que he leído siempre a Juan Rulfo,
esa prosa, que comentaba el otro día a Pedro Nicolás, que tanto me recuerda a Pedro Páramo.
Pues eso, que hay gente que ha
vivido, ha vivido con mayúsculas, sabe de la vida, esa que el alambique de la
montaña destila para sus feligreses, sabe del silencio y la grandiosidad y la
belleza y el esfuerzo de alcanzar una cumbre, un collado. Lo dicho, que levanto
la cabeza del libro, recuerdo el céfiro que me llega de la lectura de Martínez
de Pisón y enseguida la memoria me lleva a mi propio paso por alguno de los
fiordos y glaciares de Alaska, un paseo por la costa del océano Glaciar Ártico,
nuestras largas marchas por las Montañas Rocosas y, naturalmente, cuando vuelvo
a esa gente cuya sabiduría se deriva de las burbujas del gintonic que se toma
acodado en la barra de un bar… pues eso.
Vamos, que no me toquen los cataplines.
Este ha sido el curso que ha seguido mi pensamiento a
partir del momento en que Martínez de Pisón expresaba ese nada sabemos del
mundo si….

Parque Nacional de Denali, Alaska


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