lunes, 22 de noviembre de 2021

De los amigos y el olvido

 



El Chorrillo, 22 de noviembre de 2021

 

Esta noche llegó por primera vez la niebla a nuestra casa. El pequeño bosque, la parcela, se ha vestido de la nada en que aquella y la noche la sumen. En la cabaña suena música de Fauré.

Acababa de contestar a un amigo que me sugirió esta mañana la lectura de un artículo de Manuel Vicent que hablaba del olvido. “El espacio infinito del olvido empieza cuando se extingue el último de tus amigos”. De esta manera un tanto rimbombante comenzaba el artículo. Y después de leerlo le comentaba a José Manuel que últimamente el espacio infinito ese se me aparecía hasta en la sopa, tan infinito es todo que, en vez de producirme vértigo, le decía, me reconcilia con el mundo y sus tonterías. Vista la vida y el mundo desde ese espacio infinito somos tan pequeños que no merece la pena ningún tipo de algarada. Asomas la nariz por el agujero del saco de dormir para mirar al firmamento y poco a poco te vas quedando frito. Te has dormido, te has muerto, tanto monta; mientras tanto la Tierra y sus habitantes seguirán a toda hostia, como decía Santiago Pino ayer en un comentario a un post anterior, viajando en el espacio hacia ninguna parte. Ni Homero se salvará de la quema del olvido, terminaba diciéndole.

Y es que hasta el gallito Arturo Pérez-Reverte lo decía hace unos días en una entrevista. “Cuando muera, nadie me recordará”, comentaba. Vives mientras alguien te recuerde, leí en algún lado.  Ayer, mientras leía unos capítulos de Wilson, El sentido de la existencia humana, que se aplicaba a explicar el misterio de nuestra existencia, pensaba que el alto grado de interrogantes que nos plantea la vida y su porqué acaso sólo sea la consecuencia de la capacidad de pensar que desarrolló el homo sapiens a lo largo de su evolución, el hábito de querer dar explicación a todo. De tal capacidad nacería la necesidad de dar respuesta lógica, es decir, siguiendo ciertos criterios propios de nuestro modo de razonar, a todos los interrogantes que nos surgen, y ello sin que por necesidad todo lo que nos planteamos pueda o deba tener respuesta. En ese contexto el olvido dentro de la infinitud del tiempo sería un juego más de entretenimiento con que pasar el rato. Qué puede significar el olvido cuando uno asciende por ejemplo, desde la laguna Grande de Gredos hacia Los Hermanitos y se encuentra con el extenso laminado de las rocas lamidas por el roce de los hielos durante miles, acaso millones de años. Situar el olvido, tan humano, en el contexto geológico de la erosión de ese entorno de Gredos, quizás pueda ayudar a comprender lo que quiero expresar. Nos movemos en la relatividad de una durabilidad humana, nuestros pensamientos se mueven dentro de un ámbito que, de colocarse junto a otros ámbitos  del tiempo, el que ha transcurrido, otro ejemplo más, desde el levantamiento de Cuerda Larga y Peñalara, hace unos 2,6 millones de años, hasta el actual estado de erosión de nuestros hermosos pedruscos de La Pedriza, minimizarían esta clase de asuntos que nos proponemos y que, pienso, son producto de esa forma de razonar en la que intentamos reducir la realidad, humanizarla, para hacerla más asequible a ese limitado tiempo que es la vida de los humanos.

Cuando el olvido lo referimos a esas unidades de tiempo que son la duración media de los humanos, reducimos la realidad a una expresión microscópica que se adapta a nuestro modo de razonar, pero que en absoluto es objetiva. Me pregunto qué pensaríamos del olvido si nuestra vida media tuviera una duración de unas pocas semanas, como las moscas, o los efemerópteros, unos insectos acuáticos que viven menos de 24 horas. ¿Seguiríamos hablando de olvido (en los términos en que empleo aquí está palabra)?

El hombre ha inventado múltiples ficciones, muchas de ellas útiles como la religión o el dinero, para subvenir a necesidades propias de su estado de racionalidad, esos imperativos que persiguen a los niños, sus constantes porqués para los que existen respuestas en muchas ocasiones, pero que carecen de ella en otras tantas y que obligan a éstos a inventar explicaciones en unas ocasiones creando la ficción de un dios, otras simplemente golpeando en las puertas de los porqués infructuosamente, las más especulando dentro del corsé de nuestra tan relativa esperanza de vida.

Resulta comprensible que los interrogantes persistan porque es propio de la naturaleza humana pensante interrogarse sobre todo lo que venga a la mente, pero no deja de ser paradójico, incluso un juego, una ficción, toda posible especulación que hagamos sobre el olvido. A los efemerópteros les podría ser de consuelo que les recordaran tras su muerte durante unas pocas horas, lo que podría servirles de especulación y divertimento en sus tertulias, pero nada más. De los años que vivimos nosotros podríamos decir lo mismo.

Una ficción en todo caso el olvido que ni siquiera tendrá lugar si a alguna de las conexiones sinápticas de las neuronas que dan servicio al cerebro se le funden los plomos.

Creo que para no tener ni puta idea de lo que estoy hablando no está nada mal. Se me disculpe, y es que llevo unos días tan absorbido por esta minucia que somos los humanos en el conjunto del universo y por la insignificante duración de nuestra existencia, que todo razonamiento se me va en marear la perdiz en torno a esa pequeñez. Me imagino ser una hormiga, o mejor, un efemeróptero y tan contento, ya no tengo que preocuparme por un montón de interrogantes, ya solo tengo que preocuparme por divertirme… por ejemplo, dándole al coco con asuntos para los que seguro no estoy preparado pero que invaden las áreas de mi curiosidad a estas horas de la madrugada. De todos modos, eso, que no merece la pena preocuparse demasiado con eso que Manuel Vicent llama el infinito espacio del olvido, que mejor no pensar en ello y seguir brindando a la salud de los presentes y de los que nos han abandonado, y que después el vino siga mojando nuestros labios.

 


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