lunes, 21 de mayo de 2018

No todo vale en montaña




El Chorrillo, 21 de mayo de 2018

César Pérez de Tudela abrió últimamente un hilo en FB en el que apuntaba a la validez o no de escalar los ocho miles en las condiciones en que acceden hoy día la mayoría de los alpinistas. César abogaba por una vuelta al sentido común y hacer de la montaña un terreno de aventura donde los medios necesarios para subir a ella sean racionales hasta el punto de que la aventura siga vibrando en quien las asciende con parecida luz a como fueron conquistadas, y a veces reconsquistadas cuando el reto consistió precisamente en prescindir de medios que se habían utilizado en el pasado, como fue el caso del oxígeno. Abruma pensar cómo ante la necesidad de tocar cumbre se van abandonando cada vez más valores que antes eran la sustancia de la aventura; César lo expresa así: “La orientación, el camino… no me pertenece, ya no soy ese explorador, ese alpinista que miraba a la montaña y elegía la línea por donde escalarla, según sus facultades, su preparación y su ilusión… Ahora se sube por donde han dicho los sherpas… y la orientación ha dejado de ser un factor determinante… antes una condición fundamental de cualquier ascensión…”. Es muy claro en su determinación cuando cita los procedimientos en boga: ““Mañana escalaran los sherpas, abriendo camino hasta el campamento primero”… Luego ya subiremos nosotros… cuando no haya peligros, cuando todo esté controlado y así lo iremos contando…”.  

Que haya quien haga de la montaña un algo tan descafeinado no debería importarnos, allá ellos, pero que en los ambientes de montaña se santifique este tipo de ascensiones debería llamar a la conciencia de cada uno para colocar estas actividades en el lugar que les corresponde a fin de distinguir claramente de qué estamos hablando, de manera que si somos continuadores de los grandes pioneros podamos congratularnos con las aventuras y los logros de quien mantiene ese purismo en sus ascensiones, mientras que si no es el caso, como en la descripción que hacía más arriba César Pérez de Tudela de tantas expediciones al Himalaya que se hacen hoy día, podamos pasar hoja con la indiferencia de quien mira aquello como un hecho más o menos anecdótico.

En todo caso el libro de la historia del alpinismo debería constar de dos partes muy bien definidas, aquella para los que en la montaña no vale todo y aquella otra, acaso un apéndice a modo de curiosidad, en que se inscribieran los relatos en donde los sherpas, las cuerdas fijas hasta la cumbre, la huella abierta por terceros son los protagonistas.

Así las cosas, hoy, que volví a la entrada de César porque se habían acumulado algunos comentarios más, me sorprendió encontrarme con uno de Carlos Muñoz Repiso, de cuya actividad montañera me cabe muy buen recuerdo en los años en que todo el mundo coincidía un fin de semana sí y otro también en las paredes de los Galayos, en la Pedriza o en las travesías de la Alta Ruta de Gredos, un comentario que después de hacer un elogio en el sentido de que “una de las grandezas del montañismo es la satisfacción de quien lo practica”, en lo cual estoy totalmente de acuerdo, abría la posibilidad a que todo vale en este mundo de la montaña “incluso llegar a la cumbre en teleférico o helicóptero”. Evidentemente todo vale, la cosa está ahí sin más. Pero acaso no es ese discurso que vertebraba la idea de César cuando se refería no tanto al hecho de llegar a una cumbre sino al cómo se llega a la cima, que era el factor esencial de la discusión y en donde los criterios divergen. A ello habría que añadir saber para quién todo vale y para quién no todo vale.  

Contesté a su comentario con las siguientes líneas: “¿Todo vale? Probablemente eso sirva como posibilidad para todos aquellos que ven la montaña como un pasatiempo de grado menor. Nada que objetar al respecto, todo el mundo es libre, pero ese todo vale quizás sea válido sólo para aquellos para para quienes las montañas son seres inertes desprovistas de alma. Una vez trabé amistad con un guía en el El Gran Paradiso que glosaba una conversación con Messner en la que éste hablaba de la montaña como de la sua amata. No concibo cómo un amante puede cortejar a una amada con mañas tan impropias del arte de amar como las que ilustran las descripciones que hace César en su crítica al modo que una gran parte de alpinistas se enfrentan con las altas montañas del Himalaya. Creo que te equivocas con ese "todo vale" y, conociéndote tan poco como te conocí hace décadas, un tiempo en que yo escalaba con Moisés Castaño, dudo mucho de que en tu fuero interno aceptes tan llanamente esa idea de que a las montañas se puede acceder "amorosamente" de cualquier manera.

De todos maneras, mi modo un tanto elíptico y romántico de contestar apuntaba hacia un aspecto que quizás César no había tocado y que tuve necesidad de resaltar claramente, se trataba de esa faceta que Messner ponía de relieve al declararse amante de la montaña tanto más que alpinista propiamente dicho. Creo que una amada merece ante todo respeto, el respeto del silencio y la soledad son dos cualidades que ella aprecia. Uno no puede conversar con su amada en medio del batiburrillo de decenas de personas afanadas unas en colocar cuerdas fijas, otras en dejar el camino expedito a los expedicionarios, otras en seguir las huellas que han abierto los sherpas previamente.

Siempre se "podrá" montar un ascensor en el Cerro Torre, la tecnología da para eso y mucho más, pero no hablamos de la acepción corriente del verbo poder, ni de hacer las cosas del modo que sea para llegar a la cumbre. Las montañas, acaso debería decir esas montañas que amamos y llevamos dentro, son un templo que no admite la banalidad del teatro que se monta en torno a ellas en ocasiones. Las montañas merecen respeto y amor y el modo con que se la cortejan muchas veces es impropio de este respeto y este amor. Dudo mucho de que tal como se plantea en estos días esa relación que se tiene con la montaña de ímprobos trabajos de gente del lugar preparando el camino hasta la misma cumbre a los expedicionarios occidentales sea la relación que siempre hemos deseado y tenido con la montaña, esa amada, que decía Messner.

Bonatti cuando abrió la Oeste de los Drus podría haberse llevado un taladro de la ferretería próxima para salvar el famoso paso del péndulo, pero para Bonatti no valía todo; de parecida manera Messner en su ascensión solitaria al Everest pudo contratar un palanquín para que le llevaran a la silla de la reina hasta la cumbre y sin embargo no lo hizo, así que más que hablar de si todo vale o no, podríamos hablar de alpinistas para los cuales todo vale y alpinistas para los que no todo vale. Como decía Repiso, al final lo que se va a dirimir realmente en el valor de todo esto va a ser la satisfacción de quien llega a la cumbre que, en todo momento, va a diferir según las condiciones en que se haya subido. Si te han subido a la sillita la reina tu satisfacción va a ser nula, si lo hiciste como amante respetuoso, tendrás recompensa de amante. El resto servirá para el teatro de los medios y sus creadores de opinión.  




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