El
Chorrillo, 26 de mayo de 2020
Como
todas las mañanas, a mitad de mi largo paseo saco el teléfono, abro la app de
lectura y vuelvo a Cortázar, mi habitual compañero desde hace unas semanas; hoy
un relato que lleva el título de Reunión,
una historia en primera persona que sigue los pasos de un grupo de
guerrilleros perdidos en las anfractuosidades de las selvas de Bolivia. Con
lenguaje desenfadado lleno de los habituales carajos y ches que siembra el
lenguaje porteño del autor, éste nos introduce en la vida y los hábitos de
aquellos soldados buscadores de la justicia a los que la liberación de Cuba les
venía estrecha y necesitaron para llenar sus vidas todavía más guerrillas y más
luchas con que intentar calmar su voracidad y su sed de un mundo mejor.
Ayer escribía a un amigo alabando la labor de los anónimos
sapiens que se ocupan en tareas de la
mejora de algo, de las condiciones de vida, de la protección de
En este enlace hay un buen ejemplo.
La posibilidad de que la empatía forme parte de nuestro
legado primate parece que da pistas para considerar que alguno de nuestros
genes hace labores de voluntariado dentro de nuestro organismo disputando y enfrentándose
a otras tendencias menos halagüeñas que consiguen que nos manifestemos como
rancios egoístas. Pero aún así, ¿de dónde sale esa tumultuosa necesidad después
de bajar de Sierra Madre y ser ministro, necesidad de dejar todo para sumirse
en las miserias de la guerrilla en un lejano país en el que jamás habías puesto
el pie antes? Acaso unos reciben este tipo de disposiciones de parecida manera
a como otros nacen pelirrojos o morenos, o como sucede simplemente en nuestra
sociedad, que unos parecen llevar el Mal dentro desde el mismo momento de ser
engendrados, mientras otros son capaces de dedicar su entera existencia al Bien.
Tú dices, Mariachu, que uno se hace, que no se nace, pero a juzgar por el modo
en que muchos se comportan yo juraría que los cretinos más significativos lo
llevan en la sangre desde su nacimiento, igual que aquellos en el polo opuesto,
como el Comandante, deciden emplear su vida en intentar curar los nefandos males
que aquejan a
En este panorama tan deprimente con visos de repetirse hasta
el final de los tiempos es donde esta mañana yo contextualizaba a esos héroes de
lo público y de la justicia, que como aquel viejo del cuento taoísta que cargando
con un pico, una pala y una carretilla sube monte arriba con el ánimo de quitar
del medio la montaña que impide llegar la luz y el aire a su pueblo. Siendo la
vida la única que tienes, tan corta, y dedicarla por entero a la comunidad en
los límites entre la vida y la muerte es un misterio que yo no sé resolver si
no es asumiendo la presencia de un irresistible sino interno que la sociedad
lleva en su interior para no perecer como comunidad en manos de la barbarie. La
comunidad como cuerpo social que desarrolla en su organismo interno sistemas de
defensa contra la barbarie que recaen en esos individuos que andan dispersos,
héroes anónimos, en los pliegues de la historia faltos casi siempre de
reconocimiento y son la única e insustituible fuerza con que seguir alentando
un mundo mejor.
El planeta está tan podridamente tomado por unos pocos,
tan atado lo tienen todo, prensa, ejército, religión, ese todo vale que sirva
para mantener morfinizado al pueblo, que ver la pasión de los que no se rinden,
ese grito de un capitán en la selva boliviana del relato de Cortazar de “Aquí
no se rinde nadie, ¡carajo!”, poco antes de que el médico asmático de largas
melenas y mirada firme cayera víctima de un arma de fuego, crea en uno un
cierto desasosiego de esperanza de un mundo del que, pese a no ver indicios
apenas en él de cambio real alguno, sigue creyendo, aunque sólo sea por
agradecimiento a estos hombres que lo dieron todo por un mundo mejor, que
acaso, quién sabe…

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