27/09/2025
En la pantalla no hay nada, la que uso corrientemente en Word, toda negra, esa en la que cuando levanto la tapa del portátil enseguida se ven palabras en blanco corretear de izquierda a derecha sobre la pantalla. Si no empezara a escribir y permaneciera mirando ésta lo que vería constantemente sería mi rostro, mis manos si me meto el dedo en la nariz, la camiseta, las gafas, el forro que llevo puesto, y detrás, algunos libros. Pero eso ocurre pocas veces porque a poco que me descuide las filas de letras van tapando poco a poco mi rostro. Ahora, por ejemplo, después de escribir media docena de líneas sólo veo de los agujeros de la nariz para abajo. Mi yo, es decir, yo, desaparece poco a poco tras lo que voy escribiendo. Haciendo limpia en la casa, una de esas que se hacen cada década, todo lo que no sirve al contenedor de la basura, me encontré este viejo portátil que pasó a mejor vida cuando comprobé que escribir sobre la pantalla del teléfono constituía un descubierto placer similar a aquel otro de hace muchos años cuando el placer de escribir provenía de una estilográfica a la que tenía cierto cariño por la suavidad de su escritura. Aquella la perdí en un viaje por el Reino Unido y desde entonces ya no tuve especiales querencias por los instrumentos que usaba para escribir. Desde que el auge de los ordenadores irrumpió en nuestras vidas he apreciado uno u otros teclados; sí, un Compaq que me acompañó medio año por América Latina siempre estuvo en mi recuerdo. La suavidad y ligereza de aquel teclado siempre me hizo recordar esos cuerpos de melocotón que en ocasiones me visitan entre sueños, esa suavidad, esa delicadeza con que las ideas pasaban de las yemas de los dedos al teclado y de éste a la pantalla del ordenador, me hacía feliz cuando en un momento de inspiración llenaba un par de folios o construía un poema. Estos días, desde que rescaté este portátil arrumbado en un rincón como el arpa de Bécquer, ha vuelto a resucitar en mí ese placer del roce de los dedos sobre un teclado. Y esta tarde lo ha hecho sobre un fondo que hasta ahora no había llamado mi atención, sobre el reflejo de mi rostro en la pantalla, a estas alturas ya cubierto enteramente por este largo párrafo que estoy escribiendo.
Esta mañana, que me contaba una amiga con principio de alzheimer de la desorientación que había tenido ayer tarde cuando no era capaz de orientarse en su propio pueblo para encontrar dónde había dejado su propio coche, me dio por pensar en estas cosas y en una nota en mi teléfono escribí esas palabras del título: “Dejar de ser tú”. Enseguida entendí que mi yo debía tener algo que decir ante tal afirmación venida precisamente de la circunstancia de esa desorientación de mi amiga y de lo que el alzheimer progresivamente irá destruyendo en su cerebro hasta ese momento en que definitivamente se podría decir que dejaría de ser ella.
En este punto podría tocar una veintena de veces la tecla énter para que desplazándose este texto hacia arriba volviera a aparecer sobre el negro de mi pantalla mi rostro. Lo hago. Los párrafos han desaparecido de la pantalla y ahora de nuevo es mi rostro el que los sustituye. Me miro sobre el negro brillante del portátil. Ese soy yo, pienso, ¿qué es realmente yo? En filosofía cuando decimos yo solemos referirnos a la conciencia de nosotros mismos, la experiencia subjetiva de vivir. Lo que diga la neurología del yo no me interesa; por mucho que ese yo sea producto de un cerebro, una cierta organización de millones de átomos, ello no daría respuesta a mi pregunta. El centro desde el cual sentimos, pensamos o decidimos, lo que íntimamente consideramos “nosotros mismos”, que en ocasiones yo defino también como mi alma por el afecto que tengo a esa palabra, yo no lo veo en la imagen mía que me devuelve la pantalla del portátil. Cierro los ojos e intento comprender qué es eso de yo, mi yo, y sí, algo me aproximo a lo que es aunque sea incapaz de definirlo.
Estoy en ese punto precisamente, con los ojos cerrados tratando de ver qué es eso, yo. Decir que es el centro de donde pensamos o sentimos, apunta a un espacio, pero no dice más, no nombra ni aclara lo que soy, sin embargo sí hay una realidad, no puedo definirlo pero SÍ puedo sentirlo. Puedo sentir lo que es yo y puedo diferenciarlo perfectamente de cualquier TÚ en quien pueda pensar.
Desisto de una definición y asumo que mi yo, mi conciencia, mis sentimientos, mi sentido del bien o del mal, mi concepción de la realidad, de lo que es justo y de lo que no lo es, la conformación que el cúmulo de mis experiencias ha producido en mí, ello es lo que da consistencia a eso que llamamos el yo.
En este punto me remito al título de este post. Tengo un amigo cuya esposa entró hace tiempo en las profundidades de ese espacio oscuro que es el alzheimer. Todos sabemos el trance por el que pasan estos pacientes en manos de una enfermedad irreversible. ¿Qué sucede con eso que llamamos yo en tales circunstancias, con tales enfermos?
Si te mueres, no cabe duda, dejas de existir, ni yo ni nada, pero ¿cómo percibimos en relación a esa idea que tenemos de nuestro yo, no ya ahora pensando en estos casos extremos de alzheimer, sino sólo cuando de nuestra memoria poco a poco van desapareciendo grandes pedazos de vida? Si yo, además de mi conciencia y sentimientos, soy la sustancia de las experiencias por las que he pasado, la conciencia de mí y del espacio donde me muevo, ¿qué diremos de nosotros mismos si parte de todo ello lo vamos perdiendo por el camino con la edad? Si parte de nuestra conciencia se pierde por el camino, si la memoria poco a poco va haciendo agua, si perdemos nuestro sentido de la orientación, ¿qué está sucediendo? ¿No es esta lenta desaparición de capacidades, esta disgregación del yo el aviso de una lenta extinción del yo? ¿Un yo que fuimos y que lentamente ha empezado a disolverse camino de la nada? La pérdida de memoria y tantas otras pérdidas que se van produciendo con los muchos años ¿no significan que nuestro yo va dejando de ser nuestro yo, que es otro camino de la nada? ¿Que cada vez somos menos yo, y eso que ha sido la sustancia de nuestra esencia personal ha empezado a disgregarse como se disgrega cualquier materia viviente del planeta?
Me encanta leer en este post tu asunción del fin del ciclo biológico, expresada sin ambages y sin piedras en el camino.
ResponderEliminarCon tantos años que uno va teniendo no es para andarse con cuentos. De esos cuentos, cuentos de andas, continuación de este post, me dio por continuar esta tarde las líneas de arriba.
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