viernes, 23 de mayo de 2025

Pasiones que ennoblecen y pasiones que degradan


Pasiones que ennoblecen. Cima del Torozo. 
De izquierda a derecha: Paco, Rosa, Parvaneh, Teresa y un servidor.

El Chorrillo, 23 de mayo de 2025

Escribía anoche Chirbes del comportamiento de Hitler cuando descubrió que se le preparaba el atentado fallido de 1944. El responsable, sus familiares y amigos fueron ejecutados. Entre 4000 y 5000 personas siguieron su suerte. El sadismo llegó al punto de ahorcar al responsable de manera que se prolongara su agonía lo más posible. Este relato me hizo pensar en el título que encabeza este post.

La idea de que las pasiones que engendramos los humanos nos pueden arrastrar a la más ignominiosa actuación, podría hacernos temblar pensando en las vueltas que puede dar la vida. Ya expresaba algo de esto días atrás Paco cuando decía que le daba miedo pensar que era de otra forma que pensaba que era. Existen ejemplos a montones de esas transformaciones súbitas que operan algunas personas cuando cambiando de estatus económico o de relevancia social o política, dejan atrás, como las culebras, la piel que les cubría para convertirse en seres que con más o menos suerte rozan lo patológico.

Francisco Lorenzo comentaba por otra parte el otro día sobre este drama humano en que la historia de la humanidad, siempre resulta  la misma: poder, conquista, victoria. Y para ello se necesita, aseguraba, gente llena de ira y de odio. Yo añadiría que para ello es necesario que pasiones que acaso duermen en estado latente en nosotros, despierten bajo el auspicio de circunstancias favorables. Por otra parte Jesús Arriba apuntaba directamente a la idea de las circunstancias que cambian el comportamiento de las personas. A Jesús le respondía yo que la herencia mendelania y sus rasgos recesivos podrían explicar esa irrupción en una persona corriente que les transforma en canallas y en donde las circunstancias actuarían como catalizadores despertando a la alimaña dormida que podríamos tener dentro.

Empecé este post en la consulta del dentista. Ahora estoy en un bar tomándome un chocolate. Bajo al servicio. En el inodoro flotan papeles higiénicos llenos de mierda sobre una superficie de orines. Esto es parte de la humanidad, me digo, guarros que igual podrían orinar en la vía pública. Guarros, gente incivilizada que escucha en el metro sus vídeos sin auriculares, gente a los que la civilización les queda lejos. Más tarde en el cercanías recogería una bandeja llena de comida a medio consumir que otro guarro había dejado sobre el asiento, asiento que no distaba de una papelera más que un par de metros. Hay quien nace para guarro, otros para torturadores, muchos para coleccionar dinero chupándoles la sangre al personal, otros para echar una mano en Médicos sin Fronteras, etcétera; de todo hay en la viña del Señor.

 ¿Nacemos o nos hacemos? Para Francisco Lorenzo, en la amalgama de todo esto, esto de que hay gente pató, lo que germina en algún momento son los comunes denominadores que rigen la historia, poder, los imperialismos, los deseos de conquista, y sus consecuencias, el odio, la ira. Y ante este espectáculo también el miedo a ser engullidos por las circunstancias y las subyacentes pasiones, dispuestas a despertar al toque de trompeta del oro, el poder, la venganza, todas esas delicatessens que constituyen la panoplia de las peores pasiones humanas.

Las pasiones. Hitler, hombre de una infancia complicada, relación difícil con su padre, fracaso escolar (a los 16 años abandona los estudios), en su juventud vive en pensiones baratas, en ocasiones en albergues para indigentes. Soledad y resentimiento. Desde joven Hitler tendía al aislamiento, tenía pocos amigos cercanos y alimentaba un sentimiento creciente de frustración y resentimiento hacia el mundo que lo rodeaba. Todo esto no explique quizás del todo su desarrollo posterior, pero si ofrece claves para entender lo que sucedió más tarde. Lo que engendrara toda esta experiencia probablemente, junto a esas pasiones que acaso son comunes a los seres humanos, comunes pero reprimidas o no despertadas, desembocó, con la injerencia de las circunstancias, en una monstruosa pasión convertida en la mayor tragedia vivida en la historia de la humanidad que se cobró cerca de 100 millones de muertos.

La gestación de una pasión en Hitler probablemente tiene su réplica en otros muchos ámbitos que, desarrollándose bajo circunstancias diferentes, apuntan al hecho fundamental de que las pasiones no sometidas a control son un material explosivo. Las grandes pasiones humanas —como el amor, la ambición, la venganza, la admiración, el odio, la compasión o la fe— son fuerzas profundas que movilizan al ser humano, lo transforman y, a veces, lo arrastran. Son unas energías maravillosas cuando son bien empleadas, pero igual que la gasolina puede servir tanto para desplazar un vehículo como para provocar un enorme incendio, éstas, si no son controladas, pueden convertirse en una atroz herramienta de extorsión, locura y muerte.

Echar un vistazo al comportamiento de algunos sapiens puede ilustrar esta enorme disparidad entre los que son engullidos por las pasiones que no controlan y que les devoran por completo, ese uno por ciento, por ejemplo, que domina económica y políticamente el mundo, y aquellos otros que hacen de sus pasiones un elemento vivificante, una fuente de creatividad y placer. La distinción esencial de ser devorados por las pasiones, ser sujetos pacientes de ellas, y la de aprovechar nuestras pasiones para hacer de la vida un arte, debería ser algo lúcido y claro en nuestro pensamiento, sin embargo, ¡ay!, lo difícil que es reconocer cuándo y cómo estas pasiones son destructivas y cuándo contribuyen a la formación y recreo de nuestra personalidad.

La demoledora estupidez con la que ese grupo de superricos que dirigen tantos hilos de la economía mundial, lo que habla son de pasiones inocuas en lo personal porque en realidad son ellos los devorados por sus pasiones. En ellos el sujeto activo es la pasión que les devora y ellos tan sólo fieles servidores de la capacidad autodestructiva de los sapiens. No existe otro animal en el planeta que acumule y acumule millones de veces más de lo que necesita. A algunos sapiens se les agarró como garrapatas al cuerpo la pasión de acumular y ésta lo único que hace es chuparles la sangre haciéndoles olvidar nuestra fragilidad y caducidad, olvidando que el camino termina entre en el perejil.

¿Qué pasiones engendraron los grandes conquistadores de la historia del mundo, qué sucedió en consecuencia a ellas, en qué pararon las pasiones imperialistas del Reino Unido, para qué esa pasión de Estados Unidos de alimentar más de 800 bases militares en todo el mundo, dónde fue a parar el oro del rey Midas, qué hará con su dinero la familia de Trump, la de Aznar, la de la señora Botín, en qué pararon las pasiones de Napoleón y Hitler? ¿Para qué sirven las pasiones si no son puestas a disposición de la vida? ¿Qué hacer con la pasión de crear, con el amor, el deseo, la ira, la cólera, la ambición, el orgullo, los celos, la egolatría…?

Punto y aparte la pasión por la aventura y la montaña; pasiones que ennoblecen y pasiones que degradan. En la portada nuestro encuentro en la cumbre del Torozo después de mi pernocta en el Alto de Corralillos.


 

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