sábado, 1 de marzo de 2025

Anhelo infinito

 



El Chorrillo, 1 de marzo de 2025

Comienzo estas líneas con la convicción de que hoy no voy a ser capaz de explicarme del todo, entre otras cosas porque me muevo en un terreno que es como abrirse entre la espesa niebla de un bosque donde no parece que haya límites precisos. Así que solamente un intento. De momento ya de mañana el amigo X me suelta al teléfono que vaya con el machismo del señor Musil, más o menos, en relación a esa cita que ayer había colocado al final de mi post. Vuelvo a insertarla aquí para que sepáis de qué estoy hablando. ”Ese anhelo indefinido (anhelo de mujer), que Dios sabe de dónde procede, con el que nacemos y que al contacto con nuestra amada esposa de todos los días no hace sino humillar”. El ¡Jooooo… tela!, que exclamaba mi chica ayer después de leer el texto, auguraba ya un tema polémico.

Tan de moda se ha puesto en la sociedad de nuestro tiempo hablar de cosificación de la mujer, que me siguen dando ganas de volver el asunto aprovechando la cita de ayer. Sugiero aquí a quien caiga casualmente por estas líneas que haga el esfuerzo de no querer agarrar el rábano por las hojas, que es lo que puede suceder en este ambiente que tantas feministas han creado cuando se trata de hablar de la relación entre hombres y mujeres, como si la cosa se planteara en una especie de lucha de barricada a barricada.

En El banquete, de Platón, Diotima ilustra a Sócrates sobre la naturaleza del amor y sitúa a éste entre la abundancia y la carencia. Esto implica que el amor es una fuerza que busca lo que le falta, de ahí el que desde la carencia busque la abundancia. El hombre busca en la mujer lo que le falta (y viceversa). El amor para Diotima es un impulso hacia la inmortalidad, que puede manifestarse a través de la procreación física o mediante la creación de obras y virtudes que trascienden al individuo. Estamos muy lejos de ese concepto tan extremadamente vulgar que llaman cosificación. Si nos retrotraemos a esta idea primera, tan antigua y tan olvidada por esas gritonas de la calle que no han tenido todavía tiempo de ahondar en la complejidad de la relación hombre/mujer, y que confunden eso que llaman cosificar con ese anhelo infinito (de mujer) del que habla Platón, que subyace en todo hombre por bruto que sea, encontramos que cierto feminismo carece de una visión medianamente profunda de la realidad. Que aunque los brutos, seres primitivos de nuestra raza, reaccionen como reaccionan ante la presencia de la mujer, no les vamos a quitar de encima algo que está inscrito en nuestro ADN que indudablemente en ellos se mezcla con lo más propio de la animalidad.

Ignoro lo que los hombres en general pueden sentir por la mujer cuando empiezan a tener años, pero no creo que ello esté muy lejos, al menos si consideramos al individuo con un mínimo de sensibilidad, de la que experimenta quien siente a la mujer con una suerte de anhelo, anhelo infinito. Aristófanes en El Banquete presenta un mito sobre el origen del amor que explica la búsqueda constante de nuestra "otra mitad". Según este relato, muy simplificado, descendemos de un solo ser al que Zeus decidió dividir en dos mitades. Desde entonces, cada mitad anhela reunirse con su contraparte perdida, lo que constituye la esencia del amor: la búsqueda de la totalidad original. Intentar profundizar en el anhelo de hombres y mujeres de uno por el otro como una fuerza primigenia, enquistada en nuestro ser (la fuerza que engendra el enamoramiento es a veces demoledora y loca, no gratuitamente, sino porque está en nuestros genes), debería llevarnos con un poco de esfuerzo por nuestra parte, a entender de esa energía/anhelo como algo que subyace en machos y hembras sapiens como una de las fuerzas más poderosas que se han desarrollado en la naturaleza. Este mito sugiere que el amor es el deseo innato de recuperar nuestra integridad primera, encontrando en otro ser aquello que nos completa. Así, la búsqueda de la "media naranja" simboliza el anhelo humano de plenitud y conexión profunda con otro individuo.

Ahora, el anhelo no se circunscribe solamente a deseo del otro sino que también entra en juego la belleza. Diotima reflexiona sobre la relación entre el amor y la belleza, ampliando el concepto de anhelo hacia una dimensión estética y filosófica y así introduce la metáfora de la "escalera del amor", que describe como un proceso ascendente en la búsqueda de la belleza en cuyo primer peldaño está la atracción física hacia una persona específica y que se extiende en un segundo peldaño a una apreciación por la belleza física en general; en tercer lugar la atención se desplaza de lo físico a lo espiritual “valorando la belleza del alma y el carácter”. Le siguen algunas consideraciones más, pero son ajenas al asunto tratado.

Resumiendo: el anhelo arranca de la necesidad del otro, de su búsqueda y está vinculado igualmente a la búsqueda de la belleza, según Platón. Recogiendo esta idea e intentando hacer de ella la razón de algunos de nuestros comportamientos respecto al otro género, no debería sernos ajenos que ese anhelo indefinido de mujer, tan radical, tan potente, tan extremoso, que en principio podría no tener ninguna relación con lo genital o sexual, es algo que vive en el hombre como un regalo de la Naturaleza y que la prosaica irrupción de algún feminismo contamina y  pervierte simplificando los profundos sentimientos del hombre (hombre como género neutro) y convirtiéndoles en vulgares muestras de machismo. Dando por sentado este anhelo enquistado en nuestro ADN de manera indeleble, llevar el discurso del comportamiento masculino hacia el femenino como un fenómeno de cosificación es querer convertir en basura lo más noble que existe en el hombre (repito, género neutro). La pureza del anhelo, que algunos pervierten y lo convierten en ese follarme a una tía, (de todo hay en la casa del Señor), no debería invitar a generalizar y a meter a todos los hombres y mujeres en el mismo cajón de los bestias que hacen de las relaciones de género un barrizal.

Me gusta una mujer, un hombre… ¿Y qué? Días atrás Yolanda Díaz saludaba al presidente de la CEOE Antonio Garamendi con la expresión: “¡qué guapo estás!” ¿Pecado? ¿Al juzgado con ella? Las arremetidas del feminismo por un quítame allá esas pajas pierden la orientación desviando su atención de los problemas reales para centrarse en asuntos casi me atrevería baladíes, o al menos carentes de entidad suficiente. Vamos, mezclando churras con merinas.

La belleza, la mujer son y serán siempre objeto de un anhelo (anhelo infinito, diría Platón por boca de Diotima) por más que los bestias, bestias como tales etcétera.

Una vez asentada la realidad de la presencia inequívoca del anhelo en los hombres y mujeres (anhelo indefinido en Musil), “y que Dios sabrá de donde procede”, cabría seguir argumentando sobre la segunda parte de la cita de Musil, es decir, anhelo que “al contacto con nuestra amada esposa de todos los días no hace sino humillar”. En principio parece muy chocante esa afirmación, chocante probablemente porque deseamos agarrarnos con todas nuestras fuerzas a un ideal de pareja enamorada que en absoluto puede ser extrapolado como general, porque se quiera o no, pese a los muchos años de enamoramiento de muchas parejas, la realidad, en términos generales, es que ese anhelo primero poco a poco languidece como tal transformándose en otra cosa. Languidece mientras que el anhelo de mujer de todo casado o arrejuntado durante años, pervive en el deseo y sentimiento del hombre con una llama que no se apaga más que en el momento de la muerte. Uno puede querer a su propia esposa todo lo que se quiera, pero raramente ella será representante de ese anhelo primero que se instala en el hombre que Musil llama indefinido y Diotima infinito.

Repito que el zafio y burdo uso que tantas feministas hacen de la relaciones de género, circunscribiendo y legislando, y legislando repito, como si nuestras relaciones de género estuvieran regidas por la ley de la selva, pienso que es propio de una sociedad pacata que  no sabe ir más allá, o no puede, de lo que tiene delante de las narices, graves asuntos sin lugar a duda como la violencia entre hombres y mujeres en todo caso punibles, pero que lanzándose como se lanzan sobre un beso no consentido como fieras dispuestas a devorar a todo el género masculino, lo único que hacen es desprestigiar sus justas luchas. Las razones de este párrafo tienen su lugar en el contexto que vengo escribiendo porque ese despilfarro y énfasis que pueda darse con un quítame allá esas pajas confunde a la sociedad que tiende a establecer barreras, zanjas y resquemores en nuestras relaciones de género. El otro día, seguimos con Yolanda Díaz, a la vicepresidenta, un periodista, para responder a una interpelación de ella, le soltó “que cada vez estaba más guapa”, que obviamente era un ejercicio para desviar la atención del asunto que se trataba. Ante esta salida Yolanda Díaz denunció el hecho como una situación de machismo. Por otra parte la portavoz de Compromís en el Congreso expresó que muchas mujeres y periodistas experimentan situaciones en las que en vez de ser miradas a la cara, se les mira el pecho. Ja, toma, esto cuadra con aquellas jocosas historias de Álvaro Cunqueiro en que el perfume que se desprendía de la abertura del escote de una viajera sentada enfrente era tan profundo y excitante que le ponía los ojos como chiribitas (ojo a la sinestesia). Si sucumbir a la tentación de contemplar pasmado un escote es machismo, pues bueno… como si hubiéramos nacido ayer. Y lo del periodista, pues que no, que la elegancia y la educación nos llevan a ser más considerados con los demás, pero sólo eso.

Me he pasado ya más de tres pueblos con este texto, pero es que estoy encantao con el asunto, encantao porque además sé lo que pensarán de él ciertas amigas con las que en absoluto comparto puntos de vista en este asunto, y ello en cierto modo me divierte, pese a que en el fondo lo que vengo haciendo desde que empecé la primera línea es una loa al género femenino, a esa otra parte de nuestro yo a la que durante toda la vida anhelamos, y que no tiene que ser precisamente nuestra amantísima esposa. El anhelo de mujer es algo mucho más íntimo, más espiritual, más hondo, algo que nos baña por dentro como una borrachera cuando pasa a nuestro lado una mujer que llama nuestra atención. Que sí, que aunque haya bestias por ahí etcétera.

De buena gana seguiría con esta matraca porque la verdad es que el tema me apasiona. Me apasiona este asunto, me apasiona el misterio de la muerte, me apasiona la montaña… y manda cojones, si me apasiona ¿por qué no voy darle la tabarra a este diario con ello?


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