miércoles, 11 de junio de 2025

Un millón de veces

 

Pedruscos caían del cielo esta tarde sobre mi cabaña


El Chorrillo, 11 de junio de 2025

Un millón de veces me habré preguntado a estas alturas por la razón que me impulsa a abrir la aplicación de FB cada día, un lugar que antes podría ser de encuentro, más o menos, pero que ahora es lo que es y en la que inevitablemente terminas perdiendo el tiempo haciendo scroll al poco que te descuides. La conciencia de que estamos metidos hasta el cuello, en las manos de un puñado de personas que manejan el mundo y nuestros hábitos, es cada vez más fuerte. La conciencia de que nuestra libertad, somera libertad, cada vez está más tocada del ala por los hábitos que nos van imponiendo nuestra relación con el teléfono, merecería una reflexión a fondo que nos aclarara la diferencia que hay entre hacer lo que te da la gana en cada momento y lo que te ves impulsado a hacer presionado por ciertos hábitos de dudosa higiene mental.

¿Quién está seguro hoy de que hace realmente lo que desea en esos interludios en que el teléfono calla, es decir no suena un guasap, una notificación de FB o de Instagram, un correo, una oferta del banco para prestarte 5000 euros en unas condiciones inmejorables, esas cosas que nos distraen constantemente de lo que estaríamos haciendo si no tuviéramos un teléfono siempre a nuestro alcance? Porque nuestras vidas cada vez son menos nuestras, son del señor Zuckerberg, del tal Ellon Musk, son de las estupideces de la Ayuso, del juez Hurtado, del Pato Donald, son de los grupos de gusaps, son de una pseudoinformación, de esa tendencia permanente a echar mano al teléfono constantemente. ¿Cuántas veces al cabo del día nos saca el teléfono de lo que estamos haciendo, nos distrae, nos obliga a dejar lo que estamos leyendo o haciendo? Probablemente estar colgado constantemente del aparatito satisfaga las aspiraciones de muchos, pero no creo que sea esa una aspiración universal, un pasar por la vida pendiente de lo que dicen o dejan de decir fulano o menganito, dedicando un buen pedazo de tiempo a curiosear productos del catálogo de Amazon, desplazando el dedo pulgar sobre la pantalla del teléfono para tragarte las mil y una historia que el sistema pone a tu disposición.

La sensación de que nos puede ir una parte de la vida visitando las redes o manipulando el teléfono, es esta tarde fortísima. En estas reflexiones estaba cuando de repente un ruido como de piedras cayendo sobre la cabaña, me sacó de ellas. Bolas de hielo de tres centímetros caían como piedras lanzadas con fuerza contra los cristales. Pensé que de un momento a otro podrían romper las tejas. Di por descontado, como después pude comprobar, que los cristales del invernadero estarían saltando por los aires. Atónito miraba por la ventana un espectáculo nunca visto en los años de mi vida. Cuando pasó la granizada y salí fuera, era de admirar el espectáculo. La parcela entera se había cubierto de ramas y hojas desgarradas por la violencia del granizo, muchos de los cristales del invernadero efectivamente no habían resistido la violencia del temporal, caminaba sobre un suelo de grandes bolas de hielo.

Son una maravilla las posibilidades que las nuevas tecnologías han puesto a nuestra disposición, pero sería necesario hacer una profunda reflexión sobre los aspectos nocivos que ellas están trayendo a nuestras vidas si no controlamos la inercia que nos lleva a hacer del teléfono nuestro yo alternativo.

Y naturalmente, por vía del teléfono, la adicción a hábitos de dudosa calidad por donde se nos puede colar una cierta inanidad, una insustancialidad que propicia poco o nada la reflexión. Aquello que escribiera una vez Umberto Eco de que el drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad. Y más: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad, pero que ahora tienen el mismo derecho de hablar que un Premio Nobel. Es la invasión de los necios.”  Vamos, no es sólo el peligro de nuestra adicción sino también, y a veces sobre todo, el que las redes, con esa invasión de los necios, ponen constantemente en peligro una comunicación racional. Y es que las posibilidades de que te encuentres a la vuelta de la esquina comentarios y entradas de gente de este jaez son tan grandes…

Creo que después de estas reflexiones bien me puedo aplicar el cuento e intentar ser más cauto y discreto en el uso de las redes y el teléfono en general. No me atrevería a decir de nuevo que se acabó y que ni redes ni nada, porque ya lo hice alguna vez y después terminé volviendo al redil. Esto se parece un tanto a esa determinación de los fumadores que quieren dejarlo. Veremos si cuaja.

De nuevo llueven piedras del cielo. El ambiente se ha vuelto osco y el suelo está volviendo a cubrirse de un granizo agresivo y ruidoso.

 

 

 


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