miércoles, 30 de abril de 2025

Balzac, Chirbes, “Las zapatillas rojas”

 



El Chorrillo, 30 de abril de 2025

Las flores del jazmín trepan por mi ventana, perfuman intensamente el aire del principio de la noche mientras los mirlos canturrean en las ramas cercanas llamando la atención de la hembras. Cierro la ventana y decido encender la chimenea. Son las nueve de la noche. Salgo a por leña, enciendo el fuego, me siento cómodamente frente a ella y vuelvo a tomar en mis manos el tomo de Balzac. Había considerado el día anterior la posibilidad de abandonarlo. Lo abro. Estoy dudoso. Reconsidero si seguir adelante o no y termino diciéndome que no, que se acabó. Me aburre Balzac. Cuando me falta menos de la cuarta parte de Papá Goriot para terminarlo, lo abandono definitivamente. No aguanto la estúpida vida de la gente que recrea en su novela. Lo leí hace medio siglo y me encantó. Ahora tengo ya demasiados años para aguantar las tonterías alrededor de la cuales gira la novela. ¿Puede ser la necedad el tema principal de un libro? Cierto que el libro es una crítica cruel y descarnada de la alta sociedad de su tiempo, pero ello es cosa tan sabida, tan sabida como la estúpida sociedad de nuestro tiempo con sus bailes de máscaras y sus pretensiones rocambolescas. Tan estúpido como ese cónclave que se celebra estos días, una legión de arzobispos ataviados ceremoniosamente para seguir la hipócrita y estúpida tradición de nombrar un nuevo papa candidato a la inefable posición de la infalibilidad.  

Hay que decir, no obstante, que la idea de crear personajes ingenuos, tontos, malvados hasta lo increíble, ha sido siempre un recurso literario que ha dado grandes frutos, basta recordar a muchos de los personajes de Shakespeare, Otelo el ingenuo y creidor hasta la saciedad; Yago, el malvado y retorcido en la obra homónima Otelo; las tan terribles hijas del rey Lear frente a la bondadosa y paciente Cordelia; el avaricioso y codicioso Shylock en El mercader de Venecia. La diferencia de estos personajes con papá Goriot es que éste aparece tonto de remate, papaíto inconsciente desde el principio al final de la obra, mientras que en Shakespeare la extrema bondad, ingenuidad, avaricia está al servicio de una obra maestra. Si Shakespeare hubiera tenido que llenar con la maldad de Yago o la de las hijas del rey Lear por más de trescientas páginas, no creo que la obra hubiera llegado a buen término. Sí lo consigue Cervantes con el loco Alonso Quijano, pero es que Cervantes era mucho Cervantes. 

Cierto que toda esta tontería que rodea el mundo, incluida esa tendencia a vestirse algunas mujeres de alto standing con los atuendos propios del pavo real, es lógico que encuentre su lugar en el campo de la literatura. Podría añadir la otra tontería de considerar la dignidad de los sapiens machos representadas por el hecho de vestir sobre una impoluta camisa un trapo de colorines a modo de símbolo fálico, pero mejor vuelvo a Balzac. El placer de leer a Balzac, incluida esa lujosa e impecable descripción con la que nos introduce en la pensión Casa Vauquer, y que hoy ningún novelista emprendería por anticuada, proviene esencialmente del conocimiento profundo del alma humana y que el autor derrocha a lo largo del libro con todo tipo de personajes. Los retratos de su sociedad, los escondidos recovecos de la trama social e individual, con ser el plato fuerte de su novela, ello sirve para sostener una historia que de arriba a abajo de puro estúpida, se hace penosa de seguir. Un padre, Goriot, rico comerciante con dos hijas que se retira a una pensión de mala muerte para proporcionarlas una “vida por todo lo alto”, tan por todo lo alto que al pobre apenas le llega para vestirse o comer. Unas hijas que descienden de su por todo lo alto para ir a visitar a su padre miserablemente hospedado con la intención de sacarle hasta el último centimo. Y el padre enamoradísimo de sus hijas, sin cuestionar nada, absolutamente nada. Padre que se ha labrado una buena fortuna como comerciante y que termina convertido en un babeante anciano a merced de la feria de las vanidades en la que sus hijas quieren vivir. Ese es el centro de la trama de la novela, un hombre capaz, conocedor de los negocios con que se ha labrado una fortuna y que Balzac de repente nos lo presenta como un huésped de una miserable pensión, un individuo degradado, solo, encerrado en la soledad de una estrecha habitación que dedicará el producto económico de una vida profesional a que sus hijas coqueteen con la “alta sociedad”. Enredos y circunstancias comprendidas, total, 352 páginas para seguir el curso de esta tonta e incomprensible degradación. Vamos, como para ponerme nervioso del todo y mandar al libro a freír gárgaras. Magnífico retrato de la sociedad de su tiempo, dirán algunos, y será cierto, magnífico retrato de una estupidez que por reiterativa e irracional, me niego a terminar.  

Así que confesado que no he podido terminar con una de esas grandes obras que ha dado la literatura de todos los tiempos y teniendo muchas horas de la noche por delante, mejor vuelvo a sumergirme en los diarios de Chirbes, esos que abandoné hace algunas semanas y que ahora recupero con nuevas ganas. Chirbes, al que suelo evitar discretamente, o leyendo a vuela pluma, cuando escribe de asuntos personales, es una preciosa fuente de criterios y análisis sobre literatura, cine, música y cuestiones sociales o políticas. Como diría él, entro en su último diario, entrar, meterse dentro de un mundo, su mundo, que en este momento es La Odisea y la terrible matanza de los pretendientes a manos de Odiseo, Telémaco, Eumeo el porquerizo y Filetio el boyero leal. Una de las escenas más escalofriantes de la historia de la literatura. Aquí un fragmento de este documento de barbarie: «A Melantio traían: con el bronce cruel le cortaron narices y orejas, le arrancaron sus partes después, arrojáronlas crudas a los perros y, al fin, amputáronle las piernas y brazos con encono insaciable».

En torno a la medianoche Chirbes escribe sobre una película que acaba de ver: Las zapatillas rojas, Michael Powell (1948), una historia basada en un cuento de Hans Christian Andersen, Hace una crítica de ella tan atractiva que termino cerrando el libro y buscando una plataforma en donde verla. A media película hago una pausa. Salgo a orinar fuera. La brisa agita levemente las ramas produciendo un murmullo acogedor. Vuelvo a la cabaña. En la pantalla aparece la imagen congelada de Julian Craster durmiendo junto a Victoria Page. El fuego arde en la chimenea. Tras la ventana, lejos, las luces de los pueblos circundantes. En el cine no se interrumpe una emoción, decía Alfred Hitchcock; ni siquiera para hacer pipí. A veces es preciso :-). La música. También hace días el sujeto era la música: Divertimento; entonces la historia de una joven directora. Aquí el sujeto es una bailarina, su director, Lérmontov y un director de orquesta. Espectáculo para los ojos y los oídos. El amor como música de fondo que terminará entrando en conflicto con la música. 

El amor y el arte forman parte del reino de Tánatos, escribía Chirbes. Sus dos breves páginas sobre la película denotaban una profundidad en la mirada que necesariamente te obligaba a detener la lectura para admirar su contenido. Su capacidad de penetración y el ordenamiento del hilo interno fueron lo que me llevaron a ver la película. Después sería su juicio sobre la puesta en escena, la escenografía de corte expresionista, ese aire turbador que hace presentir en el arte de Powell un aire de tragedia. Los primeros planos, como salidos del primor de un laborioso trabajo pictórico, las largas secuencias de ballet, el encanto personal de Vicky, una fragilidad de muñeca de porcelana que hace del baile un emocionante espectáculo. Compleja y excelente labor al servicio del arte, la música, el ballet, y en medio, el amor, que avocará a una crisis existencial que el guionista forzará con la muerte de la protagonista cuyas zapatillas rojas serán su perdición. Entre la vocación y el amor, Tánatos termina por hacerse con la última palabra.  

Son las tres de la madrugada. Hora de dormir. 


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