lunes, 15 de septiembre de 2025

18.500 niños palestinos asesinados reclaman su lugar en nuestra conciencia


 

El Chorrillo, 15 de septiembre de 2025

Estos días ando ocupado en releer aquí y allá escritos de hace una década, el relato de mi travesía de Alpes de 2014, cosas sueltas de un prolífico diario deconfinado que ocupa más de un millar de páginas, cosas así. En el relato de 2014 trato de hacer memoria, ubicar recuerdos o reconstruir itinerarios que constantemente se cruzan con rutas de otros años. Los senderos y los pensamientos tienen algo en común en esto de reencontrarse, de descubrir concomitancias y despertar relaciones entre sí de paisajes e ideas. Los senderos de los Alpes, recorridos durante tantos veranos, vertebran como las raíces de un gran árbol un intrincado laberinto que en estos días trato de ordenar, nombrar o recordar.

Bien, aunque esencialmente estoy centrado en estas cosas, un tiempo de tránsito entre la soledad y mi vuelta a la cotidianidad del mundo, no por ello, y pese a mi alejamiento de los periódicos, dejan de llegarme ecos de alguna que otra realidad que me pone en íntima relación con el tejido social del que yo mismo formo parte, y que suscita mi emoción con parecida fuerza a la que vivo mi propia experiencia interior. Voy al caso. Me cuenta Victoria de una prima suya que asistió ayer a  la concentración / manifestación convocada por el colectivo Artistas con Palestina bajo el lema “Tienen nombre. Lectura de los nombres de los niños y niñas asesinados en Gaza”. En la Puerta del Sol de Madrid, artistas y organizaciones sociales leyeron durante diez horas consecutivas los nombres de  los 18.500 niños asesinados en Gaza. Cuenta Victoria que cuando  Pedro Almodóvar leyó una carta de un niño gazatí asesinado, recordando no sólo su nombre sino algo de lo que se sabía de su vida o sus esperanzas, su prima rompió a llorar. Tan acostumbrados estamos a hablar de cifras que con frecuencia olvidamos que tras cada una de ellas hay una persona, una infancia robada, sueños rotos, familias con un infinito dolor encima. Imaginar todas esas vidas truncadas una a una, 18.500 niños asesinados, supone un infinito dolor que la historia y el sentir humanitario jamás podrán olvidar. La alevosía del olvido y la culpabilidad de los que apoyan a los criminales quedarán para siempre como muestras de una horrenda infamia.

Mi yo, indebidamente ahíto de mí mismo, resbala poco a poco hacia la realidad social en que inevitablemente vivo. Los últimos artículos que he leído esta tarde pertenecían a los tiempos de la pandemia. En aquella época también fue inevitable encontrarme con esa dicotomía que surge entre el mundo personal y la realidad social. Ambas conforman un todo en el que encontrar una síntesis a veces parece tarea de toda una vida. Hoy, estos días en que el dolor del pueblo palestino ha vuelto a mí tras dejar atrás las montañas y su soledad, el recuerdo de las lágrimas de la prima de Victoria y mi contacto con las miles de personas que se manifestaban ayer en las calles de Madrid, conmueven mi ánimo.

 

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