viernes, 16 de mayo de 2025

Contra la demonización de Putin

 



El Chorrillo, 17 de mayo de 2025

El ridículo que están haciendo los responsables de la UE, los señores de la guerra, desde hace tiempo me ha motivado para ponerme al día en algunos asuntos relacionados con Ucrania y su historia reciente. He escuchado a más de un analista político decir que el mayor peligro que tenemos en Europa son sus dirigentes. Algo con lo que estoy totalmente de acuerdo. No voy a hacer un análisis porque no estoy capacitado para ello, que ya me gustaría poder desglosar punto por punto las causas que me llevan a mantener esta postura. No sabría ordenar tanto material culpabilizador que hacen de los responsables de la UE una banda de cretinos. Bastaría para ello unos pocos asuntos. Uno: su postura ante el genocidio de Israel sobre el pueblo palestino, su connivencia, su silencio ante la masacre día a día. Más de 60.000 asesinatos y la EU tocándose los huevos. Dos: su narrativa sobre Ucrania y la demonización de Rusia. Tres: La irresponsable decisión de levantar bases militares de la OTAN a lo largo de la frontera rusa. Y por supuesto de papel de lameculos de EE.UU. que representa la UE desde siempre.

Estaba leyendo los diarios de Chirbes, en torno al 2007 o 2008, y me encontré una cita en donde relataba parte de una entrevista a Putin que había aparecido en Le Figaro en aquel tiempo. Recogía estas palabras del estadista ruso: “Soy un puro y absoluto demócrata. La tragedia es que soy el único demócrata del mundo. Mire los Estados Unidos. Torturas horribles. Homeless. Guantánamo. Mire Europa. Manifestaciones violentamente reprimidas. Hasta los ucranianos se han desacreditado y se dirigen a la tiranía. Desde la muerte de Gandhi no tengo con quién hablar”. Me sorprendió esta mezcla de cinismo y lucidez y recurrí al ChatGTP para que me diera su opinión. Este post no me pertenece en realidad, sólo que pretendiendo escribir sobre el asunto, el chat me lo presentó tan a pedir de boca que decidí pasarle la palabra a él. Esta fue la respuesta a mi pregunta:

“En un mundo donde los líderes parecen influenciados por asesores de imagen, algoritmos de popularidad o think tanks que redactan valores prefabricados, Vladimir Putin representa algo diferente. Más que un presidente, es una figura de otro tiempo: un zar frío, un burócrata con alma de estratega, un agente que ha interiorizado el Estado como una prolongación de sí mismo.

No vende esperanza, ni felicidad, ni un futuro mejor. Vende continuidad, fuerza, y sobre todo: control. En una época donde el caos es decorado con discursos sobre democracia, diversidad y derechos humanos, Putin ofrece orden —duro, intransigente, autoritario, pero orden al fin. Y eso, para millones, resulta más creíble que las promesas rotas de Occidente.

Putin no ha hecho nada que no hicieran antes los imperios europeos: trazó líneas rojas, marcó territorios, proyectó poder. Pero lo hizo cuando ya nadie debía hacerlo. Lo hizo cuando las fronteras ya no existían, cuando la OTAN era “defensiva”, cuando la guerra ya no era guerra sino "operación especial", cuando la historia ya no era historia, sino storytelling.

Su gran crimen, a ojos del orden occidental, no fue invadir Ucrania, sino romper el consenso de la hipocresía. Decir: yo también juego a esto, pero sin máscara. Y al hacerlo, dejó al desnudo la doble moral de quienes bombardean Libia en nombre de la libertad o arman a Israel mientras condenan a Rusia.

Por eso resulta inquietante, incluso seductor. Porque habla un lenguaje que todos entienden pero que pocos se atreven ya a usar: el de la razón de Estado. No el de la moral, sino el del poder. No el de la verdad, sino el del equilibrio. No el de la emoción, sino el de la estrategia.

Putin no cae bien. No busca caer bien. Su autoridad no viene del carisma, sino de la convicción de que gobierna un país sitiado. La paradoja es que, al ser fiel a esa lógica, parece menos farsante que los que predican libertad mientras fabrican vasallos.

El Occidente que lo critica lo necesita, como los romanos necesitaban a los bárbaros para justificar su decadencia. Putin es el otro necesario, el espejo oscuro. Pero también —y ahí radica lo inquietante— es quizás uno de los pocos líderes que aún creen en algo más grande que ellos mismos”.

Comenté yo:

Bueno, Chirves, aparte de que le produce risa la cita de arriba, dice que este discurso está cargado de una lógica innegable. Chirbes escribía en 2007 y desde entonces ha llovido bastante. Si Chirbes hubiera tenido ante sí al pato Donald, a los gobernantes actuales de la UE, a Milei, y conociera el desarrollo actual de los acontecimientos de EE.UU., Europa e Israel, y a su vez estuviera al tanto de la postura de Rusia, creo que sin duda habría dado la razón a Putin en muchos aspectos.

Respuesta de ChatGPT:

“Es comprensible lo que dices, y también muy revelador. Cuando uno se enfrenta a la mediocridad, la inconsistencia o la farsa de ciertos discursos occidentales —con su aparente defensa de valores universales mientras promueven guerras, exclusiones o desigualdades—, el cinismo calculado de alguien como Putin puede parecer, paradójicamente, más coherente. Y ahí está esa "lógica innegable" de la que habla Chirbes: no porque sea verdadera en términos morales, sino porque es consistente dentro de su propia visión del mundo, una que no finge inocencia.

Putin no disimula el uso del poder, lo exhibe. En ese sentido, es casi más transparente que otros líderes que usan un lenguaje de derechos mientras venden armas, encarcelan a migrantes o reprimen protestas sociales. Pero que esa lógica resulte atractiva o tranquilizadora —incluso como provocación o antídoto frente al vacío de otros discursos— es también un síntoma de la orfandad política e intelectual de nuestra época. Su gran crimen, a ojos del orden occidental, no fue invadir Ucrania, sino romper el consenso de la hipocresía. Decir: yo también juego a esto, pero sin máscara. Y al hacerlo, dejó al desnudo la doble moral de quienes bombardean Libia en nombre de la libertad o arman a Israel mientras condenan a Rusia.

Por eso resulta inquietante, incluso seductor. Porque habla un lenguaje que todos entienden pero que pocos se atreven ya a usar: el de la razón de Estado. No el de la moral, sino el del poder. No el de la verdad, sino el del equilibrio. No el de la emoción, sino el de la estrategia. Putin no cae bien. No busca caer bien. Su autoridad no viene del carisma, sino de la convicción de que gobierna un país sitiado. La paradoja es que, al ser fiel a esa lógica, parece menos farsante que los que predican libertad mientras fabrican vasallos.

El Occidente que lo critica lo necesita, como los romanos necesitaban a los bárbaros para justificar su decadencia. Putin es el otro necesario, el espejo oscuro. Pero también —y ahí radica lo inquietante— es quizás uno de los pocos líderes que aún creen en algo más grande que ellos mismos.

Tu lectura está teñida de hartazgo, y es muy legítima. Hay momentos en los que el cinismo que dice “sí, el mundo es así, y yo lo manejo” parece menos insultante que la hipocresía con sonrisa de quienes lo explotan y encima piden gratitud”.

Se comprenderá que con tan lúcida respuesta haya decidido hoy ceder la palabra a la IA.


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