A los caminos de la montaña
ha vuelto el silencio. ((Daniel Orte Menchero)
El Chorrillo, 16 de abril de 2020
Llevo años haciendo de los Alpes mi hogar entre junio y mitad de septiembre, caminando como un borracho lleno de gusto de un lado para otro, atravesando bosques y collados, durmiendo a arrullo de los arroyos bajo las estrellas y este año, con el verano al alcance de la mano, ya empieza a dolerme la previsión de que ello no va a ser posible. Quién nos iba a decir que nuestra fragilidad iba a ser tan grande; a esa fragilidad que vemos en nuestras montañas, bosques y valles arrasados con infraestructuras turísticas y de esquí o visitantes de domingo multitudinarios, se suma ahora nuestra propia fragilidad indefensa ante un ser microscópico que salta a nuestro cuerpo y nos pone de cara a cara contra el precipicio de la muerte. Fragilidad. Me había encariñado tanto con la idea de seguir viviendo esos dos meses y medio del verano como un salvaje nutriéndome del sol, la lluvia o las tormentas, del esfuerzo continuado de ascender collados y atravesar valles… una vida que tonificaba mí alma y la vestía de una sencillez tan infinita, que no es difícil pensar que ese caminar solitario como un anacoreta pudiera encontrar un lugar de perfección más ideal para amansar su espíritu y hacerse uno con la tierra, con la montaña; una noche en que la tormenta se desencadenaba con tal fuerza que el techo de la tela de la tienda al embate del viento y del agua me aplastaba dentro del saco de dormir y en que tuve que pasar horas sentado contrarrestando la fuerza del viento con mi propio cuerpo, con los bastones; otro día que caminaste durante toda la jornada entre la niebla o bajo la lluvia; o que amaneciste en un vivac a dos mil quinientos metros frente al panorama de las Dolomitas emergiendo como un iceberg de la blancura lunar de nubes que formaban un inmenso lago a tu alrededor.
En estos días en que se ha convertido en tópico decir que cuando salgamos de ésta vamos a ser mejores personas, leer ayer un artículo de Daniel Orte Menchero invitaba a corroborar la idea de empezar a construir esos pilares que hagan posible no sólo reflexionar sobre nuestra salud y el modo de vida que llevamos, sino también sobre la naturaleza, sobre las montañas que son para tantos el aliento de nuestras vidas. De momento a mí este verano ya no me será posible acudir a mi encuentro habitual con los Alpes debido al covid-19, y quizás por ello, esa distancia que se impone entre lo que eres y lo que amas, me lleve de la mano de Daniel a reconsiderar algunos aspectos para los cuales no encontraremos mejores momentos de reflexión que estos en que vivimos desde el confinamiento. Y para reconsiderar nuestra relación con esas montañas que nos dan la vida y que años atrás sirvió de título a un libro que escribí que narraba una de esas largas travesías de los Alpes a que me refería más arriba, para reconsiderarla van estas líneas.
Días atrás me ensañaba en este blog con los que desprecian la política atribuyéndole a toda ella estar sumergida en un pozo de mierda y que, evidentemente, además de que ello no sea cierto, confunden la política con los políticos. Sobre este aspecto quisiera centrarme a continuación. No hace falta repetir con Bertolt Brecht aquello de “No sabe el analfabeto que el costo de la vida, el precio del pan, del pescado, de la harina, del alquiler, de los zapatos o las medicinas dependen de las decisiones políticas”; no hace falta repetirlo para saber que nuestras montañas y el planeta entero viven amenazadas por las decisiones políticas, y su contrario, por la carencia de unas leyes que las proteja. Mi larga historia de pisar montañas, cincuenta y tres años de caminar por montes y valles de todo el mundo y principalmente mis largos veranos recorriendo los Alpes, me proporcionan un conocimiento lo suficientemente amplio como para saber que mucho del futuro de la naturaleza y su posible ruina depende de aquellos en cuyas manos está la responsabilidad de su gestión.
Es de cajón que en pocas ocasiones estos gestores muestran su idoneidad a nuestro alrededor; se intuye, por sus obras los conoceréis, que la gestión del medio natural está en manos de dudosa competencia y capacidad. Lo barrunto. La presión del dinero se cuela impunemente por los valles de los Alpes, arruina bosques con sus bulldozers, degrada los glaciares con sus instalaciones o convierte lugares idílicos en una comedia turística. Ya, todo el mundo tiene derecho a… a esquiar, a solazarse, a… cierto, pero para eso es necesario que se armonicen políticas de distinto signo, y en esa armonización es donde creo que deberíamos de tener nosotros, con nuestra voz, nuestro voto o con la oposición que sea necesaria, nuestra participación para mantener por encima de todo las montañas en el mejor estado natural posible.
Hay ejemplos que, aunque no son representativos de la generalidad, sí nos orientan sobre la idoneidad de algunos gestores cercanos, vándalos potenciales, por ejemplo, como los gestores de la Pedriza que destruyeron el cobijo que encabeza estas líneas, y que igualmente podrían haber destruido la choza Kindelan y cuya conexión con la historia de la Pedriza y sus gentes es nula, pueden adueñarse de puestos de decisión para los que no son aptos. Todavía recuerdo una vez que fui a subir a Peñalara tras una larga ausencia y me encontré en Cotos con una enorme pista forestal de diez metros de ancho que los de Medio Ambiente habían abierto para colocar en su final un chiringuito previo al sendero que sube a Peñalara, en donde se nos advertía de la conveniencia de que no nos saliéramos de los caminos. Podrían haber puesto su chiringuito junto al asfalto y los cientos de pinos que se cargaron podrían haber seguido vivitos y coleando. O los bárbaros, por ejemplo, esos políticos de Aragón que establecen la prohibición de dormir en todo el Pirineo Aragonés fuera de algo que no sea un refugio o una casa, así, sin más, sin matices. Que ni siquiera se les ocurre poner una cota a partir de la cual etc., o que haya que caminar un tiempo determinado lejos de una carretera para poder vivaquear. Políticos irrespetuosos que, obsesionados con el afán de prohibir y aumentar las facturas de los hoteles, pierden el norte y que nunca serán capaces de una mínima ecuanimidad que respete a las minorías, un respeto perfectamente compatible con la conservación del medio ambiente.
Cuando en las redes veo a algún peñalaro notable, y que por otra parte goza de mi admiración, ensalzar la labor y las palabras de los responsables del mal llamado Parque Nacional de Guadarrama, mal llamados porque a muestro Guadarrama le sobran esos pomposos apelativos que, seguro estoy, Machado, otro amante del Guadarrama, habría ridiculizado; cuando veo a algún peñalaro, decía, pasarle por la espalda la mano en señal de “esto marcha, adelante” a uno de esos responsables, siempre me chirrían los dientes. Mi innata desconfianza de los políticos de turno que gestionan el Medio no se alimenta vanamente de hechos comprobados; desconfío de los políticos de turno y sus regularizaciones, que de haberlas –necesariamente, por desgracia, dada la masificación-, pienso debían de dimanar de la gente que conoce la sierra, gente de toda la vida que ha recorrido durante medio siglo sus valles, que ha acariciado durante décadas el granito de nuestra Pedriza, recorrido sus cumbres, vivaqueado en sus cimas, amado como nadie la belleza esencial de sus bosques y arroyos. No me gustan los burócratas; acudan ustedes mejor a los poetas que cantan en verso su hermosura, a los que la pintan, a los que saben del olor de la jara y los narcisos en primavera, a los que conocen los rincones de la Pedriza como si fueran las habitaciones de su propia casa.
Somos muchos los que soñamos con la idea de que esta calamitosa situación sanitaria y económica que vivimos, nos lleve a poder reflexionar sobre tantos asuntos que conciernen al modo en cómo organizamos nuestra sociedad y nuestro medio ambiente. El artículo que mencionaba más arriba de Daniel Orte ofrece una visión mucho más amplia sobre estos aspectos que deberían inducirnos a la reflexión. Es muy recomendable leerlo. Su lectura despierta la conciencia de esa fragilidad, no ya sólo de nuestras vidas, sino también de las montañas y del entero planeta en que habitamos.
https://www.amazon.es/dp/1981212078/ref=cm_sw_r_other_apa_i_9DjMEb44QM5WE

Muy bueno e interesante... Me ha encantado y estoy totalmente de acuerdo con el texto
ResponderEliminarGracias. Como dice un amigo, sólo hay que seguir regando esas semillas que van apareciendo entre las cuatro paredes del confinamiento.
ResponderEliminarMe encanta leerte Alberto, aunque en cierto momento tuvimos una disparidad de ideas digamos sociales.
ResponderEliminarAhora bien, no nos expresamos los montañeros con un cierto egoísmo ¿Qué pasa con los humanos que no tiene ni montañas ni la posibilidad de acudir a ellas para relajar su espíritu?
Yo creo aunque quizás me equivoque, que lo que todos debemos hacer es cuidar nuestro entorno sea el que sea, tanto que nos enamoremos de él para cuidarlo y con ello sentirnos sencillamente a gusto y serenos de mente.
Un gusto encontrarte por aquí. El hombre es un animal social y la expresión forma parte íntima de su ADN. Lo que practicaban nuestros ancestros de continuo junto al fuego en la oquedad de sus cuevas. Hay que seguir praticando, aparte de que praticando aprendemos a conocer la realidad, la vida. Praticar, cuidarnos, cuidar y mimar nuestro entorno con cariño y encaminar la cosa para que el planeta y la justicia tengan su rinconcito en nuestros corazones.
ResponderEliminarUn abrazo.