lunes, 29 de septiembre de 2025

La tierra que nos acoge

 


28/09/2025

Tengo una palabra en la cabeza, casi un hallazgo, y en el acto de cambiar de gafas, date, la palabra ha volado. ¿Cuál sería esa palabra que tan ajustada y contundente venía a lo que quería decir? Hace un rato, mientras comíamos, a Victoria y a mí nos ha costado un buen rato encontrar esa palabra que nombra a un tipo de entremés en las comidas orientales, el rollito de primavera. Cuando la hemos encontrado hemos soltado los dos un ¡eureka!, algo que se repite constantemente en la vida cotidiana y que tiene que ver con ese camino hacia la nada del que hablaba ayer. Ya, ya la tengo mientras tanto: derrengado era.

Derrengado estoy. ¿La razón? Poéticamente podría decir que derrengado a causa de mi relación con la tierra, ¿o habré mejor de escribir Tierra con mayúscula? Dentro de ese ciclo de la vida del que hablaba ayer, la tierra/Tierra sería el intermediario clave sin cuya presencia la continuidad de la vida en otros seres sería imposible. Deslomado estaba esta mañana transportando estiércol y distribuyéndolo por la parcela cuando en un pequeño respiro, rastrillo en mano bajo la barbilla, tuve el presentimiento de que esta mañana lo que estaba haciendo era alimentar a un ser vivo, un ser vivo, la tierra. Recuerdo que en alguna ocasión circuncaminando la isla de Fuerteventura, en una playa solitaria, me sentí impelido a fornicar con la Tierra/la arena de la playa. En aquella ocasión recuerdo haber escrito algo muy poético. Tuve en mente entonces a la Pachamama. “Pacha” significa mundo, tierra, universo, en quechua, y “mama” , madre; es decir, “Madre Tierra”. La Pachamama hacía alusión entonces a una conexión profunda entre los seres humanos y la tierra; madre y fuente de vida a la vez, en aquella ocasión mi inspiración me llevó a tener una relación con ella que poco se podía diferenciar con la que pudiera haber tenido con una mujer.

Así que allí estaba yo con el rastrillo en las manos intentando dar un sentido más profundo al trabajo que estaba haciendo de alimentar la tierra con el estiércol. Llevamos más de un tercio de siglo viviendo en esta casa y en este tiempo hemos desarrollado poco a poco una buena relación con los animales que viven entre nosotros, pájaros, culebras, erizos, peces, una rana que rescaté ayer del estanque que estaba limpiando, incluso un par de avispas que hoy durante la comida sobrevolaban el cestillo de las uvas, o el seguimiento que hacemos de hormigas solitarias cuando trajinan por aquí o por allí llamando nuestra atención sobre su trabajo y destino; una relación que se extiende a las plantas, esos abrazos a los árboles con los que inaugura su día Victoria; hemos desarrollado una relación, decía, que linda bastante con la fraternidad que sentimos en ocasiones por otra gente. Así que la atención que despertaba en mí esta mañana la tierra no era exactamente nueva, más bien se trataba de un reencuentro afectivo que despertaba al contacto íntimo con ella, despejarla de palitos, hojas, plantas muertas, pasar el escarificador para airearla, y finalmente extender el estiércol y peinar su superficie con la escoba metálica para retirar trozos de estiércol sin fermentar.

Puedes hacer este trabajo pensando en las musarañas, mecánicamente, pero cuando entras en la órbita de los significados profundos que tienen las cosas, sí, significado profundo, tu contacto con la Pachamama en persona, se produce una pequeña mutación en tu ánimo y aquello que era simplemente “tierra” adquiere una relevancia afectiva y una significación que coloca a esa tierra que pisaste durante años con indiferencia, en un ser vivo a través del cual la vida se reproduce. Un ser vivo que te puede proporcionar alimento, leña para la chimenea de invierno, lugar de descanso, sombra, hábitat para los animales de los que vives rodeado, el placer de la contemplación. La obviedad de munificencia es tan grande que de puro evidente puede pasarnos totalmente desapercibida. La parcela en que vivimos cuando llegamos acá era un entero erial. Hoy es un entorno lleno de vida, árboles, plantas, animales. Cuando la miramos con tanto placer pareciera que todo nos lo debiéramos a nosotros mismos que la regamos y cuidamos, sin embargo olvidamos la generosidad extraordinaria con la que la tierra se ha ceñido a nuestros deseos. De hecho la tierra que habitamos y nosotros mismos formamos en cierto modo un conjunto, un cuerpo que sentimos indisoluble. Desde esta perspectiva la tierra y nosotros somos parte de la misma cosa. Cuando veo a Victoria caminar temprano por la mañana por la parcela, cuando contemplo cómo se abraza a los árboles, o cuando yo mismo paso horas contemplando la brisa en las ramas de los árboles o la lluvia o me tumbo como esta mañana para descansar sobre uno de los taludes y contemplar el paso de las nubes, es imposible no sentirte parte de este mundo que habitamos día y noche, un mundo que se levanta y palpita todo él sobre la tierra.


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