miércoles, 23 de abril de 2025

Nosotros y nuestra tribu

 



El Chorrillo, 23 de abril de 2025

Tengo la impresión de que este diario no es otra cosa que el necesario ejercicio de mantenimiento que el cuerpo y mente necesitan para no fosilizarse y no ser presa fácil de un mundo constantemente reconducido a las líneas de un dictado que a través de las redes y los medios de comunicación nos están birlando constantemente el conocimiento de la realidad. Ejemplos en la actualidad es la postura totalmente belicista de la UE, o sin más esa prohibición desde la pirámide de la gobernanza europea por parte de Kaja Kallas, la  Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, expresando su firme oposición a que líderes europeos asistan al próximo día de la Victoria en Moscú en que se conmemora la rendición incondicional de la Alemania nazi ante la Unión Soviética en 1945. Rodeados como estamos por todos los lados por medios hostiles a proporcionar, por una parte, una información veraz y, por otra, rodeados también por altos cargos europeos que actúan desde las alturas como auténticos sátrapas, para intentar ver con mediana claridad, no queda más remedio que utilizar fuentes diversificadas, y por otra intentar hacer el esfuerzo personal por analizar los asuntos al margen de los criterios comunes. Aquí otro ejemplo que viene al caso es el del papa Francisco, al que le llueven los elogios estos días con tan magnífica prodigabilidad, que casi uno termina por creerse la grandeza de un revolucionario que en absoluto fue. Sergio del Molino hacía esta semblanza de él esta mañana en el periódico: “En cuestiones de feminismo e igualdad de los homosexuales no pasó de la frase paternalista, y su postura en asuntos nucleares como el aborto o la eutanasia fue tan rocosa como la del más ultramontano. Tampoco con la inmigración le fue mejor: pese a sus discursos de denuncia de la atrocidad humanitaria en el Mediterráneo, el poder vaticanista, esa red densa de influencia política que empapa a todos los gobiernos del orbe cristiano, fue incapaz de matizar el giro xenófobo de los legisladores en Estados Unidos y en la Unión Europea”. Y es que uno abre los periódicos y se siente tratado como idiota de remate que no es capaz de mirar la realidad de frente y tiene que soportar que otros les vendan constantemente una realidad que es inexistente, con la que manejan la opinión pública a su antojo.

Este ejercicio de reflexión un día sí y otro también para que no nos den gato por liebre constantemente, exige acercarse a los asuntos con cautela y con una enorme lupa en la mano. Mera introducción para un tema que me surgió esta mañana cuando supe de cierta gente que se molesta por el hecho de encontrar en uno de mis post la palabra “mediocre”. Un asunto que quizás tenga que ver con aquel dicho de quien se pica, ajos come. Aparte la broma y considerando que todos, el noventa y algo por ciento de la población de este planeta pertenecemos a la clase de los mediocres, la excelencia no abunda en el planeta Tierra, no estaría de más que la observación nos sirviera, acaso, para intentar zafarnos, en la medida de lo posible, de ella.

Un ejemplo baladí. En una tertulia de un grupo de personas donde es muy difícil salir de las obviedades y de hablar del tiempo que hace, si alguien intenta meter el cazo para sacar del bucle de lo anodino al grupo, y lo único que consigue es que los otros sigan hablando interminablemente del tiempo, si quisiéramos referirnos a este grupo ¿cómo lo calificaríamos? Añado que el hecho de que nadie, absolutamente nadie, conteste un largo comentario en una tertulia así, se parece mucho a esa situación que se produce cuando das los buenos días a alguien y este alguien te da la callada por respuesta. ¿Cómo saber si el juicio que me merece la situación debo atribuirlo a los tertulianos o al grupo en general? La imprecisión del uso del lenguaje puede llegar a ser bastante usual cuando atribuimos a una generalidad, a una colectividad, determinados comportamientos que tanto cabría adjudicar a unos pocos como a la mayoría. Podemos decir que los israelitas o los estadounidenses son unos asesinos cuando nos referimos a los asesinatos sistemáticos que cometen o han cometido a lo largo de la historia estas naciones. No es justo, pero se usa con prodigalidad, acaso porque el lenguaje no es perfecto. Hablamos mal o bien de los policías, los curas, los de derechas, los de izquierda, los políticos, los católicos, con tanta facilidad que necesario sería puntualizar y expresar con más precisión a qué nos referimos. Los tertulianos aquellos ¿son un peñazo? ¿o lo son sólo alguno de sus componentes?

Parece como si estuviéramos diseñados para un uso abusivo de la generalización. Y recuerdo aquello que escribiera Stevenson de que sólo generalizan los estúpidos. Sin embargo así parece que funcione el mundo. Tenemos escasa propensión a separar a las personas como tal del conjunto al que pertenecen. En la Segunda Guerra Mundial después del ataque japonés a Pearl Harbor en Estados Unidos, se desató una ola de xenofobia contra los residentes chinos del país, 120.000 japoneses-americanos fueron enviados a campos de internamiento; TODOS los japoneses eran sospechosos de traición. Igual criterio siguieron los nazis con los judíos. Hablamos de los ingleses, los alemanes, los chinos, los italianos o los españoles como si dentro de esa etiqueta hubiera un único significado.

En uno de nuestros viajes por Latinoamérica conocimos a varios viajeros israelíes con los que convivimos algunos días. Recuerdos de excelentes jornadas de compañerismo y aventuras comunes. Todavía tenemos un buen recuerdo de ellos, y sin embargo hoy en día oír esa palabra, israelí, produce desazón e indignación. De un antiguo viaje que hicimos a Estados Unidos, Alaska, lo que nos trajimos fue la afabilidad de mucha gente, la gentileza de un policía de la frontera, la cordialidad de tantas personas con las que nos relacionamos; sin embargo la palabra norteamericano nos lleva a los mayores horrores que se han perpetrado en la historia de la humanidad. La lista en este sentido sería infinita.

En la historia son responsables de tanto escarnio aquellos en cuyas manos estuvieron las tomas de decisión, pero lo que ello provoca subsiguientemente casi siempre son horrores en cadena en los que las pasiones desbocadas hacen de personas corrientes, torturadores, violadores, delatores, criminales sin escrúpulos. La guerra abre la caja de los truenos y el horror está servido. Aquello de que el hombre es bueno por naturaleza encierra un relativismo fuertemente influenciado por las circunstancias, y si las circunstancias le son contrarias lo que despierta en él es míster Hyde, es decir lo contrario que mantenía Rousseau, que lo dormido en nosotros es nuestra naturaleza negativa y destructiva; es decir aquello que sostenía Hobbes, quien creía que el hombre es naturalmente egoísta y que la civilización es necesaria para contener sus impulsos destructivos. Doctor Jekyll, el respetado médico londinense, desarrolla una poción capaz de separar sus dos naturalezas: la bondadosa y la malvada. Al principio Jekyll disfruta de la libertad de que le proporciona la falta de escrúpulos, pero con el tiempo la cosa se le escapa de las manos y Hyde comienza a dominar, llevándole a consecuencias trágicas.

Pero sí, acaso me salgo algo del tema. No obstante, la última parte del párrafo anterior lo que sugiere es qué fue primero, el huevo o la gallina. Si el hombre es por naturaleza egoísta o por el contrario nace angelical y es la sociedad la que le pervierte. Sea nuestra primera naturaleza egoísta o bondadosa, lo que sí parece es que la naturaleza de nuestro ser social de algún modo mediatiza nuestro comportamiento primero. La sociedad, el grupo, la tribu, se constituyen en la bolsa amniótica en la que con mayor o menor ganas flotamos. Ella es nuestro refugio y por tanto todo lo que atañe a ella nos concierne. Existe una inevitable dependencia de la comunidad que probablemente marca nuestra tendencia a la generalización, atribuyendo a la tribu, al colectivo social o grupo, lo que sólo es propio de una pequeña minoría; los chinos son esto o lo otro, los latinos, tal y cual, los antidisturbios… etcétera. Nos refugiamos en la colectividad, pero cuando los engranajes de la colectividad no encajan sus dientes con los del individuo, nos encontramos con la dificultad de nombrar a dicha colectividad en base a que no todos obedecen a un mismo denominador. Conclusión, que no es el grupo el mediocre, el asesino, el bendito, sino que son la mayoría, la minoría o unos cuantos a los que debemos calificar con el término que sea.

 


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