domingo, 14 de septiembre de 2025

Palestina una vez más

 




El Chorrillo, 14 de septiembre de 2025

Nada más pisar la plaza de Atocha ya toca correr, no mucho, una traca de botes de humo intenta disuadir a algunos grupos de manifestantes. Hacía más de medio siglo que no percibía el acre olor de los gases lacrimógenos ni estas embestidas de los antidisturbios contra las masas. Las lecheras ocupan toda la plaza de Atocha. Una tanqueta de esas que usan en la guerra ocupa su lugar entre ella. Es espectáculo es un tanto ridículo, ridículo y desproporcionado. De tanto en tanto la masa de gente da marcha atrás huyendo de alguna arremetida de los antidisturbios. Nada grave. Muestras de fogueo. Intimidar parece el objetivo. Tenemos que caminar unos cientos de metros hacia Neptuno con el pañuelo en la boca. El paseo del Prado está petado. Se grita, gritamos: “vergüenza me daría ser policía, “No es una guerra, es un genocidio”, “Vergüenza, vergüenza…”, “Sí se puede”. Las vallas del Paseo del Prado han ido todas a parar al centro de la calzada, ni policías ni ciclistas podrían pasar por allí. Un grupo de antidisturbios las va retirando, pero más adelante los manifestantes vuelven a llevarlas al centro de la calle. Jóvenes, hombres mayores, mujeres gritan como si les saliera del alma. Estamos otra vez como en los mejores tiempos, aquellos en que estando dormidos, despertamos.

Caminamos lentamente entre la gente. Comento con Victoria sobre la necesidad de alimentar nuestro pesimismo con estas imágenes. La gente solidaria también existe. Hoy esta gente abarrota las calles de Madrid. Somos muchos, sí, ante la barbarie. Hay que tenerlo en cuenta.

Es endemoniadamente emocionante y esperanzador comprobar la gran cantidad de gente joven, y muy joven, que detrás y delante de nosotros vapulea a gritos a la policía, “vergüenza me daría ser policía”, arrastran nuevas barreras para cortar la calle o corean consignas. Al tímido le da algo de corte gritar estas cosa en plena calle, pero termina animándose. Cerca de Neptuno ya se comenta que la Vuelta se ha suspendido. Habría sido imposible mantener el programa previsto, ambas calzadas del paseo del Prado, donde debía terminar la vuelta, están invadida por las barreras metálicas que constantemente los manifestantes arrastran al centro de la calle.

Hace muchos, muchos años, que no siento el calor que da la masa de gente manifestándose por una causa noble; quizás desde la guerra de Irak. En estas circunstancias uno siempre piensa: quién sabe, quizás en algún momento volvamos a despertar. Consulto X. Son muchas las calles de Madrid que están tomadas por los manifestantes. El Gran Hermano, un helicóptero rojo, sobrevuela constantemente el cielo de la ciudad. Los perros montan guardia armados en el frente de Neptuno. De vez en cuando se produce algún revuelo de motivo desconocido. Al fondo brota la humareda de algunos botes de humo. Se oyen disparos. Observo a varios hombres bastante mayores arrastrar las barreras frente a las lecheras y antidisturbios que se acercan. Calor de multitud. Agradecido sentimiento de pertenecer a esa parte del mundo que todavía siente como suyo el dolor de los demás, el del pueblo palestino.

Las lecheras empiezan a desfilar, pero no se sabe qué quieren, probablemente buscan marcharse a su casa, pero los manifestantes no se resisten a volver a interceptar la calle con las barreras metálicas. Durante cien o doscientos metros vemos a grupos de antidisturbios retirando barreras mientras que los manifestantes siguen apilándolas en la calzada. Las sirenas de las lecheras suenan constantemente como si fueran camino de un incendio.

En el paseo del Prado me acerco a una fuente. Hay un manifestante llenando una botella; al mismo tiempo veo acercarse a un antidisturbio, casco, guantes, toda la parafernalia encima, con una cantimplora en la mano; antes de que llegue a la fuente ya estoy yo esperando. Cuando termina de llenar su botella el manifestante me agacho para beber y el antidisturbios me da un empujón y mete su botella en el grifo. Farfulla algunas palabras. Me vuelvo, un orangután sacado de la selva para servir al Estado me mira como perro al servicio del amo desde sus alturas. Me sale un hilo de voz entre dientes, “basura…”. Nos alejamos, mejor no complicar las cosas. Llegando a Atocha hay un tapón fenomenal. Ahora son los manifestantes que no dejan salir las lecheras hacia la plaza.

Ver el dolor del pueblo palestino en la mirada y en la boca de tantísimos madrileños era motivo hoy de esa empatía y solidaridad de la que tanto está necesitado nuestro mundo.


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