jueves, 16 de octubre de 2025

El yo se hace comunión silenciosa con la tierra


 

17/10/2025

No llegué nunca a comprender esa concepción del ego como algo negativo que se respira en la cultura oriental. Y mi falta de comprensión probablemente tiene que ver con el entorno cultural en que he nacido y desarrollado. Prescindir del apego al yo, o su aprecio, que es el sujeto del pensamiento, de la acción o la libertad, me pareció siempre una incongruencia, de ahí mi confusión cuando me encuentro con determinados textos, esta noche sin más en Loa a la tierrra, de Byung-Chul Han en donde éste afirma que el jardín le aleja un poco más de su ego, como si el objetivo fuera alejarse de su yo. La idea de “disolver el ego” me suena a anulación de mi ser pensante, del que actúa. Para el budismo aferrarse al yo y a sus deseos es algo que hay que soterrar y hacer desaparecer. ¿Para qué? Para no sufrir. Bueno, pues maldita la gracia que para no sufrir tengamos que etcétera… Ser una persona sin deseos, además de soso, se me parece algo contra natura, y ello porque precisamente los deseos, digamos deseos sanos, son en gran medida el acicate de nuestra existencia.

Probablemente existe algún tipo de confusión a la hora de dar por sentado conceptos que en absoluto están claros para los interlocutores que puedan en una conversación hablar del ego, o del yo. Para ello tengo que considerar, a fin de evitar falsas interpretaciones, que en absoluto esa apreciación del yo tiene nada que ver con el narcisismo. Si lo que pretende decir Han es que no se trata de huir del ego sino de aligerarlo, quizás entendido así, en ese yo que a primera vista podríamos considerar como el centro de un planeta alrededor del cual gira toda la realidad en forma de pequeños satélites, vuelto entonces hacia la tierra, el jardín, en el texto de Han, lo que se podría estar produciendo es una cierta porosidad, una forma de abrirse a la presencia silenciosa del mundo, donde uno deja de decir “esto es mío” y empieza a sentir una suerte de pertenencia a esa tierra, al mundo. Hablaba hace días de esta sensación creciente que me asalta últimamente cuando trabajo en la parcela, arreglo, abono, podo, de sentirme parte integrante de una comunidad, uno más entre los animales y las plantas. Si eso es alejarme un poco de mi ego, estaría plenamente de acuerdo, aunque también lo podría enunciar no como alejamiento de mi yo sino como apertura, como integración con “lo otro”, con la tierra, con lo que no soy yo. Es acercarse a la idea de sentirte parte del Todo.

Mantener la integridad del yo y sus deseos en absoluto estaría reñido con esa pertenencia emocional al mundo, a la sociedad. No habría necesidad de “huir” del yo, pero sí proponerse una conveniente integración con el no yo. En la mística cristiana (San Juan de la Cruz), la “muerte del yo” juega un papel que a mi juicio anula la esencia del yo para entregarse a Dios, un hecho que se repite de parecida manera en otras religiones en donde la dejación del yo en pos de Alá (el Corán), en orden a no sufrir (el budismo), o en orden a conseguir el nirvana, la liberación de las constantes reencarnaciones (hinduismo). Quizás conseguir una síntesis entre el yo y “lo otro” esté implícita en la afirmación de Han cuando escribe que el jardín le aleja un poco más de su ego. No habla de la anulación del ego, sino de cierto alejamiento. “No tengo hijos, pero con el jardín voy aprendiendo lentamente qué significa brindar asistencia, preocuparse por otros. El jardín se ha convertido en un lugar del amor”, afirma más adelante Han. Esto me interesa. Me interesa lo que me enseña la montaña sobre mí y sobre el mundo y la realidad que vivo; en cuantoa la actividad en el jardín, algo parecido, un elemento más al servicio de una realidad que poco a poco puede añadir un plus de comprensión e integración de lo que el individuo va asumiendo que es la vida.

Cuidar el jardín, dice Han, es una forma de comunión silenciosa con la tierra. Efectivamente, el yo ha dejado de ser un referente alrededor del cual gira el mundo para ser comunión, comunión silenciosa con la tierra. Perfecto, me encanta.


4 comentarios:

  1. Ciertamente, resulta harto complejo establecer la diferencia entre algo tan valioso que guardamos en el mismo estuche la cavidad craneal. Me recuerda a otro tesoro que también conservamos, en este caso dentro de una humilde bolsita: la escrotal, sin nombre que los distinga, más allá de “izquierdo” y “derecho”, como si fueran políticos.
    Las devanaciones mentales de don Segismundo y de don Carlos Gustavo nos han conducido, en mi caso al menos, a una situación que se me antoja francamente complicada.

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    1. Sí tuviera que hacer un comentario formal de tu texto, así tal cual, apañado estaría. Un tejido tan variopinto donde con pocas palabras se reúnen don Calderón, un, creo, psiquiatra vienés, la bolsita escrotal, la ubicación peneana o la cavidad craneana, evidentemente plantea acaso la posibilidad, más que complicada, de pasar un buen rato con divertidos desafueros. Lo complejo y complicado son, no obstante, dos buenos compañeros con los que hacer punto de bolillos.

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  2. Carlos Gustavo es de Kesswil, Suiza.

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