jueves, 30 de enero de 2025

Mis montañas (Carlos Gallego)




Madrid, 30 de enero de 2025

“Montañas de una vida”, titula Bonatti a la historia de sus recorridos montarnos; René Demaison hizo el mismo recorrido en Las fuerzas de la montaña. Hoy Carlos Gallego hizo algo parecido, en breve, sobre sus recorridos por las montañas del mundo. Mis montañas, se llamaba la charla que nos dio en la sala en el auditorio de la Universidad Carlos III de Leganés. En un recorrido que empezaba en Pedriza en los primeros años de encuentro con la montaña, seguía por Galayos y Gredos, continuaba por Pirineos y Alpes y que saltaba de inmediato a los Andes, a los vientos del Fitz Roy y a los fríos invernales del McKinley, en poco más de una hora nos vimos embarcados, como tantas veces que escuchamos a otros compañeros como Ramón Portilla o a Carlos Soria, en esa genuina pasión que recorre el alma de tantos hombres y mujeres amantes de la montaña. De nuevo me viene a la cabeza esa idea que reitero de tanto en tanto: escaló para mi alma. Ese perfume que se desprende siempre de los hombres que dedicaron su vida a asuntos genuinamente improductivos, esas conquistas de lo inútil, flotaba hoy en el ambiente del auditorio como un gesto de autoconciencia, la seguridad de que la vida, la vida con mayúsculas está en otra parte, en un remoto lugar en donde los locos ajenos a los dictados del lucro, de la rentabilidad, de lo útil, hacen de la existencia una peligrosa apuesta por hacer de la vida lo que a uno le sale de lo más profundo de su ser. Escuchando a Carlos esta mañana recordaba aquel pensamiento de Hobbes que sirve de introducción al Placer del texto, de Roland Barth: .“La única pasión de mi vida es el miedo” o aquella otra idea de Hegel: “Sin el riesgo de muerte, la conciencia individual no puede adquirir el temple que le es propio, es decir afirmarse”.



Es inevitable pensar en estas cosas cuando uno asiste a estos encuentros en que la vida discurre como una corriente salvaje frente a nosotros. “Llegamos cuatro a la cumbre, pero llegamos al campamento base sólo tres”, relataba Carlos, que me recordaba aquel drama de Ricardo Cassin y sus compañeros descendiendo del Pic Badile tras haber escalado su cara norte, o a Fernando Villa, el Pibiu, y José Ángel Lucas en el descenso del pilar Michel Croz después de haber escalado la Walker, y en donde este último dejo la vida. Tantas veces la vida al filo del precipicio. Los momentos de plenitud, dolor y sufrimiento engastados en la joya de la vida con sus alegrías y su dolor. Y sin embargo la pasión de seguir soñando. Alguno de los asistentes le preguntaba a Carlos sobre este aspecto, sobre sus sentimientos cuando trataba aquel dejar la montaña atrás con un compañero menos. Qué decir…

Y sin embargo la vida sigue adelante. En mi caso tras contemplar como mi compañera y amante Nena se precipitaba en el vacío una mañana en que el sol levantaba espléndido sobre los glaciares del Gran Zebrú. Y sin embargo volver y convivir con el recuerdo de los amigos y de la amante por el resto de la vida.

Carlos y Esther nos frecuentan ahora con asiduidad la montaña, pero con cuánto calor siguen en las cuerdas del alma la vida vivida, incluidas esas gotas de amargura con la que recordamos a compañeros desaparecidos. El otro día en uno de mis post escribía que qué triste tiene que ser hacerse mayor y no tener dentro de nosotros un manojo de pasiones en el que recostar nuestra memoria y nuestra certeza de vivir y haber vivido; nada que ver con la mera existencia. A Carlos Soria le he oído tropecientas veces relatar la historia de su relación con la montaña y cada vez que le oigo, no hace mucho en RTVE, una sonrisa nace en mis labios. La última vez, su relato, que parecía hacerlo desde el lugar donde se sienta a leer o ver la tele, tan en su casa se sentía, tenía un gesto y una viveza en su rostro que no indicaba otra cosa que esa satisfacción que uno puede sentir por el rumbo que ha dado a su vida. Una vez que le visité en su casa después de su accidente en el Dhaulagiri y que le pregunté que cómo se sentía así en general, su respuesta fue elocuente: “estoy encantado con mi propia vida”. Eso sentía yo hoy de Carlos oyéndole, a él o a Nacho y otros compañeros que intervinieron y que fueron compañeros en sus expediciones.

Confieso que he vivido, decían las palabras de Carlos sin decirlas. Por sus hechos los conoceréis. Le decía a Fafi, Loli y Javier Laguna tras la comida, que me apasiona la gente interesante, la gente a la que la vida le brilla en los ojos. Existe un compadrazgo y una empatía entre la gente que ha vivido la montaña hasta el tuétano de sus huesos, que se reconoce a kilómetros de distancia.


 

 

 

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