sábado, 23 de mayo de 2020

¿Quienes son los que degradan nuestras montañas?




El Chorrillo, 23 de mayo de 2020

 

Estimado Daniel (Orte Menchero):

Volvemos al ágora, el espacio que hemos estrenado días atrás para discutir cuestiones de montañas. Los que lean este post quedarán un poco faltos de tus líneas, esas que yo contesto aquí y que, claro, te pertenecen. Hubiera sido interesante seguir el diálogo entero, pero sirva esta entrada al menos para hacerse una idea de ese asunto tan preocupante de la degradación de la montaña. Desde estas primeras líneas advierto que esto es largo y que me niego a escribir más corto en este mundo de las prisas en donde los apresurados megustas y los comentarios de media línea son lo reyes del mambo. Prefiero ese sosegado diálogo que tantas veces he recordado de los primeros años de vivac en la Pedriza bajo el techo del Tolmo cuando el adagio, il tempo lento de la música de nuestras palabras, permitía charlar interminablemente bajo las estrellas hasta entrada la madrugada y, si se prestaba, hasta entonar canciones venidas de gli alpini que recordaban las gestas y las añoranzas de los soldados alpinos durante la Primera Guerra Mundial. Aquella La Montanara o Quel Mazzolin di fiori  o tantas otras canciones, todo un corro de aquella generación de escaladores cuyos cantos a veces ponían lo pelos de punta y que nos hacían soñar con las lejanas y doradas paredes de las Dolomitas. En fin, un mundo sin prisas y sin megustas que atender que hacían las delicias de los amantes del monte; allí o en la puerta del refugio de los Galayos frente a la silueta del Torreón o en un improvisado vivac junto a la Laguna de Gredos. Lo dicho, los que hayáis caído por aquí y tengáis prisas sugiero que mejor dejéis esto en este punto.

La Montanara

Quel Mazzolin di fiori

Voy con tu escrito, Daniel. Dices que “el territorio de nuestras libertades es el pensamiento. Es el único lugar en que podemos amar y odiar, dar vida y quitarla en total libertad”. Efectivamente, en el pensamiento está todo, los problemas, el gozo, la pasión, la belleza de nuestra mirada, la suave humedad de una vulva, todo. Bendita la dicha de ese mundo que todos llevamos dentro. Alguien dirá que en el mundo hay muchas cosas, ¿pero habrá quien pueda pensar en un espacio mayor donde la abundancia de los asuntos, los objetos, los recuerdos, la capacidad de razonar sea más amplia que la que alberga nuestro pensar?

CORO SAT - ERA UNA NOTTE CHE PIOVEVA

Tenemos, es cierto, un planeta que peligra, los bárbaros, los mercaderes destrozan el medio o llenan de voces y gritos los valles y los bosques. Aquello que recita el Tenorio de cuán gritan esos malditos / pero que mal rayo me parta / si no pagan caros sus gritos. En la especie de los sapiens se conjugan la miseria más despreciable, y no hablamos de política ni necios acumuladores de dinero, con relevantes modelos de humanidad, respeto y solidaridad. La posibilidad de una síntesis en la que el planeta no se vaya en unas décadas a la mierda –Stephen Hawking, el astrofísico, mantenía que la Tierra probablemente no duraría más de cien o doscientos años– es algo que habla de la necedad de los sapiens y sus dirigentes, algo a lo que apuntaba hace días también Noam Chomsky. La complejidad de las sociedades modernas tomadas por el neoliberalismo y su afán de lucro, a lo que se añade el ejército de desaprensivos que usan la naturaleza de letrina, hacen del espacio físico del mundo un ente frágil que necesita del extremo cuidado de las gentes de bien y sentido común reconocido.

Ante esta premisa, que yo no discuto y que advierte de una terrible degradación por delante, yo debería callarme y no decir ni mu, nada que pueda sonar a desobediencia de normativas protectoras. Insisto en la necesidad de la protección, pero matizo porque cuando hablamos de protección del medio puede que se nos escape que los que lo arruinan a grandísima escala no son los paseantes, caminantes o gente que le gusta acariciar con las yemas de los dedos el cuerpo amoroso del granito. Así que debería callarme, pero es necesario puntualizar, que creo que es donde podemos discrepar, sea en apariencia o sea real. Debería, pero con cierta frecuencia, y dado el origen de cierto anarquismo en mí, que nació contrarrestando la educación religiosa de mi infancia en un colegio de curas y mi matizado individualismo que desconfía de las “bondades” de todas las administraciones del mundo, me encuentro con tan salvajes e inapropiadas normativas, que por fuerza tengo que defenderme de su agresividad de alguna manera.



Un ejemplo sencillo: hace un par de veranos. Llevo caminando a través de los Alpes dos meses; vivaqueo donde me pilla la noche, llego al valle de Aosta, atravieso el Gran Paradiso y poco más allá me dicen que cuidado con la tienda que los carabineros me la pueden incautar. Vale, los letreros que me encuentro me repiten la historia. Asciendo un valle y cuando llego a un alto me encuentro un cartelito muy mono en donde se me explica que ni siquiera el vivac es permitido (estoy en torno a los dos mil quinientos metros) porque degrada el medio ambiente. Estaba terminando de leer el cartelito cuando oigo un ruido de motores; levanto la vista y en un glaciar, cercano a lo cuatro mil metros, avisto una oruga de esas grandes como camiones de muchas toneladas, que va destrozando la superficie del glaciar y que se dirige a las instalaciones de cabecera de un funicular. Al día siguiente tropiezo con un hermoso y bellísimo valle que ha sido arrasado en su totalidad para construir allí un Torremolinos o un Benidorm. En Austria montones de valles han pasado a mejor vida por obra y gracia de los bulldozers. Grindelvald, el valle de Zermat y los valles adyacentes por muy monos que parezcan han sido degradados totalmente. Atravesando el pasado verano entre Zermat y Cervinia casi había que andar sorteando los arrastres.  Las morrenas del glaciar Aletsch, el más grande de los Alpes,  que recorrí también casi en su totalidad, son un hervidero de turistas que no llegan allí naturalmente caminando, etcétera, etcétera.

En este panorama, según los fabricantes de normativas, una meadita o una cagadita de un caminante degrada el medio ambiente. ¡Ja, y una mierda! ¿Quién degrada y falta al respeto a nuestras montañas? Estoy tratando de poner en contexto alguno de los asuntos que has suscitado en tu relato. Nuestras montañas peligran, los Alpes peligran pero, cuidado, cuidado cuando señalamos a los responsables. Que no discuto las disposiciones que pretenden evitar las aglomeraciones junto a Charca Verde o en las orillas de la laguna de Peñalara, que eso es otra cosa.



Quizás trasladar la secuencia de los argumentos a los ejemplos pueda servir para aclarar lo que quiero decir. El pasado invierno recorrí el Algarve portugués y la costa entre el Cabo San Vicente y Lisboa. No sé si llegué a encontrarme algún papel tirado en mi camino, acaso, no recuerdo, la limpieza era notable, pero lo que sí te puedo asegurar es que no tropecé con carteles de prohibido acampar o similares en todo el camino, eso sí, montones de señalizaciones con las consabidas bandas rojiblancas que lo que pretenden es que los portugueses disfruten de la naturaleza que a ese país le ha caído la dicha de disfrutar. El otro día, viendo al presidente de la  República de este país comprando en bermudas con la mascarilla puesta en un supermercado, le comentaba a un amigo que a lo mejor nos deberíamos ir a vivir a Portugal.


Junto a esto también hay que decir que las montañas que recorrí verano tras verano últimamente, Alpes, Pirineos o Picos de Europa están limpias; no ensucian el monte los amantes de la montañas. Hay sí, por ahí bárbaros, pero no nos engañemos, el peligro en nuestras montañas proviene singularmente de los mercaderes y de su capacidad y empeño en convertir en oro, necios ellos que se equivocaron de vida, cualquier cosa; proviene de administraciones descerebradas, entre ellas la de la Pedriza. Cómo voy a confiar, como hace mi amigo Pedro Nicolás del Peñalara, en la gestión del llamado Parque Nacional que pasado mañana puede acordonar la sierra y venderla a los mercaderes de la aventura? La realidad que vivimos en donde el dinero y los dividendos priman sobre todas las cosas hace sospechoso a cualquiera que ostente un cargo en la administración. Otro ejemplo cercano de esta misma semana. Hace días la fase 0.5 permitía en un primer momento caminar por la sierra exclusivamente a grupos de diez personas a cargo de un guía. ¿De dónde sale esa normativa? No estoy muy al tanto de estas cosas, pero algún compañero daba pistas. Los responsables de la Federación y sus intereses particulares, sus intereses particulares, habían retorcido cualquier lógica y sentido común hasta el punto de forzar al gobierno a una determinación absurda que después hubo de ser rectificada. Así funcionan muchas cosas en este país y no seré yo quien defienda a ningún administrador porque no me fío de ninguno. Otra cosa sería que estos cargos salieran de entre los amantes de nuestras montañas.

Sucede como con nuestros políticos, no son las personas más idóneas las que rigen el país; cualquier petimetre pijo criado en Palma de Mallorca puede ser jefe de estado y lo es sólo por derecho vaginal, su majestad Felipe VI, sin más. Tampoco la democracia tiene herramientas para elegir a los más capaces ¿Qué garantías tenemos de que los  futuros administradores realmente estén velando por la naturaleza y por el respeto que se debe, y esto considero que es muy importante, a las personas, a los ciudadanos que gustan de dormir bajo las estrellas? Todos esos gilipollas del país que prohíben dormir sobre la tierra, así, porque les sale de los mismísimos. A toda esta banda de necios, y en Aragón, por el tema del Pirineo, se llevan la palma, ¿qué les llevas a coser de determinadas prohibiciones esta región? Que no se puede dormir en un coche, nos decía hace no mucho un guardia civil que nos despertó a las dos de la mañana en la furgoneta en pleno campo. ¿Dónde está el derecho de las personas? Porque imagino que alguien tendrá que velar también por ellos intentando buscar una síntesis entre el derecho de éstos y el cuidado del medio ambiente.

Dices, “tengo que bajar al barro y pelear, cambiar de lenguaje, guardar la poesía y sacar la razón, aportar datos, apoyarme en la ciencia, en el derecho. Si no, a “mi amada”, “la van a matar””. Nada que objetar, yo también estoy en ello, sólo que cuando tú hablas así pones en el mismo platillo en defensa de tu amada a los administradores descerebrados que no te permiten dormir bajo las estrellas y a la gente común.  Si para “defender” el medio ambiente del Pirineo Aragonés (sigo con el mismo ejemplo que sirve para otros entornos) lo que haces es buscar los beneficios de los hoteleros y taxistas, esos que tienen la exclusiva y se aprovechan de ello para cobrar a los clientes tres veces más, buscándose como disculpa que una persona vivaqueando deteriora el medio ambiente, pues me parece que haces un flaco favor al sentido común que también dice que los ciudadanos tenemos derechos, yo apuntaría que derechos inalienables, para disfrutar de la Naturaleza. Si alguien quiere robarme ese derecho tiene que probar sobradamente los supuestos sobre los que se basa.

Esta sociedad que empuercan algunos atiende a los beneficios casi exclusivamente; no nos equivoquemos, ¿para qué coño les van a valer nuestros derechos si eso no produce dividendos? Insisto con el mismo ejemplo, nadie me puede privar del derecho a dormir en un lugar público mientras no moleste a otras personas, salvo, obviamente, en las circunstancias en que se produzca una saturación tal de personas que obligue a pedir cita previa para, eso sí, no deteriorar un espacio muy concurrido.

Además, qué pasa con la educación, cuánto se invierte en educación encaminada al respeto de las montañas y los espacios naturales. Aquí no, aquí plantamos el cartelito de “se prohibe” y ya tenemos el asunto concluido. Enseña a la gente a respetar, facilita que los ciudadanos estimen las bondades y la belleza de la Naturaleza. Igual que en democracia, una democracia será siempre una mierda si los ciudadanos son unos ignorantes a los que cualquier flautista puede llevar tras de sí.  


Me gusta cuando estás como ausente…, perdón, me gusta especialmente cuando dices “Es difícil vivir entre la poesía y el barro, pero siento que me toca, que necesito saber estar en ambos mundos. Necesito amar y a la vez tengo que acudir a la guerra”. Pero no comparto lo que sigue cuando dices que te niegas a elegir una sola forma de relacionarte con los paisajes y las personas que penetran en ellos. Y no lo comparto porque parece, ya que asumo que estamos en una especie de diálogo a dos, que yo elijo una sola forma de relacionarme con lo paisajes o con sus visitantes. Mi respeto por la montaña y por todos aquellos que gustan de caminarla o gozar entre sus valles o bosques, es total. Creo que en definitiva lo que nos separa es la ciega obediencia a las normas que los administradores quieran imponer y mi no ciego asentimiento a lo que se dicte, porque ejemplos hay a montones que nos dicen que las regulaciones más atienden al beneficio de unos pocos, que al bien general y de la Naturaleza.



Yo no me nuevo sólo por la Pedriza, he  caminando por España no menos de veinte mil kilómetros, he atravesado los Alpes de punta a punta cuatro o cinco veces y otras tantas los Pirineos y puedo decirte que si hubiera hecho caso a todas las regulaciones el historial de mis vagabundeos habría sido muy pobre. Y tendría que insistir en el asunto de los vivacs, como ejemplo, algo que me encanta sobremanera, y que practico siempre que puedo. "Algunos montañeros se enorgullecen de haber hecho todas sus escaladas sin vivaquear. ¡Cuánto se han perdido!", escribía Gaston Rébuffat. Existe una verdadera guerra, eso sí que es una guerra, ante el hecho de dormir en la Naturaleza. Te vas, por ejemplo a Menorca en donde hay una ruta que da la vuelta a la isla en una semana, y que lleva el nombre de Camí de Cavall, que está anunciada en toda la isla, empezando en el aeropuerto, como señuelo turístico, y resulta que en la isla está totalmente prohibido dormir a la intemperie. Por supuesto que en el recorrido no hay hoteles ni cosa que se le parezca. ¿Cómo se come utilizar el señuelo de Cami de Cavall, itinerario bellísimo, pero en donde no puedes ni vivaquear ni poner tienda, y que también carece de hoteles? Esa es la política generalista de los administradores del medio ambiente. Naturalmente: ni puto caso a esa normativa… y, obvio, si me toca la china, pagar la multa.

Y me voy a la cama, me voy con el sistema nervioso tocado por la indignación que me produce tanta tanta bazofia administrativa, tanto mercader de la Naturaleza y tanta falta de respeto por las minorías a las que se les quiere privar hasta del pan y del agua que beben.

Atento, Daniel, no te equivoques, si el mundo está hecho una mierda más es por lo mercaderes que por la gente de a pie. Más que prohibir indiscriminadamente yo apuntaría a educar, a educar y a enseñar a amar la Naturaleza como anotabas al principio de tus líneas y que, como parte de tu oficio, puede ser una hermosa labor. Las montañas deberían ser templos donde recogernos, reconciliarnos con el mundo y nosotros mismos y entrar en armonía con el universo.

Nos vemos, seguimos hablando, nos tomamos unas cervezas, lo que quieras. Un abrazo.

*  *  *

Nota: Por cierto que voy a aprovechar aquí para dar alguna pista a los que no tengan prisas y estén interesados en leer asuntos de montaña para mostrar el camino de algunos libros propios; en este caso volúmenes que narran algunas de mis travesías por los Alpes o Pirineos. Clic en la imagen lleva a la librería.




























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