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| Toda nuestra familia en pleno coronando el puerto de Ancares tras cientos de kilometros de pedalear por los caminos de España |
Vamos a ver, mi sufrido diario que tantas idioteces tienes
que aguantarme, vamos a ver si haciéndote una íntima confesión pongo un poco de
orden en mi cabeza, en mi cabeza o más bien en mi voluntad que últimamente va
un tanto a la deriva. Como has podido comprobar llevo más de mes y medio
jugando al ratón que te pilla el gato. No me reconozco. Trabajo me cuesta
subirme al roco de mi fachada, trabajo me cuesta darme una vuelta por los
alrededores; ni siquiera salgo a la parcela a cumplir con mis obligaciones de
jardinero. Además, salgo fuera y como siento que hace un frío del carajo
enseguida tengo una disculpa para refugiarme en el calor de la cabaña. Y, amigo
diario, no me mires con sorna, que sí, que aunque me haya vuelto en estas
semanas un friolero, seguro que en algún momento levanto el vuelo. ¿Por qué
será que este invierno me parece muchísimo más frío que los pasados, que veo la
nieve del Guadarrama en los alrededores de Claveles que ilustraba ayer Fafi y
me entra tiritera? ¿Me he hecho viejo de repente?
Hace un tiempo paseando con Victoria por Madrid, pasamos
junto a uno de esos bancos frente a los que el ayuntamiento ha instalado unos
pedales en que ejercitar las piernas. Caminábamos junto a uno de ellos ocupado
por una pareja de ancianos, cuando escuchamos un imperativo ¡pedalea! que pronunciaba
ella a la vez que le daba un codazo a su marido. La anciana, pequeñita y arrugada,
de aspecto bondadoso y pacífico, había sacado de sí un deseo que la edad le
había mostrado inaplazable: pedalea, muévete, anda. Días atrás Sonsoles
compartía una entrada de un grupo de montaña argentino donde Carlos, con su
sabiduría habitual cuando habla de la edad madura decía: "Si te duele
algo, mueve lo que no te duela, pero no te quedes quieto". El cuento no
deja de ser reiterativo en el entorno de mi diario y no deja de serlo
probablemente por aquello de que cuando las barbas de tu vecino veas pelar echa
las tuyas a remojar.
Y no será porque no nos falten razones para estar ojo
avizor con los asuntos de la edad, que a la que menos te descuidas te deja
tirao y en situación a candidato a una residencia de ancianos, que aunque no
conozco ningún amigo que aspire a residir en tales instituciones, que más bien
lo contrario, pedalean con buen ritmo para mantenerse atentos a la cascada de
imponderables que la inmovilidad puede traer sobre sí, no está de más
repetírselo de vez en cuando para en ese tira y afloja entre la comodidad y la
actividad no dejar resquicio a aquella; comodidad ladina, pereza, que bajo el
aspecto de múltiples engaños viene a nosotros en forma de algodonoso relax en
que recostar los muchos años de la edad.
Pedalea, muévete. Y mira que me lo digo alto… y sin
embargo na de na, aquí andamos postergando un día sí y otro también esa vuelta
al pedaleo. Cosa siempre fácil de decir y tan difícil de cumplir. Deseo
escurridizo que se presenta ante la mente con la clarísima evidencia de lo
indiscutible, pero que…
Hace un rato, mientras empezaba a escribir estas líneas,
sonó el teléfono en dos ocasiones. La primera llamada provenía de una de las
brumosas calles de Madrid en la que todavía el sol no se había abierto camino.
L, hoy mucho más optimista que de costumbre, preguntaba por mi próxima cira con
el quirófano. Le oía tan bien que de pronto, sobreponiéndome a mi propio estado
de ánimo, me vi mostrándome extraordinariamente animoso. L me había dado ese
empujoncito que a veces necesitamos para caminar erectos y poner a mal tiempo
buena cara. La animada voz de un amigo y ya estaba en situación de ponerme a
pedalear. Y estábamos despidiéndonos cuando volvió a sonar el teléfono. En esta
ocasión la voz procedía de Jaca, el siempre entusiasta T ahí estaba feliz como
unas castañuelas interesándose por mis males y proponiéndome ya mismo un viaje
a las cálidas paredes del sur que se levantan junto a las aguas del
Mediterráneo; ese paraíso que nunca probé y que todavía contemplo con la nostalgia
que me viene de los mejores años de escalador.
Váya que si cuenta la voz y la disposición de un amigo, de
otro, del de más allá. En ocasiones me acuerdo con cierta frecuencia de los
amigos del Navi, todos en el mismo tramo de edad en el que las dudas, los
imponderables o la incorregible pasión por seguir pateando el monte se juntan
para recordarte que perteneces a un mundo espacialísimo que se nutre y se
nutrirá hasta el último de los días de esas dos hermosas cosas que son la
amistad y la montaña. Vivir los muchos años saliendo semanalmente a correr
bosques y montes, comer juntos y compartir las ganas de “pedalear” añade un
plus a la madurez de la vida.
Total, que esta tarde antes de que se oculte el sol ya
estaré dispuesto para enzarzarme por las alturas de mi particular roco sin la
necesidad de hacer un extraordinario esfuerzo como días atrás. Autoestímulo, voces
animadas al teléfono, esa imperativa llamada de la anciana de la plaza del
Valle del Conde Suchil que instaba a su marido con un: ¡Pedalea!

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