jueves, 17 de abril de 2025

El runrún del pensamiento

 



El Chorrillo, 18 de abril de 2025

Me preguntaba esta noche a qué se debe el que se haya aflojado en mí el deseo de escalar, ese tipo de vaivenes que tiene el ánimo a lo largo de los años y que si ayer te hacía desvivirte con proyectos que ocupaban fuertemente tu motivación, hoy pierden fuelle hasta desinflarse. Me lo preguntaba con la cabaña a oscuras frente al fuego de la chimenea, que es un buen ambiente para la reflexión y para preguntarte sobre tantas cosas. Y lo curioso es que cosas así surgen sin más en medio de otros pensamientos totalmente alejados unos de otros. Lo que me había ocupado antes de esto, por ejemplo, eran asuntos relacionados con la guerra de Ucrania, con el discurso que nos quiere vender la UE que, enamorada de su narrativa de la guerra, su disposición a fomentar la rusofobia entre los europeos y su tendencia a engordar la guerra con su discurso belicista, quiere convencernos para que quintupliquemos el gasto militar. Pensaba en las veces que la UE ha puesto palos en la rueda de la paz y en los varios momentos que ha desoído las instancias de Rusia para llegar a acuerdos y la paciencia de ésta tolerando año tras años la expansión de la OTAN en las inmediaciones de sus fronteras. La idea de que los culpables de la guerra de Ucrania esencialmente son EE. UU. y la UE me corrió durante un rato por la cabeza. Y tras ellos el sectarismo con el que nos llegan las noticias, o el doble rasero de como se trata la actuación de Israel en relación a Rusia. Y la mentira institucionalizada, y la hipocresía, y la mediocridad de nuestros gobernantes. Esas cosas que le pasan a uno por la cabeza cuando apaga la luz y se queda contemplando el baile tranquilo de las llamas en el hueco de la chimenea. Más, el mundo en que vivimos en España con esa derecha cuyo cinismo es lo único que sabe exhibir en las sesiones parlamentarias. Les sueltan solemnes verdades de cajón y con lo único que saben contestar es con la sonrisa cínica y estúpida de la mediocridad más ruin.

El runrún del pensamiento es un pajarito saltarín que parece no tener otra cosa que hacer que saltar de rama en rama. A veces siente sed o hambre y entonces deja su deambular y va a picotear allá donde encuentra su alimento preferido, asuntos, aficiones, preocupaciones habituales, pero casi siempre lo más interesante que le ocurre es cuando, desocupado de toda preocupación, vuela de acá para allá sin rumbo fijo, como el milano real que volaba hace un par de días frente a mi ventana con la única intención de gozar de esa mañana de primavera.

Solazarse en el aire, sentir tu cuerpo bañado por el sol, acariciado por la oscuridad y el silencio de la cabaña y dejar vagar el pensamiento como esta noche mientras Mico sobre mi regazo ronronea débilmente moviendo el rabo con el mismo sosiego de quien está en paz con la vida y con lo que le rodea.

Hablaba esta mañana con L de la leve mejora de su rodilla tras la infiltración y de su reciente salida a la montaña, y yo a mi vez le comentaba de la buena marcha de mi recuperación y de mi vista puiesta en el verano, de la posibilidad de volver a vagar todo él por los valles y las montañas de los Alpes. Él volvía a prevenirme contra el exceso del peso, siempre un problema cuando uno quiere seguir siendo autónomo hasta el final. Los problemas de cuando los cartílagos de la rodilla se han convertido en papel de fumar. Los años y los achaques. En eso pensaba también esta noche, y en la muerte del perro de unos amigos, al que han tenido que sacrificar porque la calidad de vida se le había hecho pobre y dolorosa. Y es que aún siendo un chispazo nuestra vida, la nuestra y la de nuestro perro, la de Mico en mi regazo, qué hermoso es poder seguir exprimiéndola, poder sacar adelante esos sueños que rondan por la cabeza cuando cerramos los ojos y nos vemos de nuevo mochila a la espalda camino de una ruta que acaso pueda prolongarse a lo largo de todo el verano. Volver, le decía a L, a respirar el ciclo de los días de soledad, las noches en los bosques y collados, revivir el ulular de las tormentas y el canto de la arroyos. Un día, dos, diez, treinta, dos meses. Las conversaciones con mi amigo el cuerpo, las largas lecturas mientras voy dejando atrás valles, montañas o glaciares. Esas también largas conversaciones telefónicas con Victoria mientras desciendo una montaña o sigo el curso de un arroyo. Y sentir sobre tu cabeza, cómo no, la espada de Damocles, una lumbalgia, un sobrepeso que te atrofia algún músculo de las piernas y que te hace regresar a casa, una infección. Y asumir acaso estas cosas con normalidad. Todo eso que conlleva ir haciéndose mayor, pero que viendo que todavía puede ser posible también te llena de gozo.

Hubiera querido esta noche oír a algunos analistas políticos hablar sobre asuntos de geopolítica, China, Irán, EE. UU., Europa, esas cosas. Saber como va el mundo, pero ya no queda tiempo. Son las tres de la mañana.

Mico vive conmigo en la cabaña desde hace varios días. Ahora de vez en cuando se incorpora sobre mi regazo, intenta sacar su cabeza más allá del collar isabelino y trata de amagarme un beso. Los gatos esencialmente son cosa de Victoria, yo suelo ser más seco con ellos, pero esta cercanía última que mantenemos ocupando durante las veinticuatro horas del día el mismo espacio, me ha hecho desarrollar un especial afecto por él.

Creo que tengo que dar término a este runrún de ir de aquí para allá de lo que me ronda la cabeza. El fuego languidece y ahora Mico duerme a pata suelta en otro sillón.

 

 

 

 

 

 


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