jueves, 8 de mayo de 2025

A la espera

 



El Chorrillo, 9 de mayo de 2025

A esta hora de la noche no sé si sirve de mucho extenderse en consideraciones como las de esta mañana cuando hablaba tan rimbombantemente de eso del principio del todo y que esta noche me parece un tanto cursi. Encontrarle a los días la gracia y el gusto que un gourmet pueda sacar de un aceptable plato, parece que dependiera del humor con el que te levantas o incluso de tu capacidad para oler la fragancia de los jazmines o del pan y quesillo de las acacias que ronda los alrededores de mi cabaña. Si te empeñas en un tema, la Natura o lo que sea, es como si se te fuera la olla de tal modo que anulase la capacidad de tus glándulas pituitarias para ejercer su oficio. Se te va tanta fuerza en el empeño de explicar lo inexplicable, o peor, en dar vueltas en la niebla sin ton ni son, que no te queda energía para mirar la delicadeza de la luz matinal o para escuchar el canto de los mirlos.

Por otro lado en la vida de un jubilado que ha perdido la pasión por viajar y que mantiene discretamente aquella otra de visitar las montañas, suceden pocas cosas dignas siquiera de un diario personal, de ahí que los recursos prácticamente se centren en los esporádicos asuntos que le vienen al coco o en los libros que lee, que es una sofisticada forma de viajar no solo por los paisajes del mundo sino también por otros muchos lugares del arte, la ciencia o la cultura.

He mantenido más de una vez que una de las cosas esenciales que dan sentido a los días es el cuidado que ponemos en alimentar nuestras sensaciones, y como llevamos una larga temporada que no hay manera de salir a vivaquear a ninguna cumbre, que es un buen caladero en donde pescar sensaciones, porque el tiempo no acompaña y a mí lo que me gusta es dormir bajo las estrellas; como viajar, idem de idem, pues que apenas me queda otra cosa con que alimentarlas que los libros. Esta tarde sin más fueron ellos los mejores proveedores de sensaciones. Sensaciones de inquietud, intranquilidad y admiración: Silvia Vidal, todavía con Hay luz entre la cuerdas; admiración: Chirbes, la capacidad de extraer el tuétano de los libros que lee; el sencillo placer de la lectura con Galdós y su Fortunata y Jacinta; preocupación: Robert Kaplan o Huntington, por los derroteros que toma el mundo. Cada libro es un mundo en el que te sumerges como en un sueño. Lo último de la tarde, el relato de Silvia de la pared este del Huascarán (970 m. A3/6ª+/80°, 18 días en pared). Salgo de allí junto a Huarás con el susto en el cuerpo, admirado, rendido a la posibilidad de lo imposible con que esta mujer teje su vida. Y a la noche, un clásico, El árbol del ahorcado: el bueno, Gary Cooper, el malo, el fantástico Karl Malden y la espera silenciosa de que la chica y el doctor Cooper terminen rematando un enamoramiento largamente demorado.

Sólo quedaba dar fin al día con un par de horas más de mirar el fuego de la chimenea y empezar a soñar con ese otro saco de sensaciones que espero recolectar a lo largo del verano que se acerca. Calentito en mi bolsillo está ya un billete de avión que tiene la capacidad de suscitar en mí una mezcla de gratas sensaciones  y un no menor grado de inquietud.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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