lunes, 27 de abril de 2020

Desde un pasillo entre 1984 y Un mundo feliz





El Chorrillo, 27 de abril de 2020

Hoy, con Internet al alcance de los dedos a uno le resultaría fácil presumir de culto, como hacía ayer citando a un par de filósofos y otro par de topónimos de la geografía homérica en relación con lo culos, pero como a mi no me gusta presumir de otra cosa que no sea de mi ignorancia, mejor aclararé desde el principio de dónde venimos para que nadie se llame a engaños, no vaya a ser que me tomen por uno esos personajillos de la política que coleccionan másters hechos en media hora (másters me dice la RAE que no existe, pero tanto monta, yo prefiero hacer honor a mi oído al que le suena mal eso de másteres). Viene esto a cuento de la necesidad que la mesura nos pide en todo por más que el texto quede mejor vestido con ciertas alusiones canónicas de cultura general. Y a cuento también de la bondad que el hecho de leer otorga al lector de poder recurrir a textos que aclaren sus propias ideas.
 Ayer, un amigo, del que me gustaría leer cada mañana algunas de sus interesantes reflexiones mientras me tomo el desayuno, que confesaba como yo buscar un diálogo entre los diferentes libros que lee, y al que yo añadía en ese diálogo al propio lector, confesaba que cuando ese diálogo entre los libros le había hecho entenderse consigo mismo, cogía toda la tramoya de los argumentos leídos y los enterraba en el basurero de su ordenador. Y así me hablaba de las buenas ideas que le pueden venir saltando de uno a otro libro, mencionando especialmente 1984 y Un mundo feliz, de Huxley, a propósito de las circunstancias en que vivimos hoy en cierto modo con un pie en ese 1984 de Orwell y otro en el mundo feliz de Huxley.
A su vez yo le contestaba corroborando esa magnífica manía suya de los diálogos entre los libros, aunque sea esa entre 1984 y Huxley, que más que conversación puede ser una guerra por ver quien se hace con la bella Helena, la conquista de la Belleza, o con el demonio, la continuación de esa locura del neoliberalismo que va a depositarnos a todos en un pozo de miseria. Bendito diálogo con los libros que incluso pueden llegar a un encuentro poco ortodoxo como es reunir en un mismo texto culos de melocotón con filósofos de la actualidad o de la Grecia clásica, como me sucedió con el post último.
Porque en definitiva de lo que se trata, vayan o no las apoyaturas de nuestros propios razonamientos a la basura, citemos de memoria o recolectemos parte de nuestras ideas en los caladeros de Internet, no es tanto disfrazar nuestra ignorancia cuanto encontrar un camino para que nuestros propios pensamientos se abran paso. Yo cuando camino, esas largas caminatas de atravesar la Península de parte a parte, frecuentemente me alimento de lo que me encuentro por el camino. Si estamos a principios de septiembre me alimento de las uvas del las vides que dejan vestir jugosos racimos a mi paso, si es tiempo de cerezas alimento mi caminar de ellas hasta ser capaz de coger un empacho. Más que abrirse paso los pensamientos, que decía, de lo que se trataba realmente era de nutrirlos; naturalmente nutrirlos con los libros, que por cierto tan fielmente me acompañan siempre en mis caminatas. Pretendo decir que bienvenidas sean las citas, los argumentos y las ideas, siempre que ellas estén al servicio, como decía el amigo Antonio, de la comprensión de uno mismo y del mundo en que vivimos. Con los libros consigo hacerme un diálogo para entenderme yo, decía él, y precisando algo que podía sonar irónico, añadía: para entenderme yo, que siempre me resulta más difícil que entender a los demás”.
De todas maneras la belleza de unas palabras o el acierto de una idea siempre son una tentación a la que recurrir para apoyar o realzar una idea propia. Tarea que no siempre es fácil, porque encontrar unas palabras en la vorágine y la abundancia de los textos que uno lee puede resultar tarea ardua. Por ejemplo, ayer, cuando yo trataba de encontrar ciertas palabras que retratasen lo que yo sentía sobre el significado que la mujer puede tener en un hombre, enseguida me acordé de Platón y de su Diotima. Fue poco más tarde que recordé que algo de aquello lo había leído yo en circunstancias muy particulares. Yo había salido en invierno caminando desde Lisboa, había llegado a Santiago de Compostela, había continuado por el Camino de Invierno y, siguiendo por el Camino de Madrid, cerca de Segovia había comenzado a leer (lectoescucha) a Platón. En Zamarramala me planteé seriamente la posibilidad o no de atravesar la sierra, pero al día siguiente, ya en La Granja, decidí afrontar la subida a la Fuenfría, pese a que carecía del material idóneo. Me tuve que abrir paso en la nieve blanda que a veces me llegaba hasta los mismísimos. Pues bien en aquella fatigosa subida, con el bosque espléndido y solitario, me agarró tan fuerte Platón que en ningún momento, pese a los hoyos en que caíamos yo y mi macuto, abandoné la lectura. Eran apasionantes los discursos sobre el amor de Sócrates, Diotima, Agatón, Aristófanes y el resto de amigos sentados alrededor de tema tan universal y sugestivo. Una vez localizado donde había tenido lugar la lectura, ya me fui fácil encontrar la cita que buscaba. Lo busqué, aparecía en un post escrito en el albergue de la juventud de Las Dehesas, después de que hubiera atravesado el puerto de la Fuenfría. Repito aquí la cita porque es muy hermosa: “La mujer con su amor da la paz a los hombres, cama a los mares, silencio a los vientos, lecho y sueño a la inquietud”.
Para cosas así sirve tener a mano los recuerdos de los libros que uno ha leído. Cuando tu propia luz no llega a descifrar un enigma, a poner en palabras lo que piensas o intuyes, es una maravilla poder encontrar en las líneas de un libro amigo aquello que buscas y además encontrarlo en una manera tan bellamente expresada.

Nota: el título de este post es un débito que tengo con Antonio.

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