martes, 26 de mayo de 2020

Aquí no se rinde nadie, ¡carajo!






El Chorrillo, 26 de mayo de 2020

 

Como todas las mañanas, a mitad de mi largo paseo saco el teléfono, abro la app de lectura y vuelvo a Cortázar, mi habitual compañero desde hace unas semanas; hoy un relato que lleva el título de Reunión, una historia en primera persona que sigue los pasos de un grupo de guerrilleros perdidos en las anfractuosidades de las selvas de Bolivia. Con lenguaje desenfadado lleno de los habituales carajos y ches que siembra el lenguaje porteño del autor, éste nos introduce en la vida y los hábitos de aquellos soldados buscadores de la justicia a los que la liberación de Cuba les venía estrecha y necesitaron para llenar sus vidas todavía más guerrillas y más luchas con que intentar calmar su voracidad y su sed de un mundo mejor.

Ayer escribía a un amigo alabando la labor de los anónimos sapiens que se ocupan en tareas de la mejora de algo, de las condiciones de vida, de la protección de la Naturaleza, estos días en la creación de bancos de alimentos, que se ocupan del prójimo o la comunidad  aportando su grano de arena en diversísimas actividades. Pensaba yo en la empatía que los primates, los bonobos en concreto, que son capaces de ponerse en el lugar del otro y asumir las desgracias de uno de sus semejantes de parecida manera a como cualquier mamífero hembra cuida y protege a sus crías. Recordaba hace tiempo una cita de Margaret Mead que situaba el origen de la civilización en un momento en que un homínido necesitó curarse una herida grave y recurrió a que uno de sus semejantes le ayudara. Un acto que marca definitivamente una diferencia radical con el resto del mundo animal. Cuenta Frans de Waal en El mono que llevamos dentro, de una hembra de bonobo llamada Kuni que vio cómo un estornino chocaba contra el vidrio de su recinto en el zoo. Kuni tomó al aturdido pájaro y lo colocó con cuidado sobre sus pies. Al comprobar que no se movía, lo sacudió un poco, a lo que el ave respondió con un aleteo espasmódico. Con el estornino en la mano, Kuni se encaramó al árbol más alto, abrazando el tronco con las piernas y sosteniendo al pájaro con ambas manos. Desplegó sus alas con cuidado, manteniendo una punta entre los dedos de cada mano, antes de lanzar al pájaro al aire como un pequeño avión de juguete. Pero, tras un aleteo descoordinado, el estornino aterrizó en la orilla del foso. Kuni descendió del árbol y se quedó un buen rato montando guardia junto al pájaro para protegerlo de la curiosidad infantil. Hacia el final de la jornada, el pájaro, ya recuperado, había emprendido de nuevo el vuelo.

En este enlace hay un buen ejemplo.

La posibilidad de que la empatía forme parte de nuestro legado primate parece que da pistas para considerar que alguno de nuestros genes hace labores de voluntariado dentro de nuestro organismo disputando y enfrentándose a otras tendencias menos halagüeñas que consiguen que nos manifestemos como rancios egoístas. Pero aún así, ¿de dónde sale esa tumultuosa necesidad después de bajar de Sierra Madre y ser ministro, necesidad de dejar todo para sumirse en las miserias de la guerrilla en un lejano país en el que jamás habías puesto el pie antes? Acaso unos reciben este tipo de disposiciones de parecida manera a como otros nacen pelirrojos o morenos, o como sucede simplemente en nuestra sociedad, que unos parecen llevar el Mal dentro desde el mismo momento de ser engendrados, mientras otros son capaces de dedicar su entera existencia al Bien. Tú dices, Mariachu, que uno se hace, que no se nace, pero a juzgar por el modo en que muchos se comportan yo juraría que los cretinos más significativos lo llevan en la sangre desde su nacimiento, igual que aquellos en el polo opuesto, como el Comandante, deciden emplear su vida en intentar curar los nefandos males que aquejan a la Humanidad.

La Humanidad prácticamente desde su comienzo vivió acogotada por el dominio de unos pocos sobre el resto, un mal incurable que parece formar parte inherente a la naturaleza de una existencia cuyo fotograma más cercano es el del pastor apacentando sus ovejas. La extorsión de la mayoría por la minoría, sea por medios violentos, sea por el engaño o el convencimiento a los otros de que el color de la sangre a unos hace reyes y a otros parias, es el caso que raramente la Humanidad se ha visto libre de la lacra del sometimiento. De entre todas las pasiones del hombre, la pasión del poder y la de poseer han tintado la historia con la indeleble marca de un derecho que, o tenía procedencia divina, ahí queda la fenomenal aportación de la religión como valedora de este dominio de unos pocos sobre la totalidad, o simplemente era confirmada por el uso de la violencia. Se doma a un caballo o se domestica a un perro de parecida manera a como se somete a los hombres. Y si posteriormente estos conceptos se van aclarando a lo largo de la historia y los señoritos y señorones adquieren la condición de bípedos como todo el mundo y descubrimos que todos somos iguales y entonces se inventa la democracia, a continuación se echa mano del spray del sopor, se rocía a la población con que viene el coco, allá vienen los rojos, o con Venezuela y un par de cosas más y ya volvemos a tener la situación de siempre, sólo que ahora los mismos sometidos son los que aplauden a los señores de antes y les hacen de mamporreros.

En este panorama tan deprimente con visos de repetirse hasta el final de los tiempos es donde esta mañana yo contextualizaba a esos héroes de lo público y de la justicia, que como aquel viejo del cuento taoísta que cargando con un pico, una pala y una carretilla sube monte arriba con el ánimo de quitar del medio la montaña que impide llegar la luz y el aire a su pueblo. Siendo la vida la única que tienes, tan corta, y dedicarla por entero a la comunidad en los límites entre la vida y la muerte es un misterio que yo no sé resolver si no es asumiendo la presencia de un irresistible sino interno que la sociedad lleva en su interior para no perecer como comunidad en manos de la barbarie. La comunidad como cuerpo social que desarrolla en su organismo interno sistemas de defensa contra la barbarie que recaen en esos individuos que andan dispersos, héroes anónimos, en los pliegues de la historia faltos casi siempre de reconocimiento y son la única e insustituible fuerza con que seguir alentando un mundo mejor.

El planeta está tan podridamente tomado por unos pocos, tan atado lo tienen todo, prensa, ejército, religión, ese todo vale que sirva para mantener morfinizado al pueblo, que ver la pasión de los que no se rinden, ese grito de un capitán en la selva boliviana del relato de Cortazar de “Aquí no se rinde nadie, ¡carajo!”, poco antes de que el médico asmático de largas melenas y mirada firme cayera víctima de un arma de fuego, crea en uno un cierto desasosiego de esperanza de un mundo del que, pese a no ver indicios apenas en él de cambio real alguno, sigue creyendo, aunque sólo sea por agradecimiento a estos hombres que lo dieron todo por un mundo mejor, que acaso, quién sabe…

 






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