El Chorrillo, 4 de febrero de 2025
Esta mañana hablando con un amigo por teléfono, larga
conversación de hora y media, éste me recordaba alguna ocasión en que en mi
blog, según él, me había precipitado en opiniones acaso excesivamente
taxativas. Y es verdad, asentía yo, aunque también es cierto que tendría que
ver el contexto que envolvía entonces mis opiniones. Un asunto clave, si lo que
hacemos es intentar comprender no sólo lo que decimos, sino también lo que
queremos decir. Intentar comprender. No obstante, agregaba yo, recurriendo a
los argumentos que expresé días atrás en un post titulado Pensar con la cabeza o con el estómago, tengamos también en cuenta
que el pensar, o escribir que tanto monta, con el estómago no es cosa que haya
que tirar por la borda sin más, que también esto merece una debida consideración.
Me explico. Hoy escribo bajo la influencia de mi estómago,
la emoción, como lo queramos llamar. Ya expliqué en alguna ocasión la imagen
esa del jinete y el elefante. El elefante, grande, enorme, difícil de controlar
por la pequeñez del jinete; el elefante, las emociones, las convicciones,
nuestras creencias e ideas; el jinete, la razón. Dos partes del yo en continuo
litigio a la búsqueda de una síntesis. Pues bien, acabo con los preámbulos.
Hoy me toca hablar con el estómago. Dejo paso al elefante.
Leo una historia ambientada en nuestra guerra civil y la posguerra. Las voces del Pamano, de Jaume Cabré.
Los canallas y la ch… silenciosa que asiente y baja la cabeza ante la barbarie, las algaradas fascistas, los delatores, la
impunidad de los asesinos. Cosas así me dejan el cuerpo temblando de
indignación. La ch… que se pasó la vida besando el culo al caudillo, la ch… que
rige ciertos jugados, la ch… de la extrema derecha y sus palmeros.
Estoy en el metro. Miro a esos hombres y mujeres que veo
frente a mí, todos aparentemente pacíficos ciudadanos. ¿Cuál de ellos llegado
el caso será ch…, carne de cañón del dictador de turno, herramienta de tortura?
¿Quiénes? ¿Quiénes delatarían a sus vecinos? ¿Quiénes asesinarían sin
miramientos al resto de los pasajeros que no pertenecieran a su facción?
¿Quiénes de ellos ejercerían de torturadores? Estos interrogantes un tanto
sobrecogedores me surgen mientras sigo adelante con la lectura de Las voces del Pamano, que es lo mismo
que leer Réquiem por un campesino o Por quién doblan las campanas o Diálogo con la muerte. Un testimonio español
o tantos, tantos que dan testimonio de los hechos acaecidos durante la guerra y
en los años inmediatamente posteriores. Y recuerdo la mañana de
Pregunta inquietante la de ir sentado en el metro y
recorrer los rostros de los viajeros preguntándote quién en determinadas
circunstancias asumiría el papel de asesino, delator, fanático de un nuevo
orden; y sabiendo con toda certeza que
tantísimos de ellos, llegado el caso, podrían asesinar a su mejor amigo, a su
hermano, a lo vecinos de toda la vida. Cuando leí La condición humana, de Hanna Arendt, un discurso tan complejo y
difícil de seguir en algún momento, me acordé de estas cosas y llegué a pensar
que la autora apenas rozaba eso que entendemos por condición humana cuando nos
asomamos a las circunstancias de la guerra, al comportamiento de los nazis, al
comportamiento de los israelitas en Gaza y Cisjordania, al de la policía de
Pinochet o Videla. O si lo hacía usaba un lenguaje de difícil acceso al lector
corriente.
Y pienso, ahora en el Cercanías, en esa gente que pasa de
vagon a vagón y cierra la puerta de un portazo, esos que no hacen diana y orinan dejando todo hecho un asco y que ni se molestan en tirar de la cadena, esa gente que parece vivir sola
en el mundo y que jamás se decidirán a pensar si está fastidiando a su prójimo.
Esas cosas que me conducen, por el hilo de las circunstancias del libro que
leo, a sospechar si ese tipo de personas, esos que salían a los balcones en la
pandemia a levantar el brazo al modo de los nazis, no será la consabida carne
de cañón que un día, metidos en la historia de una guerra, un golpe militar,
puede convertirse de la noche a la mañana en el vecino que delata, en el
torturador a sueldo de una dictadura, en esos soldados israelitas padres de
familia que por la mañana se despiden de sus hijos y su mujer con un beso y que
al mediodía y por la tarde ejercen de asesinos en las personas de ciudadanos
palestinos. ¿Quiénes son estos que en circunstancias concretas asumen la mano del
terror y la muerte? ¿Serán en algún futuro previsible tantos de estos viajeros
del Cercanías que ocupan el vagón donde viajo, futuros partícipes de masacres
venideras?
Hoy mi mirada sobre los viajeros del metro no tiene la
placidez bonancible de otras veces cuando la humanidad me resulta tan
atractiva, los rostros, los gestos, la sonrisa que esboza una señora;
influenciado por la historia que leo mi mirada es escrutadora, indago en los
ojos, ese tic que pueda detectar un posible delator, un asesino, un socio de la
extrema derecha dispuesto a romper el cráneo a cualquier hijo de vecino que en
determinadas circunstancias le levante la voz. Olvidamos acaso con frecuencia
que ese amable vecino que te presta esa cebolla que has olvidado comprar para
la cena, puede ser en determinadas circunstancias eso mismo. El catolicísimo
Francisco Franco convertido en genocida sin que se le mueva un pelo podría
estar en el alma de cualquier viajero. Escalofriante, pero real; sólo hay que
dar un repaso a
Para mal, aunque también para bien. A veces todavía recuerdo
emocionado el final de mi visita al campo de concentración de Auschwitz. Se me
saltaban las lágrimas entonces. Habíamos recorrido todos los pabellones
siguiendo el rosario de monstruosidades perpetradas por los nazis y al final
dimos con el pabellón dedicado al grupo de personas que pusieron continuamente
su vida en peligro para dar a conocer al mundo exterior lo que estaba
sucediendo dentro de las alambradas de Auschwitz. Recordar aquellos rostros después de haber
dejado atrás la barbarie y los millones de asesinatos que perpetraron
ciudadanos de a pie al servicio del nazismo, creaba un nudo en la garganta que
ninguna explicación jamás sería capaz de mitigar. Leer sobre algunos sucesos
de nuestra guerra civil me produce un parecido estremecimiento.
¿Quiénes de estos viajeros que se apearán en Leganés,
Fuenlabrada o Humanes, todos hombres y mujeres de carne y hueso, llegado el
caso, las circunstancias los convertirían sin lugar a dudas en asesinos?
¿Quiénes en esas mismas circunstancias se convertirían en héroes de la Resistencia?
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