El
Chorrillo, 7 de abril de 2020
En
París, para preservarse de la sífilis del momento, en el siglo XV a los apestados
un decreto de rey Carlos VIII les expulsaba de la ciudad, y a los que incumplían
esta orden se les lanzaba directamente a las aguas del Sena. Hoy, en medio de este
horror que es la pandemia del Covid-19, surge otra peste, ésta de carácter
moral, que, cuyos afectados, como ratas apresadas en las bodegas de un barco a punto de
naufragar, salen a la superficie, se replican en las redes y llenan los medios
de fango e inmundicia. Hoy con estos filonazis apestados, a los que se une encantada la
derecha más convencional y miserable, que salen de las alcantarillas y que
están a las puertas de promover un golpe de estado, ¿no habría que actuar de
parecida manera con ellos? Los siglos parece que han pulido nuestra alma más
salvaje y la civilidad ha matizado en el ámbito de la convivencia los antiguos
valores de venganza y odio, de lo cual hemos de alegrarnos, pero, ay, qué hacer
con esta inmundicia que sale de los basureros y se extiende por el país como
peste negra, que invade las redes con millones de cuentas falsas (la policía
había localizado hasta el día de ayer más de millón y medio) para socavar el
estado de derecho, para rentabilizar políticamente la pandemia en el río
revuelto de tantos males, para propagar el virus de la xenofobia, el egoísmo y la
insolidaridad.
“Mala gente que camina y va apestando la tierra”, siempre
Machado advirtiéndonos desde tantas décadas atrás sobre esa suerte de España a
la que no basta partir el corazón a la otra mitad, sino que pretende enfermarla
hasta pudrirles el alma de odio y bilis. Esta otra pandemia que asola el
país... ¿No deberíamos ya mismo empezar a protegernos contra ella seriamente, seriamente?
Necesitamos gafas, mascarillas y guantes para andar por las redes sociales. Atentos
a donde huela ligeramente mal, y en estos momentos una crítica destructiva al
gobierno huele mal, atentos para no tocarlo ni siquiera con los guantes puestos;
huyamos de inmediato a todo lo que huela a alcantarilla. Peligro de contagio,
huir, que los apestados se queden solos. No basta un cordón sanitario, es
necesario que levantemos altas murallas para que no contaminen al resto de la
población.
Hoy el aserto que hacía Chomsky en un diario español, de que
“hemos entregado nuestro destino a tiranías privadas”, con ser ello una lacra
mundial, queda levemente relegada tras la inmediata prioridad de atajar la gangrena
que carcome las extremidades del país. 3.640.000 votantes de Vox, algo más de
un 15% de los votantes, es una lacra social que, liderada por miserables y
lunáticos, y un montón de aprovechados ojo al parche para sacar tajada, habría
que aplastar no con el pie como se haría con una cucaracha, pero sí con el silencio.
Silencio, por favor ante sus miserias, dejar de nombrarlos, no existen. Cerrar
la puerta y abrir la ventana como cuando salimos del baño al reconocer tras un
tuit o una entrada en FB el olor de la podredumbre. Mantener la higiene a toda
costa.
Como me escribía esta mañana un amigo: A partir de ahora “ya
no habrá necesidad de hacer una lista de quiénes merecen mezclarse entre los
humanos y quiénes no”. Ahora tenemos sus retratos y todos los que les voten
caerán irremediablemente en el mismo saco de la consideración social...
"Mala gente que camina y va apestando la tierra..."
Pascal dice, apuntaba días atrás Alba Rico en algún
periódico, que, contra el “veneno” del aburrimiento, el hombre busca el
“ajetreo” y el “juego” y al final prefiere “empujar una bola” sobre una mesa de
billar antes que entrar en contacto consigo mismo. Buscamos “divertirnos”, en
sentido etimológico, sin parar. Y nos dejamos divertir, que es uno de los
grandes negocios del capitalismo. En ese dejarse divertir y no usar el cerebro,
concluye con toda seguridad el que los votantes de Vox sean tan numerosos,
gente bien asentada en sus comodidades que, dejando en cuarentena su capacidad
de razonar, escucha encantada un discurso filonazi que le hace imaginar un
mundo en el que habría que dejarse de pamplinas y hacer jabón con los más
débiles. “Mala gente que camina y va
apestando la tierra”
Y ellos, que se mueven al compás de dos por cuatro, uno,
dos, uno, dos, de lo que sus jefes de escuadrilla van coreando con sus banderas
en alto, conocedores estos últimos de cómo hay que manejar a una masa ignorante
e insolidaria, allí están con sus soflamas y los colores de una bandera
flauteando su música tras la cual infelices y borregos, ajenos totalmente a lo que
la humanidad ha aprendido desde que descendimos de los árboles, ajenos a que
nadie es más que otro y que todo el mundo merece el mismo respeto y
consideración, acatan y promueven sus doctrinas, pisotean la cultura, la bondad
y los sentimientos más nobles que la humanidad, pese a su descarnada violencia,
ha ido siglo tras siglo puliendo y ejercitando en apoyo de los menos
favorecidos.
El facherío, de ser una anécdota con que nombrábamos la
inconsciencia, la xenofobia y el deseo de lucro de sus dirigentes, está pasando
a convertirse en peligroso virus que puede contaminar la vida de muchos
ciudadanos. Ese “¡Muera la inteligencia!”, que gritaba Millán Astray en la
universidad de Salamanca en un momento en que el fascismo se hacía fuerte en
España en tiempos de la Guerra Civil ,
parece ser la bandera que pretenden enarbolar sobre toda la tierra de nuestra
España.
“Mala gente que camina y va apestando la tierra”.
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