sábado, 11 de diciembre de 2021

El Mal

 



El Chorrillo, 11 de diciembre de 2021

 

El viento es especialmente fuerte e inclina peligrosamente el eucalipto que crece frente a mi ventana. Es un árbol que me preocupa desde hace muchos años, quizás desde una vez que crucé Galicia caminando y tuve que atravesar grandes bosques en donde el sendero se veía continuamente interrumpido por enormes eucaliptos desraizados que cruzaban el camino y hacían penoso el caminar. Grandes eucaliptos que exhibían yertos sobre el suelo lastimosamente un gran cepellón que no había tenido fuerza suficiente para sujetar aquellos enormes árboles que el viento había conseguido desgarrar de la tierra produciendo un caos de ramajes difícil de atravesar. Desde entonces me ha preocupado este árbol que planté cuando apenas me llegaba al pecho y que ahora ha crecido derecho y espigado hasta una altura inverosímil por encima de cualquier otro árbol de nuestro pequeño bosque. Previendo el desastre que podría producir cayendo sobre mi cabaña, que sin lugar a dudas la derrumbaría si el viento lograra arrancarlo de raíz, hace algunos años fijé dos cables de acero de casi un centímetro de grosor en la parte más alta a la que pude llegar. Uno de los cabos lo amarré a un grueso olmo y el otro a un álamo blanco cercano. Además planté un olmo a un par de metros de la cabaña en la línea de la posible caída, que la fijan los vientos dominantes del oeste en nuestro entorno, pensando que cuando se hiciera realmente grande actuaría de muro de contención ante una posible caída del eucalipto.

Hace tres o cuatro años, en una de mis travesías de los Alpes, quizá un año excepcional en que los vientos habían sido especialmente fuertes, recuerdo muchas jornadas en que mi paso por algunas zonas boscosas se hizo realmente fatigoso por culpa de los árboles arrancados de cuajo por el viento. De ahí mi preocupación. Además no sería la primera vez que en casa uno de estos árboles es arrancado sin miramientos por los vendavales, ello sin contar los dos olmos que la gran nevada del pasado año quebró con el peso de la nieve sobre las ramas.

Quizás si me he puesto a escribir sobre el eucalipto sea porque he tenido que subir a la casa un momento y el ruido ensordecedor del viento en las ramas me ha obligado a observarlo, que siempre en estas circunstancias se inclina ceremoniosamente como un gran velero sorprendido por una tormenta en alta mar. Quizás el ramaje del eucalipto sea lo más parecido a la vela mayor de un gran velero cuya tela hubiera sido colocada a una altura desproporcionada, lo que propiciaría más el naufragio que el avance del propio navío.

En la película que acabo de ver, El diablo sobre ruedas, de Spielberg (ojo, sigue un spoiler. El que quiera ver la película que se salte este párrafo y el siguiente), un pacífico conductor camino de una reunión de trabajo en una ciudad próxima, de pronto se ve sorprendido por el anómalo comportamiento de un viejo camión de transporte de combustible de unas proporciones descomunales, cuyo conductor, le comentaba a Victoria, me parecía la perfecta personalización del Mal, una inquietante metáfora de los males que nos acechan. Así con mayúsculas lo escribía Ernesto Sábato en su último libro, Antes del fin. Un camionero que sin ningún motivo justificado persigue a lo largo de toda la película acabar con la vida y el coche de un simple ciudadano camino de su trabajo. Sin más, sin objeto, sin justificación. Para Ernesto Sábato el Mal estaba personificado en el comportamiento de los militares de los tiempos de Videla en Argentina, asesinatos en masa o torturas espeluznantes que te ponían los pelos de punta, el Mal por el Mal de quien se regodea con el sufrimiento de los otros. En la película, tras situaciones tremendas, adelantamientos que precipitan al automóvil fuera de la carretera a ciento cuarenta kilómetros por hora, en un paso a nivel el camión empujando al automóvil para meterlo bajo las ruedas del tren que está pasando, toda la película con situaciones de parecida violencia y tensión que te obliga continuamente a estar sobre ascuas –un primer largometraje de Spielberg rodado en trece días donde ya asoma su genialidad–; y tras todo ello, cuando las las graves preocupaciones que el  protagonista traía en la cabeza se han diluido ya ante la cercanía del drama, al fin en determinado momento y cercano a un curva, el conductor bloquea el acelerador con una maleta y salta del coche. El camión arrastra al automóvil y cae por un precipicio. El film concluye con dos secuencias que ponen fin a la pesadilla. En la primera el minucioso seguimiento del camión y el coche precipitándose en el vacío, los restos del camión destrozado con las ruedas en el aire dando vueltas parsimoniosamente. Y en la segunda vemos aliviado al conductor del automóvil sentado frente al crepúsculo en posición de meditación mirando al infinito. 

La enorme fuerza de la liberación le llena el cuerpo y el alma. Al final ha encontrado la paz. Como quien se despierta de una horrible pesadilla, ahora respira tranquilo y agradecido a la vida. Es la clave del final de la película. Se acabó, finito, la angustia queda atrás, el horror trascendido. Te has despertado y estás en la cama y la mañana es hermosa y el canto de los pájaros atraviesa tu ventana. Todo ha sido una pesadilla.

Y yo que leo a Almudena Grandes, que casi solo de refilón ya muestra aquel otro Mal de nuestra guerra civil y que introduce uno de sus capítulos con una cita de Memoria de un nacionalista en donde Antonio Bahamonde relata un encuentro en un bar en que Díaz Criado, alguno de los mandos militares franquistas, tomándose unas copas con unos amigos, momento en que entra un policía con una larga lista en la que figuran nombres y apellidos de hombres detenidos. El policía va leyendo y Criado, mientras se toma un vaso de vino y charla con sus amigos, va diciendo: este sí, ese también, bueno, ese no… el resto todos también. Así más de un centenar. Los “sí “ serían fusilados a la mañana siguiente. Yo que leo a Almudena, se me estremece el cuerpo imaginando la escena.

Y a mí, decía, que se me juntan tantas cosas diversas a esta hora de la madrugada, no es que ya me dé cierto temor que el eucalipto próximo sea arrancado por el viento y caiga sobre mi cabaña, sino que a los males naturales propios de temporales que ya debían de atemorizar a nuestros ancestros de las cuevas, se une la sensación de que otros males congénitos a la humanidad y a los hombres en concreto amenazan nuestras vidas propulsados por la irracionalidad del Mal en estos momentos. Los fascistas de nuestra guerra civil hacían de la muerte una lotería. Los fascistas de hoy, toda esa mugre que va apestando la tierra de nuestro país, no creo que albergaran dentro de sí muy diferente disposición si las circunstancias les pusieran en una situación similar a la que vivieron sus primos hermanos de la guerra civil.

El Mal, como ese camión suicida que se nos puede aparecer en una noche de pesadilla y que habita en el alma de una buena parte de la humanidad (ni qué decir tiene que todo puede suceder si recordamos el Chile de Pinochet, la Argentina de Videla, la civilizada Alemania de los años treinta o los crímenes de guerra perpetrados por Estados Unidos en Vietnam o Irak), y el otro mal, el viento, el de las catástrofes naturales que puede ser la Covid o sus posibles mutaciones, aparecen en estos días como dos terribles amenazas auspiciadas por la ignorancia y por la estupidez más soez, dos monstruos dispuestos a quebrar cualquier atisbo de racionalidad y justicia.

Estamos rodeados de gente que apesta, de gente y de medios podridos con apariencia de respetabilidad que no son otra cosa que pura basura, como es el caso de El País de esta mañana. La cabecera hoy en grandes caracteres de periódicos como Eldiario.es y Público venían ocupadas con el visto bueno del Reino Unido a la extradición de Julian Assange a Estados Unidos. Para El País y sus accionistas este tipo de cabronadas no existen. El Mal no campa por si sólo por ahí, hay quien por omisión o directamente lo incentiva desde los medios.

Era un niño que soñaba un caballo de cartón, abrió los ojos el niño, etcétera. ¿Realmente nuestro sueño de justicia será ese sueño que puso en verso Machado? ¿Estaremos condenados a vivir bajo el signo de la estupidez, de ese Mal que engendra el odio de la extrema derecha hacia todo lo que no es ella misma?

Las dos de la mañana. En nuestra parcela el viento ha amainado un poco y mañana la previsión del tiempo anuncia despejado. Algo es algo. De momento el eucalipto seguirá en pie.


2 comentarios:

  1. Después de leer el post he quedado transpuesto:
    “… ¿Estaremos condenados a vivir bajo el signo de la estupidez, de ese Mal que engendra el odio de la extrema derecha hacia todo lo que no es ella misma? …”
    Odio...?, no me cabe duda de la verdad de dicha cuestión, como tampoco me cabe duda que nadie puede superar el horror y los crímenes generados por la Izquierda, ni siquiera se si al Comunismo se le puede catalogar de extrema izquierda, véase a Alemania con su exaltación del régimen Social Socialista del Nazismo inventado por la Izquierda de Mussolini e incorporado por Hitler, China con Stalin y Mao Tse Tung, Cuba contra la comunidad gay y un sin fin de ejemplos como la situación de Malezuela, Corea, y un sin fin de países con regímenes comunistas, que debe de ser que se definen como países de con regímenes de derechas.
    Defender a un colectivo pese ante cualquier razón de hecho, es de alabar, si hablamos de fútbol, independientemente de que a mí no me guste el fútbol.

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    1. Cuando era niño me decían que Dios estaba en todas partes. Si aquella gente hubiera vivido "mas adelantada", tal como parecemos estar hoy seguro que habría tenido dificultades en encajar ese estar en todos los lados que nos proporcionan otros dioses del momento como Google o Facebook y que permite a sus feligreses disfrutar de la ubicuidad de nuestra presencia a un golpe de yema de dedo o ratón. Sí, que ya en otra parte te había contestado:

      Sería muy costoso cada vez que uno abre la boca verse en la necesidad de redefinir los términos que uno usa, lo cual nos lleva a una economía de lenguaje que opta por escurridizos atajos. Efectivamente, digamos, mejor que usar el término derecha-izquierda, y aquí no hay duda alguna, que el mundo se divide en hijos de puta, gente que ni esto ni lo otro y gente que apuesta por la justicia (no la puta mierda de justicia de nuestro país) y por crear unas condiciones de convivencia aceptables para todos. No haría así falta referirse a colectivos, convencionalismo que acaso sirva para las páginas de los periódicos, pero no para aquellos que saben discernir entre la infamia y la bonhomía.
      Quizás así nos podamos entender mejor.

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