sábado, 14 de diciembre de 2024

¡Pedalea!

 

Toda nuestra familia en pleno coronando el puerto de Ancares tras cientos de kilometros de pedalear por los caminos de España

El Chorrillo, 14 de diciembre de 2024

Vamos a ver, mi sufrido diario que tantas idioteces tienes que aguantarme, vamos a ver si haciéndote una íntima confesión pongo un poco de orden en mi cabeza, en mi cabeza o más bien en mi voluntad que últimamente va un tanto a la deriva. Como has podido comprobar llevo más de mes y medio jugando al ratón que te pilla el gato. No me reconozco. Trabajo me cuesta subirme al roco de mi fachada, trabajo me cuesta darme una vuelta por los alrededores; ni siquiera salgo a la parcela a cumplir con mis obligaciones de jardinero. Además, salgo fuera y como siento que hace un frío del carajo enseguida tengo una disculpa para refugiarme en el calor de la cabaña. Y, amigo diario, no me mires con sorna, que sí, que aunque me haya vuelto en estas semanas un friolero, seguro que en algún momento levanto el vuelo. ¿Por qué será que este invierno me parece muchísimo más frío que los pasados, que veo la nieve del Guadarrama en los alrededores de Claveles que ilustraba ayer Fafi y me entra tiritera? ¿Me he hecho viejo de repente?

Hace un tiempo paseando con Victoria por Madrid, pasamos junto a uno de esos bancos frente a los que el ayuntamiento ha instalado unos pedales en que ejercitar las piernas. Caminábamos junto a uno de ellos ocupado por una pareja de ancianos, cuando escuchamos un imperativo ¡pedalea! que pronunciaba ella a la vez que le daba un codazo a su marido. La anciana, pequeñita y arrugada, de aspecto bondadoso y pacífico, había sacado de sí un deseo que la edad le había mostrado inaplazable: pedalea, muévete, anda. Días atrás Sonsoles compartía una entrada de un grupo de montaña argentino donde Carlos, con su sabiduría habitual cuando habla de la edad madura decía: "Si te duele algo, mueve lo que no te duela, pero no te quedes quieto". El cuento no deja de ser reiterativo en el entorno de mi diario y no deja de serlo probablemente por aquello de que cuando las barbas de tu vecino veas pelar echa las tuyas a remojar.

Y no será porque no nos falten razones para estar ojo avizor con los asuntos de la edad, que a la que menos te descuidas te deja tirao y en situación a candidato a una residencia de ancianos, que aunque no conozco ningún amigo que aspire a residir en tales instituciones, que más bien lo contrario, pedalean con buen ritmo para mantenerse atentos a la cascada de imponderables que la inmovilidad puede traer sobre sí, no está de más repetírselo de vez en cuando para en ese tira y afloja entre la comodidad y la actividad no dejar resquicio a aquella; comodidad ladina, pereza, que bajo el aspecto de múltiples engaños viene a nosotros en forma de algodonoso relax en que recostar los muchos años de la edad.

Pedalea, muévete. Y mira que me lo digo alto… y sin embargo na de na, aquí andamos postergando un día sí y otro también esa vuelta al pedaleo. Cosa siempre fácil de decir y tan difícil de cumplir. Deseo escurridizo que se presenta ante la mente con la clarísima evidencia de lo indiscutible, pero que…

Hace un rato, mientras empezaba a escribir estas líneas, sonó el teléfono en dos ocasiones. La primera llamada provenía de una de las brumosas calles de Madrid en la que todavía el sol no se había abierto camino. L, hoy mucho más optimista que de costumbre, preguntaba por mi próxima cira con el quirófano. Le oía tan bien que de pronto, sobreponiéndome a mi propio estado de ánimo, me vi mostrándome extraordinariamente animoso. L me había dado ese empujoncito que a veces necesitamos para caminar erectos y poner a mal tiempo buena cara. La animada voz de un amigo y ya estaba en situación de ponerme a pedalear. Y estábamos despidiéndonos cuando volvió a sonar el teléfono. En esta ocasión la voz procedía de Jaca, el siempre entusiasta T ahí estaba feliz como unas castañuelas interesándose por mis males y proponiéndome ya mismo un viaje a las cálidas paredes del sur que se levantan junto a las aguas del Mediterráneo; ese paraíso que nunca probé y que todavía contemplo con la nostalgia que me viene de los mejores años de escalador.

Váya que si cuenta la voz y la disposición de un amigo, de otro, del de más allá. En ocasiones me acuerdo con cierta frecuencia de los amigos del Navi, todos en el mismo tramo de edad en el que las dudas, los imponderables o la incorregible pasión por seguir pateando el monte se juntan para recordarte que perteneces a un mundo espacialísimo que se nutre y se nutrirá hasta el último de los días de esas dos hermosas cosas que son la amistad y la montaña. Vivir los muchos años saliendo semanalmente a correr bosques y montes, comer juntos y compartir las ganas de “pedalear” añade un plus a la madurez de la vida. 

Total, que esta tarde antes de que se oculte el sol ya estaré dispuesto para enzarzarme por las alturas de mi particular roco sin la necesidad de hacer un extraordinario esfuerzo como días atrás. Autoestímulo, voces animadas al teléfono, esa imperativa llamada de la anciana de la plaza del Valle del Conde Suchil que instaba a su marido con un: ¡Pedalea!

 

 

 


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