domingo, 28 de septiembre de 2025

Reflexiones desde lo alto de una montaña de estiércol



28/09/2025

Esta mañana me despertó el motor de un tractor que operaba junto a nuestra casa. El estiércol que habíamos encargado estaba ahí dispuesto a ser descargado sobre la parcela, cuarenta metros cúbicos de materia orgánica con que nutrir el empobrecido suelo de nuestra tierra. Estuve toda la mañana trabajando esparciendo el estiércol, un trabajo laborioso que me va a llevar semanas. Daba lluvia para después del mediodía, así que antes de comer nos dedicamos a tapar con plásticos esos dos voluminosos montones. Trepé arriba el montón más voluminoso, unos dos metros de altura. Curioso que un acto tan simple, subirse sobre una pirámide de excrementos de vaca fermentados, me retrotrajera al tema sobre el que escribiera ayer. En realidad ese montón de estiércol era la continuación argumental de esa nada a la que poco a poco nos acercamos. En realidad no es la nada en donde terminan nuestras vidas sino en un montón más o menos pequeño de estiércol, de cenizas, ceniza eres y en ceniza te convertirás; eso tan obvio, pero que de tanto saberlo ignoramos en la práctica. La montaña de estiércol sobre la que estaba subido igual podría haber sido una montaña de cenizas de restos humanos. También ello me habría servido para abonar nuestra parcela, un montón de potasio con el que nutrir el suelo.

La ley del eterno retorno, alguna de sus variantes, apunta a la idea de que la realidad no progresa linealmente hacia un fin definitivo, sino que se repite en ciclos infinitos de creación, destrucción y renacimiento. Así de filosófico me encontraba yo considerando estas cosas desde la cúspide del montón de estiércol, lo suficiente como para pensar que el ciclo de la vida sigue parecido recorrido. La vida retorna a la tierra en forma de desecho orgánico, éste nutre la tierra y la capacita para crear nuevas vidas, vidas vegetales, que a la vez servirán al sustento de otras vidas, vegetales o animales, que tras su periodo vital volverán a convertirse en compóst, ceniza o estiércol. Nacer – vivir –descomponerse – nutrir la tierra – nueva vida. ¡Bravo!, nuestra vida no habrá sido inútil, al menos seríamos un elemento más en esa carrera loca de la especie por reproducir la vida, sea la que sea, a toda costa. No hay porqués, sólo la infinita capacidad de reproducción que la vida ha adquirido a partir del momento en que se hizo efectiva sobre la Tierra. El eterno retorno sería el mecanismo que mantendría vivo el ciclo de la vida.

El estiércol que nos han traído procede de una granja cercana a nuestra casa. Allí las vacas apenas tienen espacio para moverse. Su vida ha sido congelada en dos, tres metros cuadrados. Nacen y mueren en ese pequeño espacio y son sus deyecciones y sus propios cadáveres la contribución al ciclo general, un ciclo que puede estar sustentado desde millones de años atrás y del que nosotros nos aprovechamos en forma de petróleo, gas o carbón, que son reservorios fósiles del ciclo vital del que hablamos.

Mostrar así en unas pocas líneas el entorno en el cual nuestra vida personal se desarrolla, nos coloca en un contexto similar al de quien para ver el bosque se aleja de él para percibirlo en su conjunto. Y percibirlo en su conjunto es asomarse a la nada con la saludable disposición de ver medianamente claro en qué consiste eso que llamamos vida. El amigo Enrique comenta mi post de ayer diciendo que aprecia leer en mis líneas la asunción de nuestro ciclo biológico expresada sin ambages. El hecho de ir teniendo muchos años inevitablemente trae consigo el que estos asuntos aparezcan constantemente en el umbral de los aleatorios pensamientos que le asaltan a uno y, parece de cajón, que de un modo u otro queramos aclararnos y contextualizarlos en el ámbito general que es la vida. A estas alturas ya no nos sirven los cuentos de hadas en que los católicos, haciendo uso de un vulgar autoengaño, se refugian para eludir la realidad de la muerte, y por tanto dado que no queremos vivir la vida como si ésta fuera un cuento, sino algo mucho más consistente y apasionante, aunque destinada a la nada, no nos queda otra que ir tanteando en la oscuridad con la punta del bastón de ciego esas pequeñas verdades con las que comprender un poco mejor la vida.

La disposición de esa gente que no se pregunta por estas cosas y que vive a piñón fijo de las creencias religiosas que asumió de niño, me recuerda a esas vacas que han producido esa montaña de estiércol sobre la que me subí esta mañana y que me inspiraron estas líneas. Más allá del establo y del corto espacio que se ve desde él existen otras realidades y evidencias que asumir. No basta decirnos polvo eres y en polvo te convertirás, es necesario hacerlo carne de nuestra carne, evidencia vital que nos ayude en un ejercicio de coherencia personal a vivir acorde con la realidad y no abducidos por criterios e ideas que la religión, el Mercado, las modas o cualséase su origen fabrican para consumo de la calle.


2 comentarios:

  1. Ceniza eres y en ceniza te convertirás. Esta máxima religiosa, que tenemos incrustada en nuestra memoria, solo resulta válida si el cadáver se entierra para su descomposición, algo natural en nuestra cultura. Pero, por el contrario, si se opta por la incineración, las cenizas resultantes no tienen validez orgánica por sí mismas, y por lo tanto no contribuyen al ciclo biologico

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    1. Date, pues la hemos jodido. Yo que pensaba que en esa nada que seré al menos podría aportar "algo". Me queda el consuelo de que aunque sea poco al menos un uno o dos por ciento de potasio irá a la tierra, o fósforo o calcio; no sé. En cualquier modo la leña de nuestra parcela que nos sirve para calentarnos en invierno le es mucho más rentable a la tierra. ¡Poca cosa queda de nosotros!, sí.

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