El Chorrillo, 28 de febrero de 2025
Hubo un tiempo que fui muy afecto a Musil,
incluso llegué a comprar sus diarios en inglés (siendo que mi conocimiento del
inglés nunca pasó de ser somero) cuando todavía no estaban publicados en
castellano. Después los compré traducidos, pero no lograba últimamente saber si
realmente los había leído o no. Total que me levanté, dejé lo que estaba
leyendo y me fui a por ellos. Lo primero que me sorprendió fue su aspecto de
manoseado, ese tipo de libros trabajados, subrayados, comentados por aquí o por
allá. Efectivamente, lo había leído
aunque sólo hasta la página 488, es decir hasta donde los subrayados dejan de
aparecer. El libro está literalmente machacado. Me pregunto por la razón que me
llevaría a abandonar semejante tan atractiva y aleccionadora lectura.
Probablemente unas vacaciones de verano que interrumpieron el flujo de mis
intereses. Tantos subrayados, algunos como si las ideas hubieran sufrido la
ansiedad de un descubrimiento descomunal, no merecían aquel abandono a que
sometí los Diarios.
En esta revisión somera a través de sus páginas,
me sorprendieron algunas curiosidades tales como encontrar ideas, frases, que
se han incorporado a mi pensamiento hasta el punto de formar parte de mí, de
eso que Ortega llamaba creencias y que se diferencia notablemente de la ideas,
que es materia más volátil y al albur de las circunstancias (“Las ideas se
tienen, en las creencias se está”) y que con toda seguridad fueron inoculadas
en mi mente por la lectura de estos diarios. Es decir, que me encuentro con
ideas que me son caras y que parecen venidas de la nada, de mi pensar, y de las
que ahora encuentro las fuentes de donde han manado creencias e ideas que
surgieron de la reflexión sobre aquellas lecturas. Valga decir que creyendo ser
yo, pensando que mis pensamientos son míos, lo que sucede es que mi
inconsciente se los robó impunemente a Musil :-). ¿Será así para tantos razonamientos, ideas, formas de pensar, que creyéndose
propios pertenecen en realidad al acerbo de mis lecturas, o diciéndolo más
suave, a la tensión que se establece entre el lector y el libro?
Voy a tratar de hacer un ejercicio de
comprensión relacionado con la impronta que dejan ideas y párrafos de libros
que acaso hemos olvidado haber leído. Quiero rescatar algunas de las joyas que
debí subrayar hace quizás treinta o cuarenta años, y que anoche me pedían ser
sacadas a la luz.
Esta mañana, que continuaba de intercambio con
Enrique Muñiz una conversación sobre un tema que requería ya un cambio de
tercio, le hacía precisamente alusión a una cita de Musil que estaba en el
orden de dar razón a los porqués que nos surgen constantemente, sea
conversando, leyendo o pensando. Recogía allí la siguiente cita: “Mientras nos
esforzamos por penetrar en algo difícil de comprender y por mantener el curso
de nuestros pensamientos, notamos cómo crece nuestra capacidad para indagar, o
para recordar e, incluso para pensar”. “Cada uno entra en la vida con un alma
viva. Pero la monotonía de la existencia la cubre como la arena… las pasiones
vulgares caen sobre él como un incendio, u otros hombres provocan en él
presiones o un exceso de tensión, un frío o un bochorno en los que el alma
languidece…”. Me decía un amigo hace tiempo que bien por mis textos, pero que
el exceso de citas no le gusta tanto. Quizás el texto de hoy más que
desarrollar un tema lo que busque sea rescatar precisamente ideas ajenas que en
el pasado cayeron en terreno abonado y que hoy, casi como agradecimiento,
retomo para intentar afianzarlas en mi memoria.
Otra joya: “Respirar el perfume profundo y
pesado que cada cual me trae de su jardín”. ¡Qué verdad!, qué gusto asistir a
una tertulia en la que descubres a un tertuliano silencioso que escucha atentamente,
no dice nada, y que en un momento propicio irrumpe en la conversación con un
hilo de voz apenas audible, tranquilo, que, consciente de que los hilos de los
que se trata en la conversación han quedado algo desperdigados, se dedica
pacientemente a desenredarlos y a buscar entre el revoltijo de las ideas
aportadas, argumentos con los que fabricar una nueva visión de los hechos. Le
puedo ver en este instante. Arrellanado en un rincón sobre una butaca, se
incorpora y empieza en una larguísima intervención, que yo de tanto en tanto me
atrevía a interrumpir porque los asuntos se acumulaban uno tras otro, a hilar
su idea del concepto humanista, que él defiende frente al esquema que se había
discutido antes centrado en concretar los valores de la izquierda política o la
derecha. Aprecio mucho, se lo he dicho a mi diario muchas veces, conversar, y
probablemente donde más se aprecia ese perfume profundo que cada cual trae de
su jardín, quizás sea precisamente en la conversación, de palabra o por
escrito, y en el modo de participar en ella. Si a la capacidad de indagar
personalmente le añadimos esa posibilidad de que cada persona pueda ofrecer al
otro, a los otros, el placer de unos argumentos, la charla distendida, los
chistes que median entre un asunto y otro y que son como una floritura en medio
de una composición musical, pues eso, el gusto de la conversación está servida.
También esta cita que recogí días pasados en mi
diario y que mira por donde resulta que la había tomado hace muchos años de
Musil: “Es acaso posible explicar la música a un sordo?, que en el contexto de
los dos últimos párrafos viene a decir que cuando hablamos y hablamos anclados
en nuestras ideas y sólo para defender nuestra postura, en lugar de hacer de la
conversación una indagación, aquello se puede parecer muy bien a un diálogo de
sordos si no abrimos la compuerta de nuestra atención a lo que el otro nos está
diciendo.
Me había propuesto discurrir sobre alguna cita
más, pero ha llegado la hora de la comida y conviene ir terminando. Acaso deje
para otro día alguna sustanciosa idea de los subrayados que han quedado en
puertas. Dejo más abajo un pensamiento que prometería una sustanciosa
conversación, si alguien entra en el juego. El amigo Enrique Muñiz hacía algo
parecido días atrás en el grupo de guasap dejando caer algunas ideas y
terminando éstas escribiendo: ¿Alguien mueve ficha? Eso digo yo. Aquí la cita:
”Ese anhelo indefinido (anhelo de mujer), que
Dios sabe de dónde procede, con el que nacemos y que al contacto con nuestra
amada esposa de todos los días no hace sino humillar”.
(¡Jooooo… tela!, exclama mi chica, la compañera de mi vida, cuando termina de leer el último párrafo. Bueno, si alguno se apunta a tan sugeridora tertulia pues bien, seguimos charlando en otro momento)
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