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La imagen de la izquierda es de Rolando, en la de la derecha un servidor en la placa Ayuso del Perro que Fuma en 1968 |
El Chorrillo, 5 de mayo de 2025
Amigo Rolando:
Creo que a mi diario le viene bien esto de escribir de vez
en cuando una carta a algún amigo. Esta de hoy me salió, así de golpe, cuando
esta mañana me encontré en tu muro ese “Ayer maravilla fui, hoy...”. Te cuento
en lo que estaba antes de caer sobre esas cuatro palabras. Me encontraba
terminando de leer la prensa para salir a continuar con los trabajos de la
parcela y de repente el diluvio se derrumbó frente a mi ventana. Tengo la
furgoneta dispuesta para salir a darme una vuelta por el norte desde hace más
de una semana, pero el tiempo se ha puesto cabezón. Los truenos retumban a lo
lejos. Es hermosa esta lluvia torrencial cayendo sobre el Chorrillo, densa como
para semejar la ligera niebla que a veces recorre los bosques. Recuerdos de
correrías. Y fue con esta lluvia regalo matinal que me encontré con tu
ejercicio de nostalgia. Ya te comenté en FB que qué pasaba con ese gustazo de
mirar atrás cuando lo que has dejado tiene tantísima gracia, tanta vida
encerrada entre las yemas de los dedos. Creo que subestimamos el placer de
contemplar hoy lo que éramos capaces de hacer. A mí me sucede así cuando esta
mañana empezó a diluviar, me sentí de nuevo como dentro de mi tienda de
campaña, esas tantas horas en que parece que el mundo se derrumba sobre ti
mientras tú, metido en el saco de dormir, te sientes feliz en un diminuto
rincón de un collado de los Alpes o de los Pirineos, pequeña cosa, pero
contento, satisfecho de la vida que viviste. Viendo la foto de tu muro recordé
una mía algo parecida escalando el muro del Perro que Fuma, en Gredos, hace cincuenta y siete años. Fui a buscarla. Cosa sin importancia si lo pones en el
contexto de la gente como tú que realmente escala, y no como yo que sólo ha
hecho pequeñas cosas, pero qué agradable eso de reencontrarte con alguno de
esos rincones de tu pasado, tantos. El gustazo ese que no te lo puede quitar
nadie. Esta mañana respondía en FB Kobe Dorado a un comentario mío diciendo que
lo que das, te lo das. Lo que no te das, te lo quitas; vamos, que lo que haces
alimenta tu yo, tu pasado, tu presente, lo que no te das es carencia de lo que
podrías ser y no eres.
La falsa modestia y nuestro roce con lo social no pueden
impedir que alguien se sienta satisfecho por lo que fue, maravilla poco
corriente en donde es más fácil hacer de la vida calderilla que pepitas de oro
fraguadas, por ejemplo, en el entorno de la montaña; porque carajo, ¿por qué no
decir que tanto de lo que hemos hecho, vivido, sentido pertenece al ámbito de
lo mejor que se puede hacer entre el nacimiento y el día último? Me encanta esa
salida tuya, esa sinceridad, “maravilla fui”. Vuelvo a mencionar aquí, carta
que a la vez es material para mi diario, un paraje de la autobiografía, Mi lucha, de Karl Ove Knausgård, en
donde narra un momento en que a su madre le dio un infarto en plena calle. Ella
quedó tendida en el suelo y con la idea de que iba a morir en ese mismo
instante lo único que se le ocurrió fue decirse para sí: ¡Qué vida tan formidable
he tenido! ¡Qué vida… gracias! Después de restablecerse del infarto se lo
contaba a su hijo con lágrimas en los ojos.
Días atrás, que hablaba del erotismo, el erotismo
creatividad, expectativa, relación de manos, pies, cuerpo entero con la roca, recibí
un comentario de un amigo escalador y montañero de toda la vida que ampliaba
ese concepto al mundo de la escalada. A veces echo de menos que algunos amigos
que no escriben corrientemente no dediquen algo de su tiempo a expresar esos
sentimientos que corren por dentro de nosotros cuando dejamos atrás la ciudad
para adentrarnos en la montaña y en sus anfractuosidades. El parrafito del
amigo no tenía desperdicio. ¿Qué se siente allá, qué sucede en el ámbito de las
emociones cuando allí en lo hondo el mal azul entre tus piernas aparece
espléndido en la vertiginosa verticalidad en que te encuentras? Decía el
guasap: “En la escalada, como en el erotismo, cada gesto importa. El roce de la
piel contra la roca, la tensión de los músculos en equilibrio entre el deseo y
el vértigo, evocan una intimidad intensa entre cuerpo y entorno. Escalar es una
danza vertical donde el tacto guía y la respiración marca el ritmo; es un juego
de confianza, entrega y dominio. Como en el erotismo, el clímax no está solo en
alcanzar la cima, sino en el viaje sensorial, en la fricción, en el temblor del
esfuerzo compartido entre gravedad y voluntad”. Hermoso, ¿no?
Y palabra que cuando encendí el ordenador yo en absoluto
quería hablar de esto, que tenía en mente otro guasap que me había entrado a
las tantas de la madrugada y que demoré en leer hasta hoy, pero fue tu entrada,
esa cuatro palabras, las que inmediatamente llamaron a las yemas de mis dedos a
caminar por esta mañana de tormenta. Lo que fui, lo que soy, por mucho que nos
andemos con asuntos de aquí o de allí y que pareciera que en ello nos va gran
cosa, la realidad es que lo que uno fue y lo que uno es forma parte de la mejor
materia prima de la que se alimenta eso que llamamos nuestro yo. Y en este
punto viene a cuento un pensamiento de Juanjo San Sebastián que aparece en uno
de sus libros, creo que en Cita con la
cumbre, y que ya usé en este
diario. Decía allí, cito de memoria, estar agradecido al hombre que fue porque gracias
a ello es el hombre que es actualmente. Así que, amigo Rolando, ni nostalgias
ni nada parecido, puro gozo el haber sido porque lo que hoy somos es gracias a
lo que ayer fuimos.
Un cordial saludo.
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