El
Chorrillo, 27 de mayo de 2020
Hoy
no caminé al alba. Quise poner orden en mi vida y a mi alrededor y eso requiere
tiempo, así que a las seis de la mañana a ratos con la carretilla, otras
haciendo limpia en el ordenador o en mi propia cabeza, que es donde más se
acumulan las telarañas, emprendí mi jornada con un nivel de actividad
considerable. Y como el vicio de escribir me puede, en un momento que hice un
alto me dediqué a enlatar unos versos que había escrito el día anterior para
subirlos a mi diario de confinado.
Ahora es la hora de la siesta. He pasado un buen rato
en Siberia junto al lago Baikal, pero enseguida me ha llegado una acuarela de
junto al mar que reproduce alguna de las papaver
que fotografié ayer al alba, y es que, ¿sabes?, mi amiga de Valencia con la que
tenía que haber caminado esta primavera por el Maestrazgo y que no pudo ser, se
ha metido ahora a acuarelista y de vez en cuando me manda un regalo para mis
ojos. Y, después, mira por donde, me llegó un paraguas rojo sobre un fondo de
papel de periódico; éste provenía de un pueblecito cercano de nuestra sierra y venía
a cuento de cierta coincidencia con una foto de mi nieta que yo había
compartido ayer en FB. Curiosa coincidencia para mí que tengo un enanito
interno que gusta mucho de los paraguas, y más si éstos son rojos. Total, que
recordé someramente que entre mis fotografías debía de haber cantidad de
paraguas, así que abrí la app de Fotos de Google que lo sabe todo y tecleé la
palabra “paraguas”. Lo que me sirvió la aplicación fue una colección de imágenes
de paraguas de todo Oriente tomadas en distintos viajes entre Japón e India.
Algunos de ellos los dejo por ahí abajo.
En un primer momento creí que podría hacer un post con
el título de “Un paraguas rojo”, pero a continuación tuve otra interrupción en
la lectura. Me encontré con una fotografía de una anciana muy anciana depositando
un beso en la pantalla protectora que cubría el rostro de una enfermera. Bueno,
uno es sensible, le diría más tarde a mi amigo Antonio comentando la imagen. Y
le hablaba allí de una vieja lectura, La
poética de la ensoñación, en que Gaston Bachelard desarrollaba la idea de
Jung. El animus, algo así como la
esencia del alma del hombre, agruparía las principales características que le
definen como tal, mientras que el anima
recogería aquellos factores que animan el alma femenina.
El hombre más viril, simplemente caracterizado por un animus fuerte, tiene también un anima, “un anima que puede poseer manifestaciones paradojales”. De igual modo,
la mujer más femenina tiene también determinaciones psíquicas que prueban en
ella la existencia de un animus. La
vida social moderna nos obliga frecuentemente a refrenar las manifestaciones de
la androginia, “pero en nuestras ensoñaciones, en su gran soledad, cuando
estamos tan profundamente liberados que ni siquiera pensamos ya en las
rivalidades virtuales, toda nuestra alma se impregna de las influencias del anima”. Y viceversa, cabe decir. Con lo
que en todo hombre vive en mayor o menor grado una mujer, su anima, y en toda mujer, también en mayor
o menor cantidad, alguna de las características masculinas.
En este contexto, guasapeando con Antonio, a raíz de
la imagen que le había enviado de la anciana besando a la enfermera a través de
la pantalla protectora, preguntándose él si no sería que hemos ido acotando
todo lo que nos castraba y estamos empezando a ser niños de nuevo, yo hice
alusión a esa parte del alma femenina que tenemos los hombres. Es el equilibrio
entre el anima y el animus del que habla Bachelar el que en
casos así despierta la parte que tenemos de anima,
de mujer, para rendirnos a la evidencia de una dualidad personal en la que lo
masculino y lo femenino se funden. La pureza de lo femenino y lo masculino no
existe, lo que sí existe son proporciones diferenciadas en mayor o menor grado
de lo femenino en lo masculino y viceversa. Una maravillosa mezcla
de ingredientes que nos da una visión nueva del sapiens que ahonda en la heterogeneidad de su propia condición de
hombre.
Yo le hablaba del inmenso caudal humano que ha hecho
surgir del interior de tanta gente la situación provocada por la pandemia y él lo
confirmaba aludiendo también a ese poquito de mujer que nos mejora y que nos
permite ser sensibles, y que una sociedad con exceso de testosterona tiende a
considerar poco viril.
La estética del alma humana, esos ojos con que yo la veo
esta tarde, habla un lenguaje que me place contemplar de parecida manera a cuando
miro una imagen fabricada con esbozos de una calle desenfocada al modo
gaussiano sobre la que camina una chica bajo un paraguas rojo. Me resulta más
estético concebir al hombre o la mujer como seres en cuyas almas anidan formas
de sentir y pensar del sexo opuesto, que imaginar un mundo en que los
estrógenos y la testosterona parecen incompatibles.
Quizás en definitiva lo que estemos haciendo sea
subestimar la importancia de la estética, una estética de la conciliación que
pugna por abrirse paso no solamente en la percepción que tenemos del hombre y
la mujer sino también en la aparición de los paraguas. De algo que
estéticamente nos gusta decimos que es bello. La imagen de la anciana besando a
la enfermera me emociona, pero además me gusta como me gusta un cuadro de Goya,
está cargada con una estética muy especial, la estética del alma.
Quizás podría forzar la elasticidad de los argumentos
y, ya que he empezado hablando de paraguas, terminar con ellos también, ya se
sabe, aquello de que la morcilla quede atada tanto por el principio como por el
final. Es el caso que después de que comentáramos la gracia del paraguas rojo
sobre el desenfocado blanco y negro de la calle, Paco vino a recordarme cierta
conexión entre la chica del paraguas rojo y aquella otra, también de rojo, de La lista de Schindler.
Las
conexiones que una imagen pueden sugerir son tantas que basta tener encima el
espíritu de los sin prisas para que éstas fluyan desde todos los rincones de la
memoria. Si esta mañana retenía los ojos de una chica con la que me crucé en
los Alpes, y que me llevaron a componer unos versos, lo de esta tarde fue un muchacha
con un paraguas rojo y una anciana besando a una enfermera. Así conserva a
veces la retina de mis ojos los pedazos de realidad que pasan frente a ella.














No hay comentarios:
Publicar un comentario