El Chorrillo, 8 de enero de 2015
Digamos que las líneas que siguen son un puro invento, un divertimento para alejar la tentación de identificar al autor de éstas con la voz en off que aquí aparece y cuya finalidad, al utilizar la primera persona del singular, es dar un tinte más real al asunto a tratar. Sólo eso.
El tema se me presentó esta noche después de cerrar la ventana del ordenador donde pretendía echar una ojeada al programa del Wyoming sin que ello fuera posible porque el ancho de banda no daba para hacerlo ininterrumpidamente. Momentos antes había visto en las redes sociales algunas fotos de gente que mostraban los lugares de lujo en los que habían pasado el fin de año, y más abajo, en la columnita del Facebook, había vuelto a encontrarme con el bonito rostro de una mujer, cierta amiga de una lejana provincia, con la que a veces discutí sobre Ítaca y las posibles interpretaciones que de llegar a esa isla pueden darse después de que a Homero se le ocurriese situar allí la patria del sufrido Odiseo. No sé cómo, pero la fusión de ambas imágenes, en la primera la calma chicha de parejas que llevan décadas viviendo juntas, y en la segunda la posibilidad de animar el cotarro con una cana al aire con una amiga situada lejos de esa calma primordial, lo que era una posibilidad evidente dado los temas alentadores que surgían como flores en el muro de esta última; la fusión, decía, alentó mis ganas de escribir. Digamos que mi amiga, la de Ítaca, de buen ver y mujer muy liberada, a lo que parece también mujer grandota y culta, se me apareció como una oportunidad deseable para soñar despierto y hacer algún que otro guiño a mi libido, que por demás, aunque adormecida algunas veces no deja de despertar invariablemente cada vez que la frecuencia de la onda nacida de una voz femenina, mi simple imaginación o el fugaz paso de un estímulo, permiten identificar mediante los mecanismos de mi oído medio e interno los sonidos o los pensamientos como oportunos para iniciar un discreto devaneo en torno a algún ser del otro género.
Pero date, había algo en el asunto que no cuadraba del todo, algo así como si los engranajes no estuvieran adecuadamente lubricados y la lubricidad (espero que no se confundan los homónimos) anduviese renqueante y dudosa frente al momento erótico que empezaba a merodear por las cercanías del encéfalo. Me puse pues a considerar la cosa para detectar qué era lo que no funcionaba y enseguida encontré que el asunto parecía centrarse en la estatura de mi amiga, algo desproporcionada para los escasos ciento setenta centímetros de un servidor. Y es que mi gusto por los cuerpos de las mujeres pequeñas, cuerpos como de niña en donde uno llega a todos los rincones sin necesidad de ejercicios gimnásticos particulares, ha sido una fijación desde la lejana adolescencia. Eso o vaya usted a saber si acaso una diferencia de tamaños en contra mía no sea la justa apreciación de algún complejo gestado en las dos primeras décadas de vida, que todo podría ser. En la novela que leo estos días, buena novela, por cierto, Karl Ove Knausgård, Mi lucha, la muerte del padre, el protagonista, el escritor mismo, pasa unos cuantos años perturbado porque cuando se le pone dura se ve la picha torcida, algo que durante mucho tiempo le dejó al margen de cualquier experiencia sexual por miedo a que la chica de turno viera su "deformidad". La picha torcida, la diferencia de altura, chica guapísima, chico normalito, son cosas que parece pueden afectar al hecho de que la libido funcione con toda regularidad.
En esas estoy, en redescubrir si un cuerpo grandote suscitaría en exceso mi timidez congénita al punto de poner en peligro un posible nuevo juego de cama (no, no es que las sábanas se fueran a estropear, no se trata de eso). Repaso el asunto, imagino la situación, lo hermoso que podría ser un larguísimo viaje en un cuerpo grande entre las puntas de los pies y el nacimiento del pelo de la nuca pasando por la diversísima geografía de las concavidades y las colinas, los hoyuelos, los pequeños temblores, y la cosa casi empieza a ponerme en situación. Pero no, no las tengo todas conmigo.
Bueno, el hecho de que escriba esto tiene sus motivos, además de esa vuelta por Facebook, del asunto de El Gran Wyoming, sucedió que apenas había apagado el ordenador cuando una pareja de gatos, gato y gata, claro, que por cierto me despiertan últimamente todas las noches a las tantas de las madrugada, empezaron con su fiesta de maullidos y lamentos tan cerca de mi ventana que era imposible sustraerse a la juerga que se estaban pegando. Tuve la sensación de que los gatos son unos de los animales más ejemplares del mundo animal; bichos que son capaces de sacarle tanto jugo a sus juegos eróticos, que son capaces de pasarse tanto tiempo en la noche con el frío que pela, hoy sin ir más lejos, fornicando tan lindamente, tan exhaustivamente, son seres muy bien dotados para la vida; y no como nosotros donde se encuentra tanta gente triste, tanta gente que piensa que la vida es un valle de lágrimas, tanta gente que sostiene que follar por puro gusto es malísimo, objeto de pecado y materia suficiente para irse derechitos a los infiernos. Benditos gatos que ni se preocupan de que molesten a los vecinos y ni les va ni les viene el catecismo.
No, no me salí del asunto, es que con los oídos llenos de maullidos era propio y justificado que yo me marchase a dar un garbeo por el planeta de los cuerpos de las mujeres a ver qué sucedía. Y desde luego hoy no iba a suceder nada, entre otras cosas porque en mi cabaña hace un frío del carajo, quise encender la chimenea pero me dije: dentro de un rato lo hago, cuando termine el Intermedio, y después cuando termine este párrafo, y así se fue alargando la cosa hasta que con los pies fríos observé que ya eran más de las once de la noche, una hora inapropiada para salir fuera a por palitos y encender fuego. Y desde luego con el cuerpo frío, nada de nada, sólo se puede aspirar a escribir, y acaso a soñar, ya no sé si con el consabido cuerpo pequeño que tanto me gusta o con el otro grandote, un reto que puede llegar a poner mi timidez en evidencia.
Me están resultado divertidos estos últimos asuntos que me surgen antes de irme a la cama, siempre un binomio que resolver: ¿IU o Podemos?, ¿Monarquía o República? y hoy para redondearlo, ¿Cuerpos femeninos grandes o pequeños? Vamos, que me gusta, todo forma parte de la vida.
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