El
Chorrillo, 12 de mayo de 2025
Alguien,
Y, llama a determinado número de teléfono perteneciente a X. X levanta el
teléfono y dice: dígame. A su vez desde el otro lado oye la siguiente pregunta:
¿con quien hablo?, X, que se encuentra con el ánimo en puro estado metafísico, o
que quizás acaba de leer de refilón a Freud, de primeras no sabe qué contestar…
A veces
se me ocurre que uno no es uno, sino al menos dos, o incluso tres o cuatro. El
uno, X1, el que está consigo mismo en silencio, en soledad suele diferir en
algo del que está con otros o en sociedad. Los otros de alguna manera modifican
nuestra mismidad. No es que el termino persona, como se entendía en
Este último,
X1, probablemente el más yo, el que percibimos sin la tutela de los otros, sin
la presión social, aislado en su mismidad y percibido como nuestro yo más
preciado, porque no sufre la presión de la consideración de los otros, y que en
su continuidad a través de los años identificamos como yo, como nuestra persona
real, acaso moldeada por lo social, la experiencia, las circunstancias, pero
que seguimos concibiendo, cuando cerramos los ojos en soledad, como nuestra
persona.
El yo,
la persona que duerme, come, piensa, pasea, etcétera, no ese yo del que se
habla en algunas culturas de Oriente y que éstas tratan de anular, con ser
aparentemente algo evidente, es claro que cuando tratamos de meterlo en el
corsé de nuestra razón o ponerlo en palabras, esa evidencia se hace paradójica
porque lo que nos entrega es algo realmente difícil de aprehender. Como el
esfuerzo de traducirlo a palabras parece vano, recurrimos a entender que ese yo
es lo que nos pensamos y que vive bajo la apariencia de nuestro cuerpo. Ese yo,
que hace que nos diferenciemos de los otros, el que somos desde que tuvimos uso
de razón, y que sentimos cuando decimos yo a lo largo de la vida, el
tímido o extrovertido, el sociable o no, el… un largo etcétera, al que tratamos
de comprender y definir.
Junto a
ese yo esencial del que algo se proyecta en el yo social cabría hablar de un
tercer yo, X3, el yo al que aspiramos, el yo que quisiéramos ser, e incluso un
cuarto, X4, el yo que pretendemos representar ante los demás. Creer ser lo que
no somos, parece que es un hecho que se puede repetir sin que nos apercibamos
de ello, algo que sí pueden percibir otras personas, y que el autoengaño se
encarga de camuflar; aquel yo que pretendemos que los demás vean en nosotros,
una pretensión que a un buen observador no se le escapará. Cuando un buen libro
cumple con nuestras expectativas y lo disfrutamos, corrientemente es porque el
ojo avizor del autor y su conocimiento de la naturaleza humana nos lo hacen
visible. Ese gozo que nos proporcionan, por ejemplo, las novelas del Balzac.
Volviendo
a la conversación telefónica que proponía al principio, según este anecdótico
esquema, X podría responder como X1, X2, X3 o X4. X podría hablar
exclusivamente como X1 con un amigo íntimo, con un amante. Contestaría como X2
si al otro lado del teléfono quien habla es un colega con quien la intimidad
queda a buen recaudo, con quien se comparten aficiones y se pueden contar
chascarrillos de los otros o bromas comunes. Hablaría como X3 (el yo al que
aspiramos, el yo que quisiéramos ser) si aspirara a un empleo o a enamorar a
una moza. Y lo haría como X4 (el yo que pretendemos representar ante los demás)
si quisiera escalar posiciones en determinado grupo social.
Sólo un
ejercicio de introspección para amenizar las horas de la madrugada :-).
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