sábado, 25 de abril de 2020

Las ocho de la tarde





El Chorrillo, 23 de abril de 2020

La arvejilla, bellísima en su sencillez, trepa estos días por el seto del oeste de nuestra parcela mientras más allá el viento nos trae los aplausos y la música de las ocho de la tarde. Las ocho de la tarde no tiene todavía un poeta que la cante, pero debería tenerlo. No hay en el poemario español versos que canten una hora mágica como lo es las ocho de la tarde. Lo hizo Lorca para las cinco de la tarde pero aquella era un canto de desgarro y dolor por la muerte de un torero, mientras que las ocho de la tarde de esta primavera todavía está huérfana de un poeta que la apadrine.
En nuestra casa las ocho de la tarde es la hora de caminar dando vuelta y vueltas a la parcela hasta completar los tres o cuatro kilómetros y, cuando la brisa viene del sur, también es el momento de escuchar las canciones que acompañan a los aplausos en el pueblo. No siempre la brisa es lo suficiente comprensiva para traernos en sus brazos ese momento que ya se ha hecho universal, pero se porta no obstante. Hoy llegaba especialmente bien. Empezó cuando yo me recreaba en hacer un ramillete de arvejillas para adornar mi mesa de trabajo.
A veces a uno, cuando cada tarde le llegan de la lejanía la música y sus aplausos, se le ocurre pensar en cosas raras, por ejemplo, en un futuro en donde los ciudadanos a una determinada hora del día, como es el caso ahora, salieran a los balcones a aplaudir los gestos de buena voluntad y entrega de alguno de sus vecinos; donde se saludara con afecto al médico o a la enfermera que ha aliviado algún dolor; al maestro que ha introducido a tu hijo en el camino del conocimiento y de la vida; al panadero que ha pasado toda la noche horneando ese pan tierno que te comes con el desayuno; al policía que ordena el tráfico; al político que ha gestionado debidamente los recursos económicos y humanos y que se ha acordado especialmente de las personas más necesitadas; al agricultor que se levanta en pleno invierno a las seis de la mañana para podar las vides o que ara la tierra para dar de comer al mundo.
Esta tarde, después de una gratificante y bella partida de ajedrez con mi amigo Paco, el suertudo Paco desde cuyas ventanas, las de su casa, quiero decir, se puede ver en todos los momentos del día las bellas cumbres del Almanzor y La Galana al alcance de la mano; después, tuvimos una larga conversación en la que Paco no se mostraba nada convencido de que tras la historia del bichito el mundo fuera a cambiar mucho. Evidentemente las cosas raras que a mí se me ocurrían son productos del entusiasmo que genera la espontaneidad de la gente, esa parte generosa de la humanidad que llegado el caso observa perpleja a sus emociones revolucionarse alrededor de algo que no sea un gol magistral, el premio de la lotería o la adquisición del último automóvil. El pesimismo de Paco estaba más que justificado, pero aunque yo intentaba alentar la posibilidad de que de todo esto al menos surgiera el despertar de una nueva conciencia, el dilema seguía ahí: ¿Servirá todo esto para repensar el mundo, reflexionar sobre los estragos que cometemos con la Naturaleza, considerar una más justa redistribución de la riqueza?
Todos, casi todos, querríamos que el mundo cambiase de rumbo, que comenzase una nueva singladura que nos alejase del desastre al que nos conducen los locos de este planeta; pero la memoria es débil, decía Paco, ya verás que pasado un tiempo después de que todo esto haya terminado, cómo todos volvemos a lo de antes; aquello de El Gatopardo: que todo haya cambiado para que al final no cambie nada. Y nombraba la necesidad de una educación que comenzara en la escuela; y yo le decía, y el me decía…
En cualquier modo hay gente a quien se le muere un ser querido y ello le hace pensar y plantearse el sentido de la vida y sus derroteros. A partir de ahí y en poco tiempo, para la mayoría aquello caerá en saco roto, pero siempre habrá muchos que se salven. Las emociones tienen profundas raíces en nosotros y su lenguaje es inequívoco. Si las emociones han estado un largo periodo de tiempo de parte de los cuerdos de este planeta, es difícil que los sujetos que las experimentaron vayan de inmediato a alinearse en el bando de los locos, y menos todavía en el de los… eso mismo que estás pensando.
Acabamos de ver una película de Bergman, El rito, y ésta, como sucede casi siempre con sus obras, algo descarnado ha dejado mi ánimo; su cine, siempre acosado por el peso de las pasiones y su encuentro con las luchas internas, apuntan hacia un mundo interior complejo en que las emociones son de una caladura personal e íntima que apenas podríamos poner al lado de la sencillez samaritana e ingenua de la que hablaba más arriba. De una parte el mundo de las personas y sus luchas interiores, la búsqueda de la posibilidad de aproximarse a una tierra prometida donde cada cual pueda sondear y enriquecer su propia existencia; de la otra su proyección social, el trabajo de la colmena que, atendiendo al bienestar común crea también las condiciones para que cada cual pueda hacer de su vida lo que mejor le plazca.
Las ocho de la tarde podría ser un buen referente en nuestro futuro próximo. No olvidar de donde venimos para así ver con más claridad a donde vamos y qué mundo queremos.
La noche ha quedado silenciosa, ya no hay fuego en mi chimenea, la primavera ha plantado sus reales en los alrededores de mi casa y con ella, no podía faltar a la cita, el ruiseñor de todos los años canta y canta incansable su tonada a la amada desde las ramas de los olmos. Buenas noches.










No hay comentarios:

Publicar un comentario