26/09/2025
La tendencia a hacer nada me puede. Pequeños asuntos caseros, cómo distribuir en la parcela el estiércol que he encargado, Carlos presente constantemente hoy desde que supe que había llegado a la cumbre del Manaslú, y con ello una cierta inquietud sabiendo que todavía estaba en el C3, la inapetencia lectora en la que vivo desde mi regreso. Total, que cuando llega la hora tras la comida, aquí estoy mano sobre mano mirando a las musarañas.
Hace días comencé un post con una de esas frases que me surgen y que sirven casi siempre de arranque para confeccionar un post, pero después algo me distrajo y lo olvidé. El post debía de llamarse “Estudio Geografía” y comenzaba con la afirmación siguiente: “La geografía y el tiempo son el pentagrama sobre el que se escribe la música de la vida”. Me surgía esa afirmación leyendo partes de alguno de esos libros que se han ido haciendo casi solos durante mis largas estadías en los Alpes. Ver renacer entre sus páginas rincones de la existencia que parecían enterrados definitivamente en el olvido, comprobar lo fértil que ha sido la vida en determinadas circunstancias, me pusieron sobre la pista de lo importante que podría ser estudiar Geografía. Mi tránsito por las montañas durante tantos veranos forman un complejo dédalo de rutas en donde mi memoria se pierde; de ahí que resucitando de entre los diarios algunas circunstancias, algunos paisajes, esa geografía que alguna vez recorrí, y situándola en el tiempo, surja la especial música de lo que fue la vida entonces; y que siendo aquella parte de uno, aún soterrada en el olvido, nos muestra en su aparecer por aquí o por allá una buena parte de lo que somos, que no es otra cosa que lo que ladrillo a ladrillo hemos ido construyendo a lo largo de los años.
¿Un ejercicio de autocomplacencia? ¿Narciso contemplando su imagen en las aguas de un lago? No me parece, una simple constatación para una tarde de ocio. El otro día le contaba a una amiga que hace una vida interesantísima escalando durante meses con su pareja por toda Europa, una anécdota que leí en algún lugar que no recuerdo. Sucede en una terraza de Chamonix. Un hombre se encuentra con un amigo escalador. Éste tiene ante sí una enorme jarra de cerveza. El otro se sienta junto a él y le pregunta: ¿qué, ya no escalas? Él responde que ha sido tan intensa la última escalada con René Demaison, una primera ascensión en los Grandes Jorasses, que ahora se dedica exclusivamente a disfrutarla día tras día en el recuerdo mientras trasiega una cerveza tras otra. A mí me sucede algo parecido, le decía a Noelia, así que aquí ando sin ganas de volver de momento al monte contemplando los días y disfrutando de un apacible ocio.
Y de vez en cuando estudiando Geografía. He descubierto que esas dos variables, geografía y tiempo, encierran entre sus manos tal cantidad de momentos de plenitud, gozo, sufrimiento, es decir, vida, que ahora vuelvo cada noche a esa Geografía que recorrí durante años en busca de las pequeñas joyas que el tránsito por las montañas fue tallando en la basta piedra del yo. Algo parecido a aquellos que con un cesto en una mano recorren en otoño los bosques en busca de setas. No es difícil imaginarlo. Te sitúas en un macizo de montañas, estudias algo la región, a continuación en el Google Earth activas los itinerarios que recorriste en aquel lugar y poco a poco la memoria empieza a rascar por entre sus paredes a ver qué encuentra. Si junto a ello abres un diario que escribiste mientras hacías ese recorrido, lo que tienes delante, que poco a poco vas descubriendo como quien con la linterna empieza a inspeccionar una profunda gruta, son retazos de tu propia vida. La música, colocada en ese pentagrama del espacio y del tiempo, ha empezado a sonar.

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