El
Chorrillo, 18 de abril de 2025
Me
preguntaba esta noche a qué se debe el que se haya aflojado en mí el deseo de
escalar, ese tipo de vaivenes que tiene el ánimo a lo largo de los años y que
si ayer te hacía desvivirte con proyectos que ocupaban fuertemente tu
motivación, hoy pierden fuelle hasta desinflarse. Me lo preguntaba con la
cabaña a oscuras frente al fuego de la chimenea, que es un buen ambiente para
la reflexión y para preguntarte sobre tantas cosas. Y lo curioso es que cosas
así surgen sin más en medio de otros pensamientos totalmente alejados unos de
otros. Lo que me había ocupado antes de esto, por ejemplo, eran asuntos
relacionados con la guerra de Ucrania, con el discurso que nos quiere vender
El
runrún del pensamiento es un pajarito saltarín que parece no tener otra cosa
que hacer que saltar de rama en rama. A veces siente sed o hambre y entonces
deja su deambular y va a picotear allá donde encuentra su alimento preferido,
asuntos, aficiones, preocupaciones habituales, pero casi siempre lo más
interesante que le ocurre es cuando, desocupado de toda preocupación, vuela de
acá para allá sin rumbo fijo, como el milano real que volaba hace un par de
días frente a mi ventana con la única intención de gozar de esa mañana de
primavera.
Solazarse
en el aire, sentir tu cuerpo bañado por el sol, acariciado por la oscuridad y
el silencio de la cabaña y dejar vagar el pensamiento como esta noche mientras
Mico sobre mi regazo ronronea débilmente moviendo el rabo con el mismo sosiego
de quien está en paz con la vida y con lo que le rodea.
Hablaba
esta mañana con L de la leve mejora de su rodilla tras la
infiltración y de su reciente salida a la montaña, y yo a mi vez le comentaba
de la buena marcha de mi recuperación y de mi vista puiesta en el verano, de la
posibilidad de volver a vagar todo él por los valles y las montañas de los
Alpes. Él volvía a prevenirme contra el exceso del peso, siempre un problema
cuando uno quiere seguir siendo autónomo hasta el final. Los problemas de
cuando los cartílagos de la rodilla se han convertido en papel de fumar. Los
años y los achaques. En eso pensaba también esta noche, y en la muerte del
perro de unos amigos, al que han tenido que sacrificar porque la calidad de
vida se le había hecho pobre y dolorosa. Y es que aún siendo un chispazo
nuestra vida, la nuestra y la de nuestro perro, la de Mico en mi regazo, qué
hermoso es poder seguir exprimiéndola, poder sacar adelante esos sueños que
rondan por la cabeza cuando cerramos los ojos y nos vemos de nuevo mochila a la
espalda camino de una ruta que acaso pueda prolongarse a lo largo de todo el
verano. Volver, le decía a L, a respirar el ciclo de los días de
soledad, las noches en los bosques y collados, revivir el ulular de las
tormentas y el canto de la arroyos. Un día, dos, diez, treinta, dos meses. Las
conversaciones con mi amigo el cuerpo, las largas lecturas mientras voy dejando
atrás valles, montañas o glaciares. Esas también largas conversaciones
telefónicas con Victoria mientras desciendo una montaña o sigo el curso de un
arroyo. Y sentir sobre tu cabeza, cómo no, la espada de Damocles, una lumbalgia,
un sobrepeso que te atrofia algún músculo de las piernas y que te hace regresar
a casa, una infección. Y asumir acaso estas cosas con normalidad. Todo eso que
conlleva ir haciéndose mayor, pero que viendo que todavía puede ser posible
también te llena de gozo.
Hubiera
querido esta noche oír a algunos analistas políticos hablar sobre asuntos de
geopolítica, China, Irán, EE. UU., Europa, esas cosas. Saber como va el mundo,
pero ya no queda tiempo. Son las tres de la mañana.
Mico
vive conmigo en la cabaña desde hace varios días. Ahora de vez en cuando se
incorpora sobre mi regazo, intenta sacar su cabeza más allá del collar isabelino
y trata de amagarme un beso. Los gatos esencialmente son cosa de Victoria, yo
suelo ser más seco con ellos, pero esta cercanía última que mantenemos ocupando
durante las veinticuatro horas del día el mismo espacio, me ha hecho
desarrollar un especial afecto por él.
Creo
que tengo que dar término a este runrún de ir de aquí para allá de lo que me
ronda la cabeza. El fuego languidece y ahora Mico duerme a pata suelta en otro
sillón.
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