martes, 30 de septiembre de 2025

Un señor de 86 años

Original de Mar Durán

 

30/09/2025

No, no voy a hablar de Carlos y su ascensión al Manaslú ni de nada parecido. Hoy arranca mi escritura de una fotografía que subió Mar Durán al WhatsApp. Escribí tantas veces sobre Carlos como para llenar casi un libro, así que no deseo abundar una vez más en la obviedad de etcétera etcétera.

Después de mi ajetreada mañana trabajando con el estiércol, cuarenta metros cúbicos de este material esparciéndolo por la parcela es mucha tela, cuando al final me siento tras la comida para tomarme un respiro, lo primero que me encuentro es la llegada de Carlos a Barajas, un hombre de 86 años animoso y con cara de pillo empujando un carrito que contiene un voluminoso equipaje. ¿Qué traerá este hombre en la cabeza para mostrar esa disposición y esa cara de satisfacción que desborda su rostro?, me pregunto. Es fácil imaginar que rebosa la complacencia que siente después de columbrar tantos esfuerzos, tanto entrenamiento, pisando al fin una cumbre que se coló en uno de sus sueños hace unos meses y que poco a poco fue engordando hasta convertirse en un firme proyecto.

De Carlos me interesan muchas cosas, la más importante de todas el ejemplo que nos pone delante de las narices a todos los que vamos cumpliendo muchos años, ese cartelón grande como una pancarta que ocupara el paseo del Prado de parte a parte, que dice una vez más que sí se puede, que todavía se puede. Pero bueno, de eso ya he hablado muchas veces en mi diario de jubilado. El otro día en un guasap de un grupo de montaña, tras saber que Carlos había alcanzado la cumbre del Manaslú, un compañero escribía que la noticia le había hecho llorar a moco tendido. No pariente de Carlos, ni compañero cercano, imagino, simplemente la emoción, pienso, de encontrar en ese hecho, esa cumbre a los 86 años, la viva expresión de que la vida, pese a los inconvenientes de la edad, puede rebosar tanta frescura, tanta fuerza de voluntad, tanto infinito deseo de vida como para hacer de la vejez, ese sustantivo que apunta tantas veces a  la decrepitud, impotencia y cancelación de los sueños, un nuevo y apasionante reducto de fuerza y satisfacción de uno mismo. 

Satisfacción de uno mismo. Quizás sea esa la expresión que muestra ese señor de 86 años que empujaba esta mañana el carrito de su equipaje en las salas del aeropuerto de Barajas. Y ya en este punto ¿por qué no generalizar y decir que si personalmente existe un objetivo deseable sobre todas las cosas en la vida, ese sería conseguir estar satisfecho de uno mismo, de lo que haces o has hecho, del modo de vivir, de la manera en que uno encarrila su existencia? 

Otra cosa que me interesa de Carlos es su extrema tozudez :-), ser terco como una mula como es él a la hora de proponerse algo y a continuación poner todos los medios posibles a su alcance para hacer efectivo “eso” que se le ha metido en la cabeza, es la materia prima que hace, y ha hecho, posible todos esos logros que son el correlativo de su vida como alpinista. Mi admirada Silvia Vidal dice que ella no entrena, que el entrenamiento viene solo cuando emprende alguna de sus expediciones, las largas aproximaciones, los porteos cuando llega a pie de pared ya han dejado su cuerpo a punto de caramelo. También Silvia es muchísimo más joven. Lo de Carlos es otra cosa, sus entrenamientos son la garantía y la base de los objetivos que se propone. Un día coincides con él y con Pedro Mateo en el Sputnik, para mí entre otras cosas un buen lugar para tras las trepadas tener un buen rato de conversación. Pues bien, si le comentas a Carlos que si se queda un rato de charla con nosotros, seguro que te dirá que nanáis, que tiene sesión con el físio, que tiene que entrenar, que ha quedado con un periodista, lo que sea. Sonriendo me ha contado alguna vez Pedro Mateo cómo cuando Carlos inicia la marcha, sea subir a Cabezas de Hierro en el mejor tiempo posible o alguna larga caminata por la Pedriza, entonces Carlos es Carlos Chitón, ni una palabra, toda su alma se le va en la carrera. Vamos, como aquel budista que decía que cuando comía no hacía otra cosa que comer. 

Tozudez, pero mejor llamarlo disciplina. Recuerdo que hace tiempo, yo cumplía 70 años por entonces, leyendo a Renato Casarotto, Una vita tra le montagne, me impresionó de tal manera la ascensión que hizo en solitario y en invierno por la cresta, Ridge of No Return, 12 días en pared con temperaturas de treinta y cuarenta grados bajo cero, incluida una caída de treinta metros a esa temperatura, que a partir de entonces, puesto a ser disciplinado, no tuve ningún problema para ducharme invierno y verano todos los días con agua fría. Poca cosa, pero que indica hasta dónde ciertas personas pueden influirnos a la hora de tomar decisiones, y por consiguiente a mejorar nuestra filosofía de la vida, la voluntad o sugiriéndonos una disciplina que Dios y ayuda cuesta incorporar a nuestros hábitos. Pensar entonces en Casarotto cada mañana escalando a cuarenta grados bajo cero en absoluta soledad, hizo posible que incorporara para siempre ese hábito. Algo parecido me sucede cuando la pereza para entrenar me llega y recuerdo a Carlos.

Son fantásticas las posibilidades que te puede dar una disciplina ordenada a un fin. Esa es mi admiración esencial cuando pienso en él. Carlos se ha hecho a sí mismo a la medida de su propia voluntad, a la medida de sus sueños, y sin esa voluntad de hierro que ha puesto a disposición de de sus anhelos jamás podríamos imaginar a nadie poniendo el pie sobre las cumbres de tantos ochomiles después de la jubilación.  


3 comentarios:

  1. Muy bonito y merecido tu post sobre Carlos. Pero lo que más me emociona es tu recuerdo de Renato Casarotto, uno de los grandes del alpinismo moderno. Hace ya 39 años perdió la vida en su intento por el espolón suroeste del K2, con apenas 38 años. Su trayectoria, marcada por la pureza, la soledad y el compromiso absoluto con la montaña, lo convierte en un referente inolvidable. Recordarlo no es solo rendir homenaje a su figura, sino también a una forma de entender el alpinismo que hoy sigue siendo ejemplo de grandeza y autenticidad.

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    1. Casarotto y Silvia Vidal son para mí, entre los que conozco, los dos más más grandes alpinistas de todos los tiempos, los que han llevado la pureza de la actividad de montaña a las más altas cuotas. Esa forma de entender el alpinismo que dices tú, es única.

      Casarotto perdió la vida de una manera realmente estúpida cayendo en una grieta cerca del CB del K2; cedió un puente de nieve por el que habían pasado cientos de personas.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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