El Chorrillo, 14 de junio de 2018
El título, que no es mío, me lo encontré en un librito de versos de Julieta Gamboa titulado Ínsula. Era la una de la madrugada, nuestra perra dormía a mis pies y el silencio de la cabaña era lo suficientemente acogedor como para detenerse un momento a reflexionar sobre esos sorpresivos versos que hacían referencia a lo que pudiendo haber sido en nuestras vidas, una bifurcación que no tomamos, un tren que dejamos pasar, un proyecto que arrinconamos, un amor que no terminó de cuajar, una decisión importante que demoramos; lo que pudiendo haber sido en nuestras vidas no fue, quedó varado en una playa solitaria, sumido en el limbo, apenas una parte de nuestro yo que siendo posibilidad pero que careciendo de la fuerza necesaria sólo quedó en esbozo, en lejano deseo que el tiempo ha ido disolviendo en el río de los días de la vida. El tiempo, ese río en el que Hemingway decía pescar pero donde nuestra limitud sólo nos permite cobrar un número restringido de piezas.
Esta noche me resulta especialmente sugestiva esa idea de lo que no fui. Tantas veces que me entraron ganas de ser otro, o al menos un algo diferente; pensar que la vida es una sola y que uno no puede ser más que siempre igual a uno mismo parece un modelo muy limitado para una naturaleza que siempre se expresa de una manera tan exuberantemente dispar. De acuerdo en que alguien puede estar encantado con su ser, esa parte de narciso que todos tenemos cumple su función, somos en definitiva un tanto Pigmaliones de nuestra propia persona, pero también es cierto que lo nuevo, lo diferente, especialmente en esos periodos en que nos aguantamos malamente a nosotros mismos, ofrecen su parte de atractivo. La posibilidad de que pudiéramos ser otros durante una temporada, siendo nosotros mismos, está ahí como una prueba de laboratorio dispuesta a sorprendernos.
Sin embargo la sugerencia de los versos, que hacen entrever un variopinto paisaje en donde nos podríamos haber visto si las circunstancias o nuestras determinaciones hubieran sido otras, es enormemente atractiva porque nos ponen delante un mundo que pudo ser y que, como apunta Julieta, en algún lugar pudo ir a parar. Yo no tendría inconveniente, más, me agradaría sumamente, en coger el tranvía o un globo aerostático para visitar allí donde estuviere esa parte de mí que no fue. También me gustaría visitar espacios de la vida de gente a la que quiero y que la vida ha llevado lejos de mí y saber dónde, cómo habría quedado eso que no fue.
En estas reflexiones estaba anoche a poco de irme a la cama. Ya en ella, cuando ponía el despertador abrí un momento el FB para ver si había alguna notificación de interés y, date, en cabeza de página lo que me encontré fue a un tipo que poco más o menos pedía que los refugiados se fueran a su puta casa. Me dio un subidón tal de adrenalina de hacerme difícil conciliar el sueño. Pensé entonces en la gran posibilidad que se abría ante esta clase de individuos si tuvieran la oportunidad de elegir otra bifurcación de su vida anterior, una de esas desviaciones en que uno en vez de decidir hacerse buena persona se convierte en un hijoputa dispuesto a hacer jabón al modo de los alemanes con los judíos de todo refugiado recogido en el Mediterráneo. Si en este juego que es la vida supiéramos dónde se encuentra esa parte de nuestro yo que no fuimos, pero donde podríamos recuperar algo de la inocencia que perdimos a base de xenofobia, egoísmo e ignorancia acumulada durante décadas, acaso estos bárbaros que con tanto gusto echarían a lo refugiados al mar, pudieran recobrar algo de su enfangada alma.
Yo, que andaba despistado, al tropezar mis ojos con alguien que, ante la actitud del gobierno, que tanto hay que elogiar, de acoger varios centenares de refugiados, echaba espumarajos por la boca pidiendo a voz en grito que devolvieran a esa gente a su país, contesté aquella intemperancia con datos de la historia de nuestro expolio y el de Europa sobre América Latina o África, pero al burro de turno no le cabían en la cabeza cosas tan de sentido común como el de la necesidad de echar una mano a la gente que está jodida. Cosas que le hacen pensar a uno en que la distancia entre un simio y determinada clase de personas es mucho más próxima que la que existe entre éstos y una persona medianamente inteligente y racional. Vamos, que puestos a poner un poco de claridad en los asuntos sociales y personales, seguramente dejar de ser uno por una temporada podría venirnos de perlas si fuéramos capaces de adoptar puntos de vista que nos son totalmente ajenos. Este párrafo, se habrá notado, entra con dificultad en el post, pero tenía necesidad de meterlo como fuera. Y es que después de contestar en FB me fui al perfil de aquel individuo y miré lo que compartía y la cosa me puso más nervioso; saber que en el mundo hay gente asi no es ninguna novedad, pero otra cosa es encontrártelos diciendo barbaridades desde una foto en donde una carina de mujer o un hombre adulto sonríen al personal desde las páginas del FB. Si ellos supieran lo terriblemente fea que se les pone el alma cuando aplauden a Italia o cuando defienden que a los refugiados hay que dejarlos que se ahogan en el Mediterráneo (ese Mr. Hyde que tantos llevan dentro y al que el doctor Jekill no dudaría en asesinar de llegar a su conocimiento), lo mismo terminarían aceptando que los africanos son seres humanos como nosotros y que a alguien que está en peligro de muerte hay que ayudarlo sin más. Lo terriblemente abyectos que podemos llegar a ser como personas debería alertarnos aunque sólo fuera por una cuestión de estética en un momento en que la moral es algo obsoleto, parece, en lo que pocos creen ya.
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| Refugiados europeos rumbo África y América Latina durante la Segunda Guerra Mundial |
En principio no era mi intención hablar de los refugiados. Salió así, no más. Y ahora me resulta difícil volver al tema del principio porque la carga emotiva que despertaron los versos de Julieta Gamboa ha sido reemplazada por un emotividad mayor que va de la consistencia del yo y las posibilidades de aquello que no hemos sido a esa otra vertiente social en la que el yo se hace comunidad y apuesta por una solidaridad que le sale del alma. Quizás en otro momento siga indagando sobre el paradero de eso que no fuimos.
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