El
Chorrillo, 17 de mayo de 2025
A
menudo el gusanillo demora su aparición hasta altas horas de la noche. En
ocasiones, las menos, duerme plácidamente en algún rincón sin molestarme. Esta
noche, ya andaba yo extrañado de que no apareciese, pasada la una de la
madrugada, despertó. Así que deja la lectura a un lado, toma el teléfono y
hazle caso.
De
acuerdo, de acuerdo, ya voy. A ver, ¿por dónde empezamos? Pruebo en primer
lugar con el titular de una entrevista a Héctor Alterio: “Con mis 95 años ya me
entrego mansamente a la vida, como en un tango”. Me encantó leer esta mañana
este titular. Si mi fecha de caducidad estuviera a la altura de la suya, que lo
dudo, me encantaría decir lo mismo. Tengo un amigo que parece haberme retirado
la palabra desde que escribiera un post relacionado con los pensamientos o la
disposición de ánimo que le pueden venir a uno en los últimos momentos de la
vida, en aquel caso el fallecimiento de Carlos Suárez, un tema que en realidad
me fascina, ese momento de hacer cumbre al final de tu recorrido y tras el cual
se cierne el vacío de la nada. Me decía mi amigo que no tenía sentimientos
escribiendo sobre estas cosas en tal momento, que en circunstancias así hay que
dejar paso al silencio. Me acordé de ello leyendo estas palabras de Alterio. La
vida, como un tango, no se explica, es cierto, se baila, pero para entregarse
mansamente a ella se requiere una preparación que no se improvisa, y quizás los
decesos más o menos cercanos son los que dándonos un toque de atención nos
ponen tras la huella de esa mansedumbre que anhelamos, una mansedumbre que no
tendría por qué ser resignación sino parte de la coda final de la música que
hemos tocado desde nuestro nacimiento.
Leía
hace un momento a Silvia Vidal. Escribía lo siguiente: “Parte del encanto de un
viaje y de una ascensión es la duda, el no tenerlo todo calculado, controlado,
la emoción del no saber qué puede ocurrir”. Si ese viaje fuera la vida se
podría decir lo mismo, sin embargo, ¿quién está libre de especular en qué
parará ese viaje? ¿Quién no pasará por la incertidumbre de pensar el futuro de
ese viaje, su conclusión?
Y
hablando del último viaje, esta tarde, cuando me asomé al FB me asombraba la
enorme cantidad de veces que aparecía Pepe Mujica en entradas diferentes.
Parecía que la mitad de los usuarios de la red social se hubieran dedicado a
homenajear a este héroe excepcional de nuestra modernidad, que con su humildad
y la clara comprensión de la vida ha restregado por la cara al mundo las
insensateces en que éste anda metido. Lo que me cuestionaba, gran paradoja, es
la gran atención que se le está prestando a Pepe Mujica en las redes en
comparación con la escasa atención que ha tenido en la prensa. Y una paradoja
mayor, e inversa, el trato multitudinario que ha recibido el fallecimiento del
Papa Francisco en la prensa y su escasa aparición en las redes (comparado con
la de Mujica). Me preguntaba, volviendo a las palabras de Alterio, cuál de
estos dos hombres se habría entregado más mansamente a la vida en sus últimos
años. ¿Realmente el papa Francisco pudo quitarse de encima en sus últimos
momentos de vida su pasado argentino, su silencio ante las atrocidades de Videla
y sus esbirros? ¿Es la vida en la pomposidad y los oropeles del Vaticano algo
con lo que uno pueda morirse tranquilo? Al otro lado la vida de Mujica, su vida
en su chacra en Rincón del Cetro; su casa, casi una chabola; su tumba, junto a
los restos de su perra Manuela, por deseo propio, bajo una secuoya que él mismo
había plantado.
Me pregunto
de dónde viene esta diferencia de trato que se le da a Pepe en las redes en
comparación con el Papa Francisco. ¿Será que al final la gente de a pie tiene
mejor olfato que la prensa para las cosas que realmente tocan su alma?
Una de
sus muchas ideas que Pepe Mujica fue dejando como pepitas de oro de su
pensamiento en las redes, decía: “No sería lo que soy si no hubiera vivido lo
que viví”. ¿Podría haber dicho algo similar el Papa Francisco?
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