17/10/2025
No llegué nunca a comprender esa concepción del ego como algo negativo
que se respira en la cultura oriental. Y mi falta de comprensión probablemente
tiene que ver con el entorno cultural en que he nacido y desarrollado. Prescindir
del apego al yo, o su aprecio, que es el sujeto del pensamiento, de la acción o
la libertad, me pareció siempre una incongruencia, de ahí mi confusión cuando
me encuentro con determinados textos, esta noche sin más en Loa a la tierrra, de Byung-Chul Han en
donde éste afirma que el jardín le aleja un poco más de su ego, como si el
objetivo fuera alejarse de su yo. La idea de “disolver el ego” me suena a
anulación de mi ser pensante, del que actúa. Para el budismo aferrarse al yo y
a sus deseos es algo que hay que soterrar y hacer desaparecer. ¿Para qué? Para
no sufrir. Bueno, pues maldita la gracia que para no sufrir tengamos que
etcétera… Ser una persona sin deseos, además de soso, se me parece algo contra
natura, y ello porque precisamente los deseos, digamos deseos sanos, son en
gran medida el acicate de nuestra existencia.
Probablemente existe algún tipo de confusión a la hora de dar por
sentado conceptos que en absoluto están claros para los interlocutores que
puedan en una conversación hablar del ego, o del yo. Para ello tengo que
considerar, a fin de evitar falsas interpretaciones, que en absoluto esa
apreciación del yo tiene nada que ver con el narcisismo. Si lo que pretende
decir Han es que no se trata de huir del ego sino de aligerarlo, quizás
entendido así, en ese yo que a primera vista podríamos considerar como el
centro de un planeta alrededor del cual gira toda la realidad en forma de
pequeños satélites, vuelto entonces hacia la tierra, el jardín, en el texto de
Han, lo que se podría estar produciendo es una cierta porosidad, una forma de
abrirse a la presencia silenciosa del mundo, donde uno deja de decir “esto es
mío” y empieza a sentir una suerte de pertenencia a esa tierra, al mundo. Hablaba
hace días de esta sensación creciente que me asalta últimamente cuando trabajo
en la parcela, arreglo, abono, podo, de sentirme parte integrante de una
comunidad, uno más entre los animales y las plantas. Si eso es alejarme un poco
de mi ego, estaría plenamente de acuerdo, aunque también lo podría enunciar no
como alejamiento de mi yo sino como apertura, como integración con “lo otro”,
con la tierra, con lo que no soy yo. Es acercarse a la idea de sentirte parte
del Todo.
Mantener la integridad del yo y sus deseos en absoluto estaría reñido
con esa pertenencia emocional al mundo, a la sociedad. No habría necesidad de
“huir” del yo, pero sí proponerse una conveniente integración con el no yo. En
la mística cristiana (San Juan de
Cuidar el jardín, dice Han, es una forma de comunión silenciosa con la
tierra. Efectivamente, el yo ha dejado de ser un referente alrededor del cual
gira el mundo para ser comunión, comunión silenciosa con la tierra. Perfecto,
me encanta.
Ciertamente, resulta harto complejo establecer la diferencia entre algo tan valioso que guardamos en el mismo estuche la cavidad craneal. Me recuerda a otro tesoro que también conservamos, en este caso dentro de una humilde bolsita: la escrotal, sin nombre que los distinga, más allá de “izquierdo” y “derecho”, como si fueran políticos.
ResponderEliminarLas devanaciones mentales de don Segismundo y de don Carlos Gustavo nos han conducido, en mi caso al menos, a una situación que se me antoja francamente complicada.
EliminarSí tuviera que hacer un comentario formal de tu texto, así tal cual, apañado estaría. Un tejido tan variopinto donde con pocas palabras se reúnen don Calderón, un, creo, psiquiatra vienés, la bolsita escrotal, la ubicación peneana o la cavidad craneana, evidentemente plantea acaso la posibilidad, más que complicada, de pasar un buen rato con divertidos desafueros. Lo complejo y complicado son, no obstante, dos buenos compañeros con los que hacer punto de bolillos.
Carlos Gustavo es de Kesswil, Suiza.
ResponderEliminarSorry...!
Eliminar