lunes, 24 de noviembre de 2014

¿Medrar a la sombra de la memoria?



A veces me viene a la cabeza la tentación de hacer una especie de borrón y cuenta nueva inaugurando una vida que arranque del presente con escaso bagaje, algo nuevo que explore otras posibilidades, siempre la novedad como un aliciente que rompa la monotonía de las reiteraciones, un viaje exótico, unas montañas que nunca hollaste, un cuerpo nuevo, pero usualmente no tarda en imponerse el principio de realidad que dice que cualquier intento de huir de uno mismo, de abandonar tu historia, lo que has sido y eres es un mero espejismo. El deseo de lo nuevo te tienta ante la presión de una reiteración de la vida que en algún momento querría ser otra cosa, vivir bajo otra piel. No es que lo nuevo sea la gran panacea que todo lo cura, acaso sólo se trate de una señal escrita en el ADN como mecanismo  promotor de una evolución que busca más allá de uno mismo un espacio, una tierra más fértil, una posibilidad de experimentar nuestras potencialidades en otros campos o situaciones. Los años de la vida son tan reducidos que hacen difícil experimentar en nuestra persona apenas unas pocas facetas de nuestro yo. Nos refugiamos en nuestro modo de ser, en nuestra manera de ver el mundo y su realidad, en la experiencia adquirida y así damos por concluido nuestro perfil personal, nuestro campo de acción, nuestro pensamiento, nuestras posibilidades. Sin embargo sí sucede a veces que la naturaleza, que es muy sabia, nos empuje hacia otros horizontes fuera de ese círculo de reiteraciones en el que nuestra personalidad se ha plasmado dándonos no mucho margen de movilidad más allá de ese perfil en que año tras año hemos ido encerrando nuestro yo. Sucede cuando uno quisiera ser otro, experimentar otras clases de vida, relacionarse con la realidad de manera diferente.

Camino de casa


Y es que la vida es tan corta y las posibilidades son tantas...  Uno podría quedarse sentado y conformarse con lo que le ha tocado, sus talentos, sus experiencias, su historia, y sanseacabó. Es una posibilidad, sin embargo el espíritu inquieto que habita en el yo, esos enanitos juguetones que corretean por nuestro interior y que agitan nuestra santa tranquilidad poniendo migas de inquietud en nuestro ánimo, nuevos proyectos, "otras cosas", no dejan de ponernos al corriente a cada momento de la sensata labor que puede ser cuestionar esa paz en la que nos refugiamos como compensación a una larga vida de actividad, vida de jubilado o vida de quien tras mucho trajín decide retirarse a cultivar el huerto o el jardín de su casa.
Sí, ¿qué hacer con tus años de jubilado? ¿Medrar a la sombra de los frutales que plantaste, del entorno que creaste, de la casa que levantaste, o poco le faltó, con tus manos, mientras fuera el mundo sigue rodando y la agitación social y política busca salida en el hervidero de la actualidad? No sé, pero no parece que esa actitud termine por ser gratificante por mucho que el hombre sea recompensado con un merecedido descanso. Si vivir es guerrear y si el aire hace al águila, ¿es posible encontrar gratificación plena en una existencia de pura contemplación, anexada acaso a labores de horticultura o de mantenimiento de un hogar y su entorno?

La cabaña de El Chorrillo

Esa llamada de algo nuevo que se agita desde la infancia en las personas y que junto con la curiosidad nos propulsa fuera de nuestro prístino mundo personal hacia el exterior, hacia otros mundos, parece que se remansase lentamente con el paso de los años hasta el punto de quedar más y más debilitada; la sabiduría que proporciona el haber vivido mucho tiempo, las certezas que uno va adquiriendo, la disminución de la pujanza de la sangre fruyendo por nuestras venas, conforman un cuadro de apariencia tranquilizadora y madura pero que no está exenta de interrogantes.
No sé si sueño o si realmente estoy fuera de la realidad cuando pienso en la densidad y fuerza de atracción de eso que llamamos lo nuevo, lo diferente; me pregunto si acaso estos pensamientos fueran una aluciniación propia más bien de los años jóvenes. Uno empieza a vivir el caluroso contacto de otros jubilados, de antiguos compañeros de las aventuras de las montañas que con tanto ardor escaló en su juventud, el contacto de la familia y los amigos, el calor que se desprende de esa vida pujante que ve en los ojos y gestos de su nieta, y siente un grato calor que lo envuelve y lo aisla de la intemperie, un regazo en el que los años van encontrado el cobijo y la calidez de una vida generosa que poco a poco te va llevando hacia el final de parecida manera a como llegaste al mundo, inmerso en un líquido amniótico en el que las sensaciones llegan a ti cálidas, amortiguadas por el bienestar que te proporciona la memoria y la conciencia de una pequeñez que se arropa en el anonimato de una existencia sencilla.

Es una mañana soleada, el sol entra oblicuo en mi cabaña e inunda su interior calentándome el cuerpo. Doy descanso a mis ojos dándome una vuelta por la parcela, no veo a los perros, los busco, los encuentros repatigados al sol, perezoso, indolentes; las carpas se mueven inquietas de un lado para otro en las aguas claras del estanque; los gorriones revolotean en torno al comedero de madera que les colgué en el tronco de la acacia; unos pocos tomates penden todavía de las ramas de las tomateras intentando madurar a trancas y barrancas en este otoño avanzado. Vuelvo al texto que estaba escribiendo. Lo repaso, es suficiente por hoy. 

La Cabrera desde el collado de Medio Celemín

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