martes, 14 de abril de 2020

"El analfabeto político"






El Chorrillo, 14 de abril de 2020

Existe un mal por ahí, mal endémico en nuestro país, que consiste, por una parte, en decir que todos los políticos son iguales y por otra en considerar a la política el peor de todos los males. Cuando nos encontramos con este tipo de gente a uno casi le da vergüenza argumentar sobre asuntos tan evidentes. El tópico ese de que “yo de política no quiero ni necesito saber nada” es muy propio, con perdón, de aquellos cuya capacidad de pensar está muy mermada, es parecido a aquel que dice que todos los políticos son iguales y al que su interlocutor, que no se corta un pelo, contesta diciendo que los ignorantes que dicen que todos los políticos son iguales, son los mismos que piensan que todos los libros son iguales.
El lugar donde caí esta noche, y que motiva en cierto modo las líneas que siguen, es una entrada de un amigo en FB que constata que la relación con alguno de sus “amigos” de la red social se ha visto tocada por algunas fricciones con compañeros con los que comparte su afición a la montaña debido a discrepancias políticas. La disyuntiva en que se encuentra le hace repensarse la idea de seguir compartiendo asuntos de política en su muro para evitar nuevos roces con sus amistades. Los comentarios a esta entrada eran variados y en general lamentan que esto ocurra, sin embargo fue algún otro de cariz diferente lo que me llamó la atención, comentarios para el que también alguien había fabricado cartelitos de esos tan frecuentes en las redes y que algunos asumen como dogma de fe. Prohibido destruir amistades por causa de la política, decía uno de ellos. Otro: si quieres conservar la armonía mantén la política al margen. Yo, que siempre había pensado que la amistad se fundamenta sobre el cariño, el respeto mutuo, esa clase de cosas, no entendía muy bien ese concepto tan restrictivo de amistad. Encontrarme con que para ser amigo de alguien tuviera que renunciar a hablar de los problemas de la comunidad y su mejor modo de solucionarlo, me parecía tener un concepto muy restrictivo de la amistad. No sé, quizás en vez de amistad estuvieran hablando de otra cosa, porque me extraña que quien tiene pasión por conducir su vida y la de su gente en un sentido que a todos ayude a mejorar las condiciones de su existencia, asunto, pienso, el más esencial de nuestra vida social, no tenga necesidad de hablar de ello. Sería como impedir hablar entre sí a un matrimonio de la educación de sus hijos, del presupuesto de la casa, de los asuntos domésticos que tienen que solventar.
Éste fue mi comentario: “X, estoy en absoluto desacuerdo con lo que alguno defiende aquí. La política, querámoslo o no, forma parte esencial de nuestras vidas, la sanidad, el precio del pan, las comunicaciones, el que nuestros mayores puedan vivir dignamente, la educación, todo eso y más forma parte del hacer político. Si dejamos de hacer política hasta nuestras montañas y nuestros senderos pueden quedar en manos de especuladores; también ello cuenta. El que haya gente que no entienda lo que realmente es la política no debería impedirnos seguir hablando de los asuntos públicos que nos conciernen. Creo que la justicia y el contribuir a crear una sociedad mejor para nuestros hijos debería estar por encima de esas fricciones que provocan las redes y que en realidad lo que nos hacen es conocer dónde estamos cada uno, donde hay solidaridad y ganas de construir un mundo mejor, algo extremadamente útil en nuestras relaciones personales. Yo, por ejemplo, lo tengo clarísimo, jamás podría salir a caminar con un individuo que defiende ideas nazis o que piensa que a los inmigrantes hay que echarlos al río para que se los coman los cocodrilos. Preferiría desterrar de mi entorno a semejantes personas y quedarme con los otros, los que arriman el hombro para que haya una mayor justicia.
Dejar la política al margen, como leo más arriba, y vivir de la sopa boba de lo que quieran lo otros hacer de nuestras vidas es un suicidio como sociedad”.
No me atreví a añadir a mi largo comentario aquellas famosas líneas de Bertolt Brecht, que bien merece la pena recordar:

“El analfabeto político

El peor analfabeto
es el analfabeto político.
No oye, no habla,
ni participa en los acontecimientos políticos.
No sabe que el costo de la vida,
el precio del pan, del pescado, de la harina,
del alquiler, de los zapatos o las medicinas
dependen de las decisiones políticas.

El analfabeto político
es tan burro, que se enorgullece
e hincha el pecho diciendo
que odia la política.

No sabe, el imbécil, que,
de su ignorancia política
nace la prostituta, 
el menor abandonado,
y el peor de todos los bandidos,
que es el político trapacero,
granuja, corrupto y servil
de las empresas nacionales 
y multinacionales”.

Más que dejar a un lado nuestra incapacidad para argumentar y resistir el embate de los argumentos del otro, pienso que lo tendríamos que hacer es precisamente lo contrario, es decir enriquecer nuestra amistad, y no hay mejor modo de enriquecerla que crecer juntos en la conversación y en el desmenuzado de los argumentos. No podemos vivir en un planeta en donde todos estamos de acuerdo en algo, eso sería la cosa más aburrida del mundo y no habría progreso posible. Esa manera en cómo las ideas se enquistan en nuestro cerebro de bóbilis bóbilis sin que nos demos cuenta, sin argumentos, por los periódicos, por lo que nos dicen, por lo que piensa el vecino del tercero, y así es en la mayoría de las veces con las opiniones políticas, porque estoy seguro de que es mínima la parte de la población que somete a análisis coincienzudos sus ideas; esa manera en que nos llegan las ideas y que después creemos tan nuestras, es una falacia la mayoría de las veces que se asienta en el cerebro de parecido modo a como sucede con nuestras aficiones futboleras; si te ha tocado de niño ser del Real Madrid en los tiempos de Gento, Puskas o Di Stéfano serás del Real Madrid para toda la vida de parecida manera a como adoptas una ideología fascista, de derecha o de izquierda.
A no ser… a no ser que usemos nuestra capacidad de pensar y analizar; y para ello son buenos los amigos, y por supuesto los libros, que con sus diferentes puntos de vista nos pueden ayudar a repensar nuestros orígenes ideológicos para avalarlos o ponerlos en cuestión.
Creo por tanto que lo que sí deberíamos hacer es tener más confianza en la amistad y atrevernos a discutir seriamente con esos amigos los temas de actualidad que tanto tanto nos interesan a todos. Si eso no es posible, creo que tal amistad no merece la pena, a no ser que en vez de llamarlos amigos los llamemos yo qué sé, “esa gente con la que a veces voy a la montaña o a caminar”, pero en absoluto amigos. Yo tengo un amigo entrañable, entrañable digo, que siendo de derechas, aunque él me diga que no, con el que no sólo me iría a la montaña, me iría al fin del mundo con él. Conversamos, discutimos de política o de lo que haga falta y sin lugar a duda, sin lugar a duda, nos enriquecemos, y no por ello nuestra amistad deja de estar ahí intacta sin miedo a que pueda resquebrajarse.







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